jueves, 26 de febrero de 2009

SUEÑOS y SECRETOS

Me había despertado tarde y trastornado por varios sueños. En el primero, resultaba agraciado con un enorme pastel de chocolate casero, oscuro y tierno en un extraño concurso de reglas imprecisas. En el segundo, me reencontraba con una de mis ex. Curiosamente, ambos nos alegrábamos de vernos y no atinábamos sobre el modo de saludarnos, amagando entre un corto beso en los labios y uno en la mejilla. Al final, optábamos por esto último, con una sonrisa que presagiaba que la otra opción podría darse en breve. O no, porque mi siguiente sueño me apartó de ella para transportarme hasta una Bélgica ajena a la zona euro y dónde me vi obligado a pagar una sustanciosa propina al taxista, que me llevaba del aeropuerto a la ciudad, por las molestias de tener que cambiar mis billetes por francos.
Mientras me duchaba y posteriormente tomaba el primer café de la mañana, no podía parar de interrogarme sobre el significado de los recientes excesos oníricos. Pasar de no recordar mis sueños a hacerlo por partida triple, suponía un salto cuantitativo que me intrigaba. ¿Qué simbolizaba soñar con un pastel? ¿y con una ex a la que saludaba contento de volver a ver? ¿y con estar en Bélgica y no tener francos? (esto último, como se podrá suponer, me importaba bien poco pero, ya puestos….). No tenía ni idea, así que decidí salir a la calle a pasear, sabedor de que mi proceso mental era mucho más eficiente cuando se veía acompañado por el ejercicio motriz. Caminé, me tomé un segundo café en un bar, entré en varias librerías a curiosear y me senté en un parque a leer un recién adquirido libro: “El rufián moldavo”, de Edgardo Cozarinsky, que ya había leído hace tiempo y había perdido al prestarlo a un novia que abandoné y a la que no me daba el cuero para llamarla y que me lo devolviera. Cuando por fin llegó la hora de comer, me acerqué al Ombú, donde me encontré con mi buen amigo Samuel sentado a una de las mesas del fondo.
Me senté con él, que estaba tomando un Fernet y pedí lo mismo, añadiendo una parrilla de carne para los dos y una botellita de vino mendocino. Como me daba vergüenza hablarle de mis sueños y que pensara que soy un boludo con tanto tiempo libre que le da importancia a cosas que no la tienen, charlamos de minas, fútbol y política, temas de lo más socorrido en cualquier conversación entre hombres. A los postres, un exquisito tiramisú acompañado de café, se puso a juguetear con mi libro unos instantes para, muy serio, pasar a preguntarme:
- ¿vos conociste a mi abuelo Simón?
- sí, claro…todo el mundo conocía al doctor Weis….me caía bien el viejo…
- ¿Te caía bien? – preguntó con una sonrisa irónica de medio lado antes de añadir; ¿vos sabés a qué se dedicó de soltero, el insigne doctor Weis?....te lo voy a contar, pero agarráte bien a la silla, no seas que te caigas de tujes. Mi abuelo, mi querido abuelo, al que todos admiraban y respetaban y que a vos te caía taaan bien, se llamaba en realidad Szymon Weismann y fue uno de los capos de la Aschkenasum….
- ¿la qué?
- La Aschkenasum. La Aschkenasum, fue una escisión de la Zwi Migdal y estuvo dirigida por un tal Simón Rubinstein……pero todo era la misma porquería: traían a muchachas del este de Europa engañadas o literalmente raptadas, para prostituirlas en los lupanares de Buenos Aires, Santa Fé y otras localidades…una banda de hijos de la grandísima puta mafiosos entre los que estaba mi querido abuelo… un cafishio reconvertido en médico y que andá a saber en cuántas subastas de mujeres participó o cuántas copas compartió con el malnacido de Rubinstein, o con Noé Trauman, Simón Brutkievich, Mauricio Caro, Salomón Mittelstein y otros muchos rufianes…o quién sabe si no viajó él mismo a Polonia para traerse a alguna …. ése fue mi abuelo…maldita sea su memoria ¡
- No sé qué decirte, flaco…..tal vez sería mejor para vos pensar que tu abuelo se equivocó y que después, sintiéndose culpable, decidió cambiar de vida….
- Claro…..eso sería lo más cómodo pero, ¿qué pasa con el sufrimiento de esas chicas?.....de ellas nadie se acuerda, aparte de mencionarlas en algún libro de tanto en tanto…..mientras, el muy cabrón fue enterrado con todos los honores en el cementerio de Tablada, en vez de estar en el cementerio de Avelaneda donde terminaron otros como él, en un espacio para el escarnio y el olvido… en una tumba sin nombre a la que nadie va a dejar piedritas..
- ¿Y cuánto hace que lo sabés?
- Me lo contó mi viejo hará un par de años, poco después de encontrar una bolsa con fotos y documentos que mi abuelo escondía en el ático de su casa…Se le saltaban las lágrimas cuando habló conmigo y me pidió que por favor, no contara nada a mi madre y mis hermanos…vos no te imaginás cómo idolatraba mi viejo a su padre…¡¡¡
- Supongo que todas las familias tienen sus secretos…..
- ¿Vos también – inquirió sonriente
- No, yo creo que no pero, si querés, te puedo contar mis sueños….
Casualmente, ésta pasada noche tuve tres. En el primero……

