miércoles, 30 de abril de 2008

POCO AMOR

“¿Quién coño llama un domingo a las nueve y media de la mañana?” fue lo primero que pensé cuando la insistencia del teléfono me sacó de un resacoso sueño de fin de semana. De mala manera, me arrastré hasta el escritorio y levanté el tubo:
- ¿sí?
- ¿sí? – tuve que volver a repetir ante el silencio del otro lado de la línea
- Soy yo - susurró- Necesito verte – añadió tras una pausa y en tono angustiado
- ¿quién es? – pregunté por joder, porque sabía de sobra quién era
- Soy Natalia – murmuró y después de otra pausa, sintiéndose más crecida, me dijo: No me digas que ya me has olvidado….
- No, claro que no, lo que pasa es que ayer salí – mentí- y me acosté tarde y como me acabo de despertar, ando un poco boleado…
- ¿saliste?
- Sí, ¿por? – interrogué con fingida ingenuidad.
- No, por nada………tú no eres de salir
- Bueno, las cosas cambian – seguí mintiendo, sabiendo que no habían cambiado un carajo, al menos no para mejor
- Sí, supongo que sí pero…..
- Bueno ¿y qué querés? – la interrumpí
- Hablar contigo
- Hablá – dije sin concesiones
- No, por teléfono no. Necestito verte – repitió – y explicarte algunas cosas
- Está bien. En media hora en el Café Central
- Vale
- Chau – colgué, dejando en el aire su “hasta ahora, entonces”.

Me personé diez minutos tarde, a propósito, y ella ya me estaba esperando, sentada a una mesa del fondo. Al llegar a su lado se levantó para darme dos besos pero la esquivé con un “hola” y me senté directamente. Visto cómo estaban las cosas, rompió enseguida el hielo y fue al grano.

- Te quiero
- Pues me parece muy bien – dije indiferente
- ¿Eso que significa?
- Significa que me tenés podrido, que yo pensaba que sólo las argentinas eran histéricas y vos sos otra loca y que si querés quererme, queréme, pero no me rompás las bolas….- tomé aire y seguí – si en seis meses de vernos casi todos los días, no te enamoraste de mí… ¡ qué me venís diciendo ahora que me querés…¡ me dijiste muchas veces te quiero y yo fui tan boludo que te creí….pero está claro que vos decís eso como otro dice Buenos Días…..
- Es que necesitaba tiempo para pensar, para confirmar qué te quería y…
- ¿Para confirmar que me querías?. Mirá, eso significa que vos y yo hablamos idiomas distintos….para mí, el amor no se piensa, se siente….a mi no me van las historias tibias, sin pasión…..soy demasiado grande para andarme con pavadas
- Estas tres semanas no he dejado de extrañarte…
- ¿Y qué querés? ¿qué te de un premio? …………estábamos bien y desapareciste sin darme explicaciones ni ocho cuartos y ahora volvés y me decís que me querés y que me extrañaste….pero ahora ya es tarde….me cansé de vos y ya no me das confianza…..no sé si en estas tres semanas te liaste con el jardinero de tu urbanización o con un stripper, si te quedaste en casa o si saliste todas las noches buscando rollo pero da lo mismo…..
- Estaba mal…..me la pasé pensando en vos y me moría de ganas por llamarte..
- Si vos lo decís….
- Créeme, por favor ¡¡ - imploró
- ¿Cómo cuando me decías Te Quiero?
- No estás siendo justo
- Vos de eso sabés más que yo
- Y entonces……¿qué vamos a hacer? – preguntó, temerosa de la respuesta
- Vos hacé lo que querás, yo me voy a ver el fútbol con unos amigos….

Me levanté, dejé un billete de cinco euros sobre la mesa y cuando le iba a decir “chau” se me adelantó con una patética frase que nunca debió pronunciar:

- Podemos ser amigos

La fulminé con la mirada y le contesté con un clásico argentino y mucho más:

-Andá a cantarle a Gardel ¡¡. Si querés amigos, quedáte con esa oligofrénica resentida y ordinaria de tu amiga Marta o con esos tipos con que tanto te gusta chatear, o con el efebo ése que se las da de poeta y te tira los perros sin disimulo pero, a mí, dejáme vivir.

Salí por la puerta y me apresuré por llegar a casa. La cama seguía tibia y mi cabeza aún no había recobrado su sitio.

* No se dejen engañar por el uso de la primera persona porque, una vez más, es pura ficción.

lunes, 28 de abril de 2008

SIDNEY y OLGA

Los siguientes acontecimientos me fueron confiados por mi amigo y maestro Fortunato Archevolti, frente a una parrillada mixta, de carne, y una botella de Ribera del Duero. Poco importa el dónde y el cuándo, pero convengamos que fue en Madrid el pasado verano. Con su expreso permiso, paso a compartirlo, intentando ser lo más fiel a la narración original y esperando sirva de algo a quienes se vean en análoga tesitura.