martes, 24 de febrero de 2009

TIEMPO VARIABLE

El Café Baccara, que en otro tiempo tuvo un aura de finura, con sus cristales emplomados, mesas de hierro fundido y mucho mármol, se había convertido en un rincón propicio para nostálgicos e insomnes. A él, muy cercano a mi domicilio, solía acudir en busca de inspiración para mis cuentos. Me decantaba siempre por alguna mesa alejada de la puerta y contemplaba ensimismado a aquellos seres que adivinaba cargados de soledades y secretos, sofisticados en el fondo y poseedores de ricas experiencias vividas en la vieja Europa. En los poco menos de dos años en que frecuenté el local, una única vez entablé conversación con alguien y ni siquiera podría asegurarlo a ciencia cierta.
Fue una insalubre noche de marzo en la que la pegajosa humedad, los mosquitos y un opresivo calor me echaron de mi departamento, con un libro bajo el brazo, en busca de algún lugar mejor aclimatado. Apenas entré en el Baccara, un golpe de aire fresco me pegó en la cara como agradeciéndome que estuviera allí a esas horas. No había más clientes en el local que un anciano ocupando una de las mesas del fondo que me saludó con la cabeza, como si me conociera de algo. Intrigado y dejando en el aire la posibilidad de que mi vista o mi memoria fallaran, me acerqué hasta él para confirmarlo.
- disculpe, le conozco??
- no se preocupe de eso y siéntese, hágame el favor
Debía tener al menos ochenta años y aún sentado, se le adivinaba alto. Tenía los hombros anchos, la piel sonrosada y sus cabellos blancos peinados hacia atrás eran esponjosos y suaves como si fueran de lana. Su traje de buen corte, las modulaciones de su voz y los ademanes que esgrimía evidenciaban a una persona de esmerada educación y sólida posición.
- ¿me permitiría invitarle a un oporto?
- ¿por qué no? – dije, dejándome llevar por la agradable sensación de conocer a alguien que adivinaba interesante
Hizo señas al mozo y éste se personó enseguida, con dos copas llenas a rebosar.
- Me llamo Iosef Dogany – se presentó tras dar un primer sorbo a su oporto - y durante muchos años fui cliente más que habitual de este lugar….por entonces coincidíamos un nutrido grupo de húngaros, polacos, y rumanos exiliados de la segunda guerra mundial, a los que nos gustaba reunirnos para hablar en nuestras lenguas nacionales o en yiddish y jugar al ajedrez….Por eso, cuando lo vi entrar con ése libro de Elie Wiesel, no pude evitar invitarlo a sentarse a mi mesa….discúlpeme el atrevimiento pero yo lo conocí personalmente y me hizo evocar aquellas entrañables veladas…
- ¿Conoció a Elie Wiesel? – pregunté entusiasmado, ya que se trataba de mi autor preferido
- Sí, y no sólo eso sino que, y esto va a gustarle; el señor Wiesel vino en repetidas ocasiones a este lugar……..con toda probabilidad incluso llegó a sentarse en esa silla que usted ocupa ahora mismo…..como bien sabe, la 1ª edición de “La Noche”, fue editada acá, en Buenos Aires, por la Unión Central Israelita Polaca, bajo la guía de Mark Turkow, un buen amigo con el que coincidía en estas mesas al menos un par de veces por semana y que nos presentó al genial escritor transilvano…
Yo no salía de mi asombro ante sus revelaciones y durante algo más de hora y media escuché con febril admiración la historia de su vida y la de otros muchos individuos que, como él, arribaron a la Argentina huyendo de la barbarie nazi que asolaba Europa. Supe que el señor Dogany había sido un violinista de fama internacional, un niño prodigio que, desde su Budapest natal recorrió los más reputados teatros del mundo acompañado siempre por su familia, salvándose así del exterminio. Desde entonces, fijó su residencia en Buenos Aires y aunque viajaba frecuentemente, siempre retornaba a su hogar porteño, agradecido al país que les había salvado la vida.
Sentí pena cuando nos despedimos y dos noches más tarde, aún preso de cierto estado de efervescencia existencial, retorné ansioso al Baccara para proseguir mis conversaciones (en realidad yo me limitaba a escuchar sus narraciones) con el anciano. Pregunté por el señor Dogany al mismo mozo que nos había atendido y para mi perplejidad me confesó que ése cliente llevaba fallecido aproximadamente una década.

- No puede ser….antes de ayer estuve tomando oporto con él en aquella mesa del fondo ¿no se acuerda?
- sí, señor, me acuerdo de ud. pero estuvo bebiendo solo….y no oporto, que es una bebida que hace años que no servimos, sino grappa…
Lo miré fijamente a los ojos en busca de algún atisbo de burla pero su mirada reflejaba la natural serenidad de siempre.
- Está bien, está bien….- di por concluido el asunto, sabiendo que no llegaría a ninguna parte discutiendo con él.

Regresé a la noche siguiente, y a la otra y otras muchas pero jamás volví a encontrarme con el señor Dogany. Desde entonces, elaboré todo tipo de teorías para explicar el extraño suceso. Pensé que todo había sido un pliegue del tiempo o un solapamiento entre realidad y ficción o…yo qué sé….fueron tan demenciales algunas de ellas, que me avergüenzo sólo de intentar recordarlas…¡¡. Con el tiempo, fui olvidándome del asunto hasta que éste pasado domingo, recorriendo la feria de libros del Parque Centenario hallé, entre un revoltijo de viejos ejemplares, ajados y descoloridos, una primera edición de “La Noche”. Me temblaron las manos en cuanto lo agarré y lo adquirí por una miseria. Apenas abierto, casi se me para el corazón de un infarto; en una dedicatoria con tinta azul y, en húngaro, puede distinguir los siguientes nombres: Dogany, E.Wiesel y Buenos Aires. Inmediatamente corrí hasta la cochera donde guardaba mi auto y me dirigí presuroso a ver a Imre Tabori, íntimo amigo de mi difunto padre y el médico habitual de toda la familia. Sentados en el balcón de su casa de la calle Charcas con una copa de Tokaji entre las manos, escuché su potente voz con inequívoco acento, traduciéndome aquellas palabras:

Para mi amigo Dogany
Con afecto
E. Wiesel

Buenos Aires, 1956

jueves, 19 de febrero de 2009

ALIVE

Fragmento de la entrevista que el conductor de la tv argentina Andrés Haddad (coloquialmente conocido como “el turco”) realizó al célebre escritor Fortunato Archevolti durante la pasada emisión (17/02/2009) del programa “Café con Letras”.