Sidney Luzzatti era un mimado y privilegiado hijo de la alta burguesía milanesa. Junto a una exquisita educación y extraordinaria cultura, desde siempre palpitó en él un afán de notoriedad y de imponerse en aquello donde otros fracasaban. Su vida era un constante demostrar al mundo, o a quién fuera, que él era un elegido, un ser casi mítico capaz de coronar con éxito las cimas de lo imposible. Su familia, enquistada desde antiguo en la casta dominante, alentaba estos patológicos comportamientos con arraigado empecinamiento y temeraria inconsciencia. Sin embargo, más tarde o más temprano, cada cual encuentra su horma y la vida se ocupa de castigar la soberbia, poniendo en marcha intrincados mecanismos punitivos.

Nada sospechaba el altivo Sidney cuando en su camino se cruzó Olga Cantarelli. Apenas se la presentaron, quedó encandilado, no por sólo por el rotundo atractivo físico de la dama, sino por la cadencia de su voz al hablar, la elegancia que acompañaba sus más mínimos gestos y un halo etéreo que rodeaba su figura y provocaba que todo el mundo quisiera conocerla, en lo bíblico y en lo profano. Pero todo era apariencia. El tiempo en común, le permitió darse cuenta (tarde) de que la esencia de Olga era mucho más ligera que lo que presagiaban los signos externos y que la frivolidad nadaba en esas aguas internas al cobijo de una gruesa capa de simulación.

Cegado como estaba, tardó casi un año en armarse de valor y apartar la venda que cubría sus ojos. Entonces, horrorizado, comprendió y halló certeras respuestas, obvias para cualquier tuerto. Entendió que una mujer enamorada no desaparece misteriosamente durante días y permanece incomunicada con su amado, que no coquetea con otros hombres, que se autoimpone ciertos compromisos y acepta algunos sacrifios o renuncias si así lo requiere un futuro común. La lucidez le hizo ver que únicamente había sido un peón en manos de un ser cuyo único interés era la dialéctica del poder y el desplazamiento social. Había despreciado con altanería las advertencias de sus amigos y los llamados del sentido común, traspasado con creces el umbral de la tolerancia y sufrido un trastorno de los sentidos que a punto estuvieron de borrar el único resquicio de sensatez al que pudo aferrarse: romper con ella.

Transcurridos dos años desde la ruptura, un Sidney, alejado de los negocios familiares , triunfa como presentador de la RAI y trabaja en su segunda novela, después de una primera celebrada por público y crítica. Olga, por su parte, tampoco desaprovechó el tiempo y tras un sonado affaire con un conocido banquero, se casó con Silvio Sonnino, presidente de Alitalia y pariente lejano de Sidney.

domingo, 27 de abril de 2008

EN LA MISMA PIEDRA

Se terminó enamorando. Por casualidad, como ocurre siempre en estos casos pero, una vez más, lo hizo de la persona equivocada. Su natural tendencia a aproximarse sentimentalmente a las mujeres menos convenientes se había vuelto a manifestar, reiterándose en el error. En las ocasiones que, dejando de lado su vocación de picaflor no profesional, se involucró en historias pretendidas de largo alcance y profundo calado, retornó a la amargura del fracaso personal, a la irascibilidad del optimista decepcionado y a su existencia errática de solitario maldito.

Sin embargo, ahora las cosas eran muy diferentes. Jacques Assouline hacía tiempo que había dejado de ser un adolescente de frágil corazón y espíritu en exceso sensible. Atrás quedaron los goces sórdidos y el apego enfermizo, los cuestionamientos sin pausa y la muerte a cuotas, que sucedían temporalmente a cada uno de sus reveses amorosos. Ya no tenía tiempo para lamentaciones, aún cuando la herida hubiese sido inesperada. Debía borrar inmediatamente cualquier vestigio de la presencia del otro; de ella, y sostenerse con entereza y dignidad, evitando la más mínima idealización que envenenara su conciencia.

Mientras pensaba en esto, una iniciativa ingenua le vinó a la mente provocándole una sonrisa. ¿Por qué no te duchas, te vistes con tus mejores pilchas y sales a la calle a dar una vuelta?. Lo meditó sin cambiar el gesto, fumando plácidamente junto a la ventana de su cuarto y mirando el espeso tráfico de la calle. Con la última calada la decisión ya estaba tomada. Apenas media hora después, empapado en perfume y reafirmado en la lúcida superación del dolor, se encaminó a la av. Corrientes, tentado por un desmesurado optimismo y algún encuentro predestinado en forma de mujer.

sábado, 26 de abril de 2008

OBIITUARIO IMAGINARIO (3)

El psicólogo vienés de orígen judío, Ignatz Kiesler, discípulo de Sigmund Freud y uno de los grandes nombres en el campo de la Psicopatología infantil, se suicidó el pasado domingo en una residencia de ancianos de Golders Green (Londres) a los 98 años de edad. Kiesler puso fin a su vida tirándose por una ventana de la segunda planta.
Nacido en Viena, y emparentado por vía paterna con Hedy Lamarr, Kiesler emigró a Gran Bretaña mediados los años 30 y adquirió la nacionalidad británica en 1942. Sus padres y su hermano pequeño Berthold murieron en Auschwitz, hechos que conocería al final de la guerra pero cuya sospecha le impulsaría a enrolarse en la Brigada Judía y combatir junto a los aliados.
Como psicólogo, realizó innumerables trabajos relacionados con patologías de la infancia, tanto en su faceta de profesor en la Universidad de Oxford como en la de director de la Escuela para niños con problemas de conducta “Sara Lippman”, que dirigió durante más de un cuarto de siglo.
Autor de numerosos ensayos y artículos en revistas especializadas , publicó varios libros entre los que destacan títulos como “Freud y la voluntad sexual”, “Prejuicios en la educación”, “Pscioanálisis de los dibujos animados”, “Alteraciones del sueño en la infancia” o “Simbología de los trastornos emocionales".
Casado en el año 1946 con Sonia Furmansky, su salud sufrió un fuerte deterioro a raíz del fallecimiento de ella cuatro años atrás. Le sobreviven dos hijos: Berthold, vicepresidente mundial de Kodak y Simon, profesor de Economía en Cambridge.