- ¿Qué lleva a un autor tan notorio como usted, mimado por crítica y con extraordinario éxito de ventas, a adentrarse en el sendero de la novela negra? ¿Y por qué la elección de un pseudónimo de reminiscencias tan obvias como Tabaré Rabinowitz?
- Bueno, en primer lugar quiero aclarar que nunca he considerado a la novela negra un género menor y añadir que ya desde mi temprana adolescencia me vi seducido por esos personajes marcados por la soledad, el whisky y cierto aura de derrota y desengaño…Luego, de grande, relegué estas lecturas a las esperas en aeropuertos o estancias en hoteles hasta que un buen día, hace poco más de un año, repentinamente, comenzó a crecer en mí el deseo cada vez más intenso de escribir una. Enseguida ése ansia se transformó en la convicción de que podía hacerlo y así fue cómo publiqué dos bajo el pseudónimo de Tabaré Rabinowitz… En lo referente a éste, le diré que tiene que ver con un chiste que me contaron hace tiempo en el que una sexóloga revela a un compañero de viaje curioso, que los hombres que tienen el pene más largo son los judíos y más grueso, los uruguayos. Entonces, el tipo, con ánimo de impresionarla se tira el lance: Permítame que me presente, soy Tabaré Rabinowitz..
(risas)
- En la listas de los libros más vendidos en medio mundo, aparecen los suyos de un modo recurrente ¿no tiene miedo que, a pesar de la evidente calidad de los mismos, haya gente que deje de leerlos por una mal entendida idea de elitismo y huída de los gustos mayoritarios?
- La verdad, ése es un hecho que me resulta irrelevante aunque debo señalar que encuentro un poco absurdo, y acaso ridículo, permitir que prejuicios tan absurdos se impongan al inteligente criterio literario pero……allá cada uno con sus lecturas.
- En Italia, España y otros países europeos, usted es considerado una especie de "enfant terrible", no sólo por su negativa a aceptar puestos académicos en reputadas universidades sino por su declarado desprecio por la literatura que se hace actualmente en el Viejo Continente….
- Cierto, leo a muy pocos autores de dicha procedencia y salvo honrosas excepciones principalmente del Este, me decanto por escritores del continente americano, de punta a punta.
- Tampoco son novedosas sus manifestaciones elogiosas sobre la mujer argentina…¿qué es lo que le fascina tanto y qué es lo que la hace distinta de las demás?
- Le voy a decir que si bien no tengo un prototipo claro de mujer, siento cierta debilidad por las argentinas de piernas largas. Aparte de esto, y entrando ya en la generalización de nuestras hembras, me gustan porque tienen cierto garbo y un mundo que no encontré en féminas de otras procedencias…..no sé en qué medida esto tiene que ver con el psicoanálisis, la mezcla de razas o condicionantes ambientales…Además, como apuntó un personaje de mi querido y admirado Antonio Muñoz Molina, no es lo mismo llamarse Mariluz Padilla Soto que Carlota Fainberg, no le parece??.

lunes, 16 de febrero de 2009

LO HICE PORQUE PUDE

Me desperté sobresaltado e inmediatamente sentí la extraña oscuridad que me rodeaba, una oscuridad que no era la mía habitual sino otra, ajena y distante. Cierta angustia comienza entonces a oprimirme el corazón, mientras repaso visualmente el entorno y advierto el cuerpo femenino tendido en la cama a mi lado. Extiendo la mano y me topo con una espalda morena y desnuda, cóncava y en divergente curvatura con unas nalgas redondas y convexas tapadas a la mitad por una sábana de satén negro. Con extraordinaria delicadeza deslizo mis yemas a lo largo de su columna vertebral, desde ése punto de inflexión física hasta la nuca. No lo hago por deseo, ni siquiera con ganas sino movido por la intuición de que así reduciré mi angustia y me sentiré mejor. Pero no es así. La constatación de la belleza que emite ésa mujer dormida y mi orgullo de macho sexualmente satisfecho apenas logran restar el nivel de inquietud que siento. En ése instante comprendí que no era el momento idóneo de entregarse a filosofías sino el de salir de ahí y escapar del sentimiento de culpa que me asaltaba. Así, bajé de la cama, me vestí apresuradamente en silencio y me dirigí de puntillas hacia el pasillo que evidenciaba la puerta entreabierta del cuarto. Cuando cinco minutos más tarde arranqué mi coche, un único deseo abarcaba toda mi mente: que mi mujer nunca se enterara de que me acosté con su mejor amiga.

domingo, 15 de febrero de 2009

IF (rep. con variaciones)

Era uno de esos días calurosos, en los que el sol pegaba como si le debieran dinero, la camisa se adhería a la espalda y los calzoncillos se arrugaban con terquedad en torno a los muslos. Por las calles apenas transitaban vehículos o personas y el asfalto exhalaba un ligero humo con tufo de alquitrán. La inhóspita tarde porteña, húmeda y llameante, invocaba el resguardo de la sombra y los lugares con aire acondicionado más que a temerarias salidas. Sin embargo, un Israel Fuks indiferente a los perniciosos rigores de la canícula, optó por abandonar su domicilio, con ése peculiar andar suyo de mano derecha en el bolsillo y piernas marcando las dos menos diez, a modo de pato o cómico de cine mudo.

No sé qué hora sería cuando yo lo vi pasar por delante del Café en que consumía la tarde escribiendo y tomando cervezas bien frías. Tampoco sé qué me llevó a hacerle señas a través del ventanal del local invitándole a que entrara, porque nunca fuimos amigos sino meros conocidos del colegio judío y de la sinagoga del barrio, donde coincidíamos algunos sábados y en las principales festividades. Éramos sólo un par de buenos muchachos de la Cole a los que la vida y la fortuna tocaron de desigual manera. Él, había heredado una fábrica textil de sus padres y más tarde fue agraciado con una importante suma en la lotería, mientras que yo no había heredado un poroto y me ganaba el dinero escribiendo. Para compensar su buena ventura, y como si el destino se empeñara en establecer un imposible equilibrio, su mujer falleció en accidente automovilístico hacía unos años, cuando se encontraba embarazada de siete meses. Desde entonces, y ya iba para medio lustro, Israel parecía regodearse en la autocompasión y una resignada soledad no exenta de resentimiento.
- ¿qué hacés con este calor por la calle? – le pregunté cuando lo tuve delante
- Nada, salí a pasear…..
- sentáte y tomá algo
Obedeció y pidió lo mismo que yo.
- Hace mucho que no te veía. Bueno, en realidad, hace mucho que no veo a nadie……..¿seguís escribiendo? – me preguntó
- Sí, qué remedio……estoy ultimando un artículo para el periódico, dándole duro a mi próxima novela y colaborando con un guión de cine…..también me salió una cosita para televisión….
- Eepa, vas a morir de éxito, flaco
- De éxito no, de agotamiento
- ¿y a vos? ¿cómo te va con la fábrica?
- Pse, los asiáticos nos están jodiendo……a la gente sólo parece importarle el precio y no la calidad….todo lo que ellos fabrican es schmate pero les da lo mismo…..fijáte cómo va la gente vestida y decíme si no da pena….ahora hasta los que tienen plata van como crotos…..es un desastre
- Y, sí………respondí por empatía y comprobando que, casualmente, ése día me había vestido decentemente
- De todas formas…..poco me importa…….
Siguió un silencio breve y difícil hasta que de repente me preguntó:
- ¿seguís casado con Sandra?…………se llamaba Sandra ¿no?
- Sí
- ¿Les va bien?
- Sí – respondí casi avergonzado
- Tenían un hijo ¿no?
- Ahora tengo dos, un nene de seis y una nena de uno y medio
- Te felicito
- Gracias - le dije, sintiendo una punzada de culpa
Entonces temí que me dijera algo del tipo: “el mío ahora tendría casi cinco”, así que pensé en cómo cambiar de tema, por temor a sus palabras o al silencio. Por suerte (en esos instantes lo consideré así) el sonido de su celular acudió a mi rescate. Atendió sin demora el llamado y excusándose con un gesto de su mano, se levantó de la mesa y dirigió al fondo del Café, junto a los baños, para hablar con mayor intimidad. Cuando regresó, apenas pasado un minuto, se despidió de mí con un enérgico apretón de manos.
- Me tengo que marchar…….me alegro de haberte visto – me dijo
- yo también