Ignatz Kiesler, psicólogo, nació el 15 de abril de 1910 en Viena y falleció el 20 de abril de 2008 en la localidad londinense de Golders Green.

viernes, 25 de abril de 2008

Levante Porteño (pura ficción, como todo)

Sentados a la mesa de un Café de la av. Corrientes esquina Callao, La Mejor y yo mirábamos por la ventana el incesante paso de extraños transeúntes. Desde aquellos que optarían exitosamente a un casting para personajes de la Familia Adams, hasta viejos putos de pelo teñido y trajes despreciados por las polillas, pasando por anodinos bancarios, maduras con ánimo de levantes juveniles o muchachos vestidos de negro en trasnochada onda existencialista. Todos transitaban por Corrientes, como si comprendieran que, fuera de las celdas de los manicomios o una galería de exposiciones, ése era su lugar en el mundo.
Nosotros contemplábamos, taciturnos, callados y fascinados, el espectáculo que se nos ofrecía. No resulta extraño que el mismísimo Umberto Eco, de paseo por las librerías de viejo de la avenida, encontrara la inspiración para su célebre libro “El nombre de la rosa”. Allí todo es posible, como si vibraciones descontroladas emanaran de la gente creando las más extravagantes e insospechadas conexiones.

Animados por mezclarnos con la ecléctica fauna y con las venas saturadas de cafeína, abandonamos el local. Un cielo teñido de colores rojizos y un penetrante olor a humedad, que flotaba en la atmósfera tras las lluvias mañaneras, me reconfortaron con la esperanza de que algo bueno podría ocurrirme (como si no fuera suficiente tenerla a ella a mi lado). Pensé que cuando muriera me gustaría que esparcieran mis cenizas por esas calles pero fue un pensamiento efímero. Cuando uno está enamorado piensa en la vida, no en la muerte.

Entrábamos en librerías y salíamos con las manos cubiertas de polvo y bolsas cargadas de libros, como los enfermos de bibliofilia que éramos. Cuando ya nos íbamos, el súbito impulso de regalarle un libro de reciente edición (“La muerte de Luciana B.”, de Guillermo Martínez) me empujó al interior de un moderno local decorado en rojo y con las estanterías cargadas de libros. Apenas dentro, deambulé inquieto por entre las mesas intentando dejar rezagada a La Mejor. Quería comprárselo sin que se diera cuenta y dárselo cuando llegáramos al coche, así que la encargué me buscara un título, que sabía descatalogado, mientras yo me acercaba a Caja para hacer mi compra. La atractiva dependienta me recibió con la mejor de sus sonrisas, fenómeno que mi vanidad asoció a cierto aura seductora inherente a los Leví. Intercambiamos algunas palabras sobre si quería que me lo envolviera y si no tenía billetes más pequeños hasta que me preguntó:

- ¿sos español, no?

- Sí…. - respondí, perezoso de entrar en detalles

- ¿Es muy conocido allá Guillermo Martínez?

- No en exceso…algo más ahora que una de sus novelas fue llevada al cine por Alex de La Iglesia

- Me encanta Alex de la Iglesia…. Yo soy actriz

- Ah, qué bien ¡¡ - dije por decir algo, y añadí - yo tengo un blog y….

- ¿Tenés un blog? ¡¡¡¡ - me interrumpió emocionada como si le dijera que acababa de tomar café con Gardel

- Sí, y me dejaba comentarios Alex de la Iglesia y….

- ¿SI? – volvió a interrumpirme excitada del todo

- Sí, e intercambiamos algunas opiniones sobre otros libros del autor, como “Acerca de Roderer”, “Infierno Grande” ….

En eso andaba cuando un aparatoso ruido nos hizo mirar a mi espalda. La Mejor estaba escuchando la conversación y, con el bolso, tiró unos libros expuestos al girarse con frustrado disimulo. Por su cara, comprendí que pensaba que yo quería levantarme a la mina. Pero no, mi única intención era corresponder a su amabilidad y, de paso, coquetear un poco, pero sin más ánimo que darle un caramelo a mi Ego.
De nuevo en la calle y visto el panorama que evidenciaba su expresión avinagrada, sumado a mi natural impaciencia, me decidí por entregarle ahí mismo el regalo. Lo agarró, lo sopesó, y con una sonrisa maliciosa, me lo tiró a la cabeza.

- ¿Por? – pregunté con ingenuidad impropia de mis canas

- Por pelotudo ¡¡¡¡¡¡


* Laluz describió, en un post con fecha 15 de febrero del presente año, una escena similar presenciada en una librería de Corrientes (acaso la misma).



jueves, 24 de abril de 2008

OBITUARIO IMAGINARIO (2)

El director bonaerense Marcos Reinach fue uno de los cineastas argentinos clave de la década de los setenta, especialmente con tres títulos – “Connotaciones letales”, “Los silencios oportunos” y “Operación Tero” – con los que se afianzó su reputación como especialista en thrillers políticos.
Tras una docena de largometrajes a lo largo de tres décadas, Reinach será recordado cómo un director que mimaba a sus actores y un cineasta que se entusiasmaba en la recreación de atmósferas sofocantes, opresivas e historias complejas donde las relaciones personales estaban siempre comprometidas por las turbias maquinaciones del poder.
Durante los años 80 su carrera fue un tanto errática, para retornar inspirado en los 90 con títulos como “Laberinto”, “El general”, “Cadencias criminales” y “Lágrimas negras”.
Nacido en Villa Crespo, era hijo de un banquero francés, de orígen judío, que volcó en su hijo su pasión por la Literatura y el cine.
Doctorado en Filosofía por la UBA, comenzó a trabajar como publicista en una multinacional norteamericana, actividad que abandonó cuando vendió sus primeros guiones cinematográficos.
En 1970, después de divorciarse de la actriz Gabriela Kadarian, se había casado con la arquitecta uruguaya Sandra Hellman, madre de sus dos hijos: Alberto e Irene.


Marcos Reinach, nacido en Buenos Aires el 25 de marzo 1930, falleció ayer en accidente de tráfico en la Av. Corrientes.

miércoles, 23 de abril de 2008

OBITUARIO IMAGINARIO (1)

El escritor Tullio Segre falleció durante la noche del pasado domingo al lunes en el Hospital Israelita de Buenos Aires. El autor de “Conciencia fallida” tenía 88 años y desde hacía varios años arrastraba una grave enfermedad cardíaca. Segre fue enterrado en la más absoluta intimidad en el cementerio de Tablada de la mencionada ciudad argentina.
Había nacido en Turín y era hijo de un rico terrateniente de la Toscana. Escribió su primera novela “Crisis” en 1942 bajo el pseudónimo de Vittorio Candotti, ya que las Leyes Raciales del Fascismo prohibían las obras de autores hebreos. Segre se casó con Adriana Sinigaglia, hija del fundador de la célebre casa de licores Bizir, en 1947.
Escritor de esencia compleja, sus lenguaje, en cambio, buscaba con ahínco la sencillez, narrando historias de personajes anónimos sacudidos por la culpa o los anhelos siempre postergados.
A partir de sus segundas nupcias, con la escritora argentina Giselle Gutman, celebradas en 1955, Segre alternó grandes temporadas en Turín con otras en la capital argentina, para instalarse definitivamente en ésta en 1967.
Ganador de numerosos premios literarios, publicó siempre sus libros con Mondadori, manteniéndose fiel a ésta editorial durante más de sesenta años.
El escritor era popularísimo en Argentina y en Italia, y entre sus obras más conocidas basta citar: “Turín 1940”, “Una muchacha como otras”, “Atardeceres porteños”, “Gi y yo”, “Almas en remojo” o “Destino afín”. No sólo fue autor de novelas, ensayos y artículos periodísticos, sino también guionista de cine. La versión cinematográfica de su “Giselle” ganó el Festival de Cannes en 1980 y obtuvo un clamoroso éxito de taquilla en todo el mundo.
La desaparición de Segre ha causado una profunda conmoción, no sólo en el mundo de la cultura sino en todos los niveles de las sociedades argentinas e italianas, dada la popularidad y el cariño de los que gozaba.
Le sobreviven su segunda esposa y dos hijos del primer matrimonio.


Tullio Segre, escritor, nació en Turín en 1920 y murió en Buenos Aires el 21 de abril de 2008.

martes, 22 de abril de 2008

Pensar, o no

A Rodolfo Shapiro le gustaba caminar al azar por las calles de la ciudad. No lo movía el saludable ejercicio físico, sino evitar el oxidamiento de sus neuronas. Durante las horas que pasaba en el banco sus pensamientos eran unilaterales, enlatados y sin más aspiraciones que sacar adelante una aburrida rutina, que le permitía sobrevivir pero diluía su sensibilidad en la apatía. Era por la noche cuando sin traje ni corbata, salía de su apartamento con ganas de parir ideas y ejercitar sostenidamente su cerebro. Vagaba por aceras y asfalto sin prestar atención al entorno, sin mirar a las personas con que se cruzaba y enredándose en soliloquios que atraían más de una mirada (la mayoría de la gente es tan simple, que piense que si uno habla solo está loco). Cuando regresaba a su casa, anotaba algunas de sus teorías, por lo general bastante demenciales, en un cuaderno y se echaba a dormir con una sonrisa. “No hay nada como sentirse vivo” pensaba, antes de perder la conciencia.