A través del ventanal, vi cómo detenía un taxi a la puerta del local y me saludaba con la mano y una sonrisa franca antes de montarse al vehículo. No sé quién le llamó ni hacia dónde se dirigía pero nunca llegó a destino; su taxi fue embestido lateralmente por un camión en un cruce e Israel murió en el acto.
Cada vez pienso en ese día, no puedo abstraerme de un halo místico presente en todos mis pensamientos, preguntándome cómo pude yo influir en la pauta seguida por los acontecimientos hasta el fatal desenlace, y el significado de habernos encontrado precisamente aquella tarde, tras años sin vernos. No tengo respuestas. Sólo preguntas, y la imagen de su sonrisa y su mano, despidiéndose de este mundo.

viernes, 13 de febrero de 2009

LA ISLA DEL TESORO (rep.)

Dada la proximidad de mi domicilio a unos conocidos grandes almacenes (El Corte Inglés) acudí al macrocentro para comprar un libro que quería regalar al hijo de unos amigos que cumplía 13 años. Entreteniéndome por las estanterías, no lograba dar con un ejemplar del título que buscaba, así que me acerqué en demanda de ayuda a una de las dependientas de la sección que, uniformada con camisa a rayas y falda azul, pasaba el plumero por el lomo de los multicolores volúmenes.

- Buenas tardes, señorita, estoy buscando "La isla del tesoro" - le dije mientras la seguía a su puesto de venta, dotado de una caja y un ordenador.
- ¿Cómo me ha dicho que se titulaba? - me preguntó una vez instalada

La pregunta me hizo caer, inmediatamente, en la cuenta de lo inútil de mi solicitud de auxilio, ya que si no recordaba una obra tan conocida y además tenía que teclearlo en el ordenador, entonces....

- "La isla del tesoro"
- ¿ "La isla del tesoro" ? - repitió para confirmar que había oído bien, y añadió según tecleaba: ¿novela o ensayo?.

Ante tal interrogante, no pude más que mirarla con indulgencia y cierta compasión, sospechando que la semana anterior sin duda habría desempeñado sus funciones en otra sección. Presumiblemente, en Frutas y Verduras.