lunes, 21 de abril de 2008

Reinvención

La multitud de sus anhelos estancados llevaban mucho tiempo supurando el pus de la amargura. No le salían bien las cosas, los pensamientos negativos sólo atraían situaciones de idéntico signo, se avergonzaba de su inútil existencia, y hasta su propio subconsciente se burlaba de él soñando pesadillas que lo atormentaban en vigilia,
Así era la vida de Sebastian Skulnik hasta que una mañana, plantado desnudo ante el espejo del baño se empezó a reír de si mismo como un demente. Comprendió, a modo de iluminación aunque no había ningún ángel a la vista, que la solución estaba dentro de él. Debía despejar las imágenes dañinas, no escuchar al sentimiento de culpa, suprimir de su lenguaje la palabra “No” y, por el contrario, concentrarse en emitir positivas vibraciones. En un papel, escribió todo aquello que quería lograr en la vida, decidido a leerlo por las noches antes de acostarse y darle duro al pesimista que llevaba dentro.
No era un genio pero una cosa tuvo clara a partir de ese instante: El género humano se divide en dos, los que materializan sus deseos y los que ni siquiera se atreven a tenerlos.

viernes, 18 de abril de 2008

Inicio de novela con Yair Bensusán como personaje central (única entrega)

No debía de tener más de siete u ocho años cuando tía Rut me regaló mi primer libro. Un ejemplar de “La isla del tesoro”, de Stevenson, encuadernado en cuero verde y con ilustraciones en el interior. Sin embargo, pasada la infantil euforia, no me interesé por las vicisitudes de Jim Hawkins hasta varios años más tarde, quizás incluso después de haber tomado mi Bar -Mitzvah si mal no recuerdo. Había demasiados libros esparcidos por las estanterías de la casa y tal vez por eso, por tenerlos tan al alcance, no obtenían de mi más que indiferencia. Prefería jugar al fútbol con mi hermano Alberto, dos años mayor que yo, salir a pasear con nuestro perro de entonces; un fox terrier de nombre “Alain”, o entretenerme con los soldaditos de plomo, ésos que mi abuela siempre me advertía no me los metiera en la boca porque eran tóxicos.

Fue en la adolescencia cuando comencé a interesarme por la lectura. Hasta entonces, mi actitud provocaba cierta preocupación en mis padres, que temían acabara convertido en un salvaje o algo peor, en un iletrado. Por el contrario, mi hermano devoraba cuanto libro caía en sus manos desde que apenas aprendió a leer y comenzó a escribir desde muy temprano. Era previsible su futuro como periodista de altos vuelos, con un largo periplo por distintos países hasta radicarse en Francia y convertirse en una de las firmas de referencia del diario Le Monde. Yo, no llegué a tanto pero, siguiendo la elección de Alberto, me licencié en Literatura Comparada por la Universidad Hebrea de Jerusalem antes de encaminar mis pasos por otros derroteros. Con un intelectual en la familia había de sobra y a mí me llamaba la acción.

miércoles, 16 de abril de 2008

Oficina

Generalidades del personal de una pequeña oficina cualquiera:

1.Manuel. 45 años, soltero, habitual lector de Marca y forofo del Atlético de Madrid. Se dedica con ahínco a la cría de canarios y todavía sería vírgen si no pagara. Últimamente le da por las prostitutas eslavas.
2.Mónica : 38 años pero aparenta cincuenta. Casada con un cantante de orquesta, es con casi toda seguridad cornuda . Desea, a toda costa, quedarse embarazada de ese hombre que tanto la respeta (apenas la toca). Se las de entendida en literatura porque lee mucho, pero sus lecturas no van más allá de los libros que compra en el Carrefour.
3.Esteban: 48 años. Comunista. Fiel a su añorados tiempos de hippy, lleva los mismos vaqueros de lunes a viernes, tararea canciones de flores, amor y mariposas y se desplaza a bordo de un cochambroso escarabajo amarillo. Separado de una inglesa, tiene un hijo que no habla ni papa de español.
4.Juan Luis (el jefe): 42 años y un largo recorrido como pijo prematuro. Casado con una azafata de familia burguesa, odia que le recuerden los orígenes labriegos de su olvidada familia. Fiel a su impostura, está orgulloso de su melenita jerezana empapada en gomina, se declara fanático de los polos de marca, las camisas hechas a medida y las chaquetas Príncipe de Gales. Colecciona relojes y los sábados juega al golf (llueva o no llueva).

martes, 15 de abril de 2008

Cutre

Tenía una sensibilidad demasiado cultivada, agudísima y una capacidad de análisis y percepción del entorno que hacía tiempo había traspasado el umbral de la tolerancia. Por si fuera poco, por esas fechas habían rechazado, por enésima vez, su novela, tenía que volver a sellar la tarjeta de desempleo y el contestador guardaba un mensaje de su ex que no se atrevía a escuchar. Se sentía mal. La opresión existencial y la irascibilidad crecían en él con riesgo de desembocar en una enajenación emocional de impredecibles consecuencias. Con el goce sórdido de recrearse en el infortunio, mataba el tiempo vulgar paseando por las calles o sentándose en los bancos de cualquier parque a leer el periódico y observar a los transeúntes. Antes de regresar a casa, para comer algo enlatado, acostumbraba a pararse en algún bar a tomar un café o una cerveza. Solo, en un rincón de la barra se entretenía con el crucigrama mientras saboreaba su consumición. Ayer, sin embargo, lo había resuelto antes de entrar en la cafetería de turno, así que se dedicó a la observación. Desde su acostumbrada posición periférica, tenía una visión casi panorámica de la pintoresca fauna de espíritus obtusos allí reunidos: una vieja diezmaba su jubilación jugando compulsivamente en una máquina tragaperras, un grupo de secretarias entradas en carnes fumaban afectadamente mientras devoraban bocadillos de panceta y parloteaban sobre la dieta mediterránea, un trío de jovencitos, a quiénes la profusión de granos delataba como socios de la Secta de Onán, bebían cervezas directamente de la botella y se limpiaban la boca con el dorso de la mano, dos acartonados bancarios se recreaban en la seriedad y una formalidad al pedo, queriendo aparentar una importancia que no tenían, unos achaparrados cincuentones de barrigas redondeadas y culo escurrido imitaban el baile del Chiki Chiki, una madura con pantalón de chándal y zapatos de tacón buscaba sitio para acomodar su carrito de la compra, un tipo anodino daba cuenta de un desayuno tardío de porras y café con leche, mojando con terquedad y goteando sobre la barra y su camisa, un currito asentía las supuestas gracias de su trajeado jefe que repetía, de cara a la galería que “ésta ministra de defensa va a poner firmes a todos los miembros del ejército” y otras lindezas machistas propias del calzonazos que se libera fuera de casa.

Ante semejante panorama, numerosas preguntas acudieron raudas a su mente: desde si reunirlos ahí respondía a algún tipo de experimento sociológico, abaratando los costes de traer a otras especies animales, hasta intentar acertar de qué campo de exterminio mental se habían fugado, porqué tenían que compartir siglo con él o cómo sería D-os si éstos también estaban hechos a su imagen y semejanza. No encontró respuestas y tampoco importaba. Demasiado tenía con soportar sus propias desventuras. Pagó y salió, con la sonrisa de saber que si el hombre vino del mono, éstos lo hicieron por un atajo.

lunes, 14 de abril de 2008

Sin Título

Hacía mucho que no escribía y olvidados quedaron sus tiempos de universitario. El servicio a la Patria y su familia coparon totalmente sus pensamientos y emociones, alejando cualquier necesidad de expresión literaria. A veces, en medio de algún operativo sentía ganas de escribir pero, eran pasajeras y únicamente válidas para contrarrestar algunos momentos de tensión y ansiedad antes de la acción.

Hizo falta que perdiera a su familia y que abandonara el ejército para que pudiera escribir porque , es bien sabido que, el arte se alimenta de nostalgias. Sin embargo, sus ganas chocaban con la perpetua pereza, apenas salpicada por períodos de febril actividad creativa en los que escupía sus saudades en forma de cuentos (también guardaba una inacabada novela), gambeteando al dolor y los mundanos asuntos que no satisfacían sus ansias existenciales. Era en esos días, en que se acostaba tarde y cansado cuando por su mente cruzaban argumentos felices sobre una nueva vida. Imaginaba su nombre: Yair Bensusán, en la portada de los libros, páginas de periódicos o títulos de crédito de películas israelíes. También se soñaba disfrutando de unas vacaciones con sus hijos, tan distantes y vendidos al dólar gratuito que les ofrecía su padrastro. Lástima que fuera un hombre lúcido, tanto que las visiones no duraban, sucumbiendo a la dañina acción de sus duendes internos, su yo fragmentado o lo que carajo fuera que llevaba dentro y que siempre le llenaba de dudas y parálisis. Si la realidad buscaba la liberación onírica, en su caso, se conformaba con bien poco; apenas un ratito.

Volver a escribir es lo que necesitaba, y sentía que tenía mucho para contar. A lo largo de su vida se habían sucedido las experiencias vertiginosas, a la vez que el resquebrajamiento de una conciencia apuntalada por principios que pensaba a prueba de cualquier fisura. Además, su tejido espiritual había cambiado con el tiempo, encaminándolo por la senda de los pensamientos desordenados y primando la emoción sobre el entendimiento. Con esto, un corazón roto y el alma llena de cicatrices, disponía de un rico bagaje para intentar la travesía por los campos de la narración. Solamente le faltaba otra cosa: una neurosis activante que prolongara sus esporádicos períodos de creación haciéndolos uno, desde ya, hasta el fin de sus días.

domingo, 13 de abril de 2008

Desencuentro

Frente a frente, en una mesa de Café, se miraban a los ojos sintiendo el temor ajeno y el incómodo nerviosismo propio. Tenían que hablar pero tenían miedo a hacerlo. Aún cuando eran conscientes del trayecto recorrido desde su amor inicial a este actual desencuentro, su interior anhelaba no dar vida al doloroso “Qué lástima….todo hubiera podido ser de otra manera”. Cada uno tenía algo que decir y cada uno deseaba que el otro expresara una opinión contraria y una declaración de fe por arreglar las cosas.
Ella se moría por que él le agarrara la mano y la acariciara con sus dedos fuertes siempre cálidos. El, dominaba las ganas de besar esos labios que tanto había besado sin cansancio.

- Yo no puedo esperarte mientras estés fuera del país – dijo ella de repente

- Estás en tu derecho…..

- No es que no te quiera sino justamente por eso, porque te quiero, pero Ya y Ahora. Estoy cansada de esperar…..esperé por demasiadas cosas en la vida y me cansé.

- Está bien….pero yo no puedo desaprovechar esta beca…es mi oportunidad para un futuro mejor

- Entendéme, yo dejo la puerta abierta pero no puedo darte garantías de que cuando regresés, ésta no esté cerrada para vos

- Te quiero, y no soy tan egoísta como para pedirte que ralentices tu vida por mí….respeto tus decisiones y no quiero interferir en ellas pensando únicamente en mí…..vos tenés que hacer lo que querás hacer….fuiste dependiente demasiado tiempo y te toca, ahora o nunca, romper con esa tendencia….

- Lo sé

- Voy a guardar un cariñoso recuerdo de vos

- Yo también

Se pusieron de pie, se dieron la mano y ella se apresuró a la calle para que no ponerse a llorar allí mismo. El, volvió a sentarse y pidió un whisky doble; necesitaba apagar eso que le quemaba por dentro.


PD: Temed a los ansiosos, el día que dejen de sentir miedo serán los amos del mundo.

viernes, 11 de abril de 2008

Tres textos sin relación entre sí

HARTO

Arrastraba los pies por la oscura casa con desgana, sintiendo una comedida ansiedad ante el lento e inexorable avance del tiempo. Había puesto un cd de Leonard Cohen, pero apenas escuchaba la música, transformada esta en un murmullo que asemejaba a la lejana y distante presencia de otros seres humanos en la casa. Nadie había entre sus paredes. Nadie en su vida. Abandonado por propios y extraños, ilusiones, esperanzas, expectativas e ignorado por el destino y su lacayo Azar, esperaba ese momento en que, envalentonado por algún subidon de adrenalina o un asomo de valor, pudiera tirarse por la ventana.


EXTERMINIO

Mi madre cosía las obligatorias estrellas amarillas en nuestras ropas. Todos callábamos y dominábamos lágrimas de rabia y vergüenza. Hoy, pasados tantos años, sigo recordando lo que dijo mi padre: "No os preocupéis hijos, de esto no se muere".Pobre padre ! ¿de qué has muerto, entonces?


ALGO QUEDA

Atraído por desaparecidos personajes anónimos revestidos de tintes literarios, investigaba sus vidas para luego encerrarlos en carpetas y llevarles, de tanto en tanto, flores a la tumba y una apurada oración. No lo hacía por ellos, sino por él, en lo que de alguna manera se convirtía en una especie de rito religioso. Creía, sin aceptarlo plenamente pero intuyéndolo, que los muertos le darían la ayuda que los vivos le negaban.

miércoles, 9 de abril de 2008

Rumbo Oeste

Rodolfo Barnato pensó que cambiando de ciudad, su vida pintaría de otro color. La lejanía de su familia (en España), el acumulativo tedio que arrastraba desde antiguo y un reciente desencuentro amoroso le empujaron a tomar una decisión que muchos desean pero pocos se atreven a llevar a cabo. Decidido y sin darle opción a la duda y la incertidumbre, compró un gran mapa de Argentina y se sentó, en un Café, a observarlo detenidamente. Como al repetir en voz alta el nombre de numerosas localidades no se decantaba por ninguna, optó por dejar la elección en manos del azar. Cerró los ojos y apoyó el dedo índice, a boleo, sobre el papel. Al abrirlos, comprobó que su uña señalaba una ciudad que no conocía pero siempre había interesado: Rosario, de la que su padre tanto hablaba, sacando a relucir, invariablemente, al célebre matemático italiano Beppo Levi.

A partir de entonces, cayó presa de las ilusiones, la ansiedad y un optimismo, que le llevaron a vender su restaurante en pleno centro de Buenos Aires y telefonear a su amigo Oriol Ballantines proponiéndole crear una sociedad. Éste, era hijo de un judío catalán a quien el propio padre de Rodolfo había vendido, allá por los años sesenta un hotel de nombre Vaccara. Desde la adolescencia vivía en Barcelona, donde llevaba mucho tiempo regentando un establecimiento gastronómico que apuntalaba su prestigio en su afamado talento a los fogones. Rodolfo y Oriol se habían tratado desde pequeños y retomado su trato durante los años que el primero pasó en España completando unos cursos gastronómicos. Entre ellos, se daban el trato de “primo” y siempre se maravillaban de cómo a pesar de pasar tiempo sin tener noticias el uno del otro, estaban unidos por cierta conexión, afinidad o equivalencia
Oriol apenas se detuvo a pensarlo. Dejó su local en manos de su hermano y voló presto al otro lado del charco, deseoso de iniciar una aventura de incierto futuro. A fin de cuentas, lo único que podía perder era dinero y eso era algo que le sobraba.

Pocos meses después, inaguraron un restaurante al que, haciéndole un guiño a la melancolía, bautizaron como Vaccara. Elegante pero sin excesos, pretendía ser una reivindicación de la cocina elaborada a precios asumibles y no caer en el snobismo, a la sazón enfermizo empecinamiento de locales similares.

Apenas llevaban un par de semanas funcionando cuando, una noche, se presentó una mujer que llamó poderosamente la atención de Roldofo, tanto que, instantáneamente, se arriesgó a predecirle una futura trascendencia en su vida. Alta, de piel trigueña, ojos oscuros que parecían más claros al mirarlos de cerca y una melena color ébano de tendencia ondulante mitigada a base de cremas suavizantes, componían un todo que a pesar de ciertas desarmonías (boca y nariz grandes, mentón prominente, caderas anchas….) seducía mejor que la simple belleza. Sonrió al verla y ella le devolvió una sonrisa franca de dientes blanquísimos.

- ¿La conóces? – preguntó curioso Oriol
- No, pero es como si la conociera de siempre…….ella aún no lo sabe, o sí, pero va a ser mi mujer
- Te dije que no mezclaras los antibióticos con el alcohol….
- Ya lo verás.

Y lo vió. El restaurador Rodolfo Barnato y la escritora Alma Baredes, contrajeron matrimonio civil en la Municipalidad de Rosario aquel mismo año, acompañados de algunos familiares y un sorprendido Oriol Ballantines.

martes, 8 de abril de 2008

Redención

Hacía muchos años que alguien le había dicho que un escritor es un hombre de mucho trabajo y alguna inspiración. Si era cierto, entonces tendría que dar un giro completo porque cada día dedicaba menos tiempo a escribir y cuando lo hacía no quedaba nada satisfecho con el resultado. Sobrevivía gracias a un periódico y las cada vez más ocasionales colaboraciones con distintas revistas. Sus novelas apenas se vendían y hacía ya más de seis años que se había publicado la última, con notorio éxito de crítica pero escaso de ventas. El otrora renombrado escritor había caído en una honda laxitud y el apacible bienestar de la ilusoria gloria conseguida, sin importarle el saber que ésta era tan efímera que ya apenas le recordaban. Sentía como cada día que pasaba era más impermeable a las emociones y como el paso del tiempo vulgar le provocaba un tibio desencanto y anhelo de cambio insuficiente para sacarlo de su semipostración.

Su innata lucidez le indicaba qué era lo que precisaba para volver a escribir cuánto quisiera y cómo deseaba. Carecía de pasiones y mientras no encontrara o recobrara alguna, seguiría sin fuerzas para liberarse del sentimiento, hondamente arraigado, de desgana existencial y asaltar con éxito el transcurrir del tiempo vulgar.

Tenía que reivindicar lo gerundial y olvidar lo pretérito, ése que le indicaba lo que pudo ser y confirmó que rara vez confluyen el curso de los hechos con la esperanza. Tenía que romper con su actitud servil ante la abulia. Tenía que sorprender a los idólatras del sentido común que no confiaban en su resurrección y lo habían enterrado hacía mucho. Tenía que resarcirse de los funestos efectos de la pereza. Tenía que imponerse a un solapado e inconsciente miedo al fracaso. Tenía una existencia que se estaba diluyendo en la nada. Tenía tantas cosas por delante que decidió no perder más tiempo. Parado ante el espejo se rapó la cabeza, luego se duchó y vestido con camisa blanca y vaqueros, cargó con su ordenador portátil y salió a la calle. Entró en el primer Café que hacía esquina (una de sus supersticiones) y comenzó a escribir de manera febril, derribando dudas e incertidumbres a golpe de teclado, dejándose llevar por la punzante euforia de quien sabe que la vida es demasiado preciosa para desaprovecharla y confiando en recobrar una pasión perdida.

Dedicado al escritor Oscar Mortara, que volvió a escribir y publicar, a pesar de que muchos lo pensaban peor que muerto.

jueves, 3 de abril de 2008

Litros de alcohol

Mauricio Leventhal era lo que se dice un hombre torturado. Desde su juventud, soportaba de mala manera el sentirse estafado por la vida y, con el paso de los años, éste sentimiento se acentuó, llenándolo de amargura y resentimiento. Se creía más inteligente que nadie y soñaba con expectativas incumplidas. Las mujeres duraban poco a su lado conscientes de su impotencia por hacerle cambiar de vida. Ni el amor, el proselitismo religioso ni el de diván (psicoanálisis), utilizados por unas y otras, consiguieron otra cosa que aferrarlo con mayor lealtad a la botella. El alcohol era su terapia y el combustible que le empujaba en una suicida huida hacia delante. Se embriagaba para poder escribir, con la vaga esperanza de triunfar en la Literatura y dejar de ser el pobre tipo que siempre había sido. Se embriagaba para seducir mujeres y, sobre todo, para conjurar la angustia de existir. Así, día tras día, transitaba su tiempo, amarilleándose el hígado y matando el demonio que todos llevamos dentro.

martes, 1 de abril de 2008

El otro

Desde siempre tuvo la aspiración de ser otro pero le faltaba valor para dar el paso. Ahora, cansado de sinsabores por ausencias, desengaños y divergencias entre sueño y realidad, además de poco confiado en los estímulos de lo imprevisible, se decidió a caminar hacia un yo soñado que representara aquello que no se había atrevido a ser. Salir en busca de ése otro, era una tarea que dependía de él y que le conferiría la posibilidad de escribir su destino por sí mismo, aunque éste fuera con distinto nombre.
Así, inquieto por poner en marcha su plan, se acostó a descansar, con la supersticiosa creencia que el sueño arraigaría el deseo a su subconsciente. Cuando despertó, temprano, lo hizo animado ante su nueva perspectiva vital y corrió a la calle a comprar el periódico. Con ansia incontenida, lo desplegó sobre su cama y repasó con atención la sección donde publicaban las Necrológicas. Intercambió nombres y apellidos hasta que dió con una combinación que le satisfizo: Daniel Barzilai . “No es mal nombre” repitió, antes de salir por la puerta.