miércoles, 11 de febrero de 2009

NO TEMÁS CAER

Desde que Malena estaba en mi vida, dejé de odiar los domingos. Ella venía a casa el viernes por la noche y no se marchaba hasta el lunes por la mañana, haciendo del fin de semana una grata experiencia emuladora de los matrimonios más felices. No hacíamos nada del otro mundo; salíamos a visitar librerías y ferias de libros, pasear, descubrir restaurantes nuevos, tumbarnos abrazados en el sofá a ver alguna vieja película en dvd y explorar con esmero nuestros respectivos cuerpos, en danzas sosegadas y placenteras. Cuando llegaba el lunes y ella partía para su trabajo, yo permanecía prendido de los recuerdos de las recientes experiencias vitales que tanto equilibrio y bienestar me aportaban. Este último, sin ir más lejos, me quedé como un idiota parado en el balcón de mi departamento mirando el parque de enfrente sin verlo y dejando que mi mente me trasladara al pasado domingo. Nos habíamos levantado tarde (entretenidos entre las sábanas) y tras comprar el diario, fuimos a desayunar a un bar cercano a base de café con leche y medialunas de manteca. Después, paseamos largo y tendido por el barrio, deteniéndonos en el Parque Centenario y bajando hasta Canning, donde algunas numerosas familias jasídicas que paseaban al sol me trajeron a la cabeza la imagen de una pata con sus patitos. Casi sin darnos cuenta se nos echó encima la hora de comer y optamos por un pequeño local especializado en cocina italiana; uno de esos con manteles a cuadros, paredes pintadas en tonos arena y mozos de pelo oscuro que te trataban de ud. Pedimos fettuccini con salsa mediterránea y un excelente Navarro Correas Merlot del 2004, que bajamos sin ningún esfuerzo mientras intercambiábamos intimidades. Tras el postre, tiramisú y café, regresamos pronto a casa para echar una siesta, hábito éste que no perdonábamos bajo ningún concepto y responsable de que siempre almorzáramos en lugares cercanos a mi domicilio. Recuerdo que ya en el ascensor la abracé por debajo del pulóver, sintiendo entre mis manos sus pechos redondos y compactos como duraznos sin madurar. Ya en el cuarto, me mandó sentarme en la silla de mi escritorio mientras de una bolsa que había traído el viernes extrajo unas sábanas y una funda de almohada . Todo ello confeccionado en raso de color negro. Al ver que se disponía a cambiar la ropa de la cama, quise ayudarla pero ella no me dejó:
- no, vos sentáte y mirá – dijo con determinación
Obedecí, impaciente a la par de interesado y crecientemente excitado mientras observaba la precisión de sus movimientos.
Por fin, cuando terminó y comencé a desnudarla, me detuvo y ordenó:
- ahora acostáte, que enseguida vuelvo
Se fue al baño y regresó instantes después vestida únicamente por un camisón negro de seda. Me impresionó gratamente verla tan sexy de pie ante la puerta, observándome con picardía y sonriendo ante mi mirada de deseo.
- por favor, pase a mi despacho – la invité tirando de la sábana y mostrándole el interior de la cama
- sí, doctor pero prométame algo
- lo que haga falta – respondí convencido de mi flaqueza del momento
- que no me dejará caerme de la cama….porque tengo miedo que el roce del camisón con el tejido de las sábanas termine dando conmigo en el piso
- jajjaja no se preocupe ud., que conmigo no tendrá esa problema
- ¿me lo asegura?
- totalmente, y sino, que se muera Bin Laden ahora mismo.

Dále.....vení ¡.

* Dedicado a REMEMBRANZA y ANA MARÍA PARENTE.

lunes, 9 de febrero de 2009

AM-FM

Entré en aquel barcito esquinero con el ánimo de descansar de una de mis interminables caminatas matinales. El local era oscuro, estaba lleno de humo y un puñado de hombres y mujeres repartidas en unas cuantas mesas me miraron con desconfianza en cuanto pasé al interior. A la ordinariez de los congregados, se le unía un rancio olor a tabaco y vino barato que provoca cierto picor en las fosas nasales e invitaba a regresar por donde había venido. Sin embargo, me senté de cara a la calle y pedí una copa de grappa. Mientras la tomaba, a pequeños sorbos, miraba a las personas que transitaban por delante, al tiempo que no conseguía desentenderme de la conversación que dos tipos mantenían en la mesa de al lado:

- Estaba medio dormido con la radio puesta…oyendo uno de esos programas pelotudos donde la gente llama para contar sus problemas y que pasan después de los partidos, y mirá lo que son las putas casualidades que, de pronto, escucho la inconfundible voz de Mariana. Le estaba diciendo al locutor que todavía me quería, y que ….
- ¿Pero estás seguro que se refería a vos? Mirá que ustedes hace casi dos años que ya no están juntos...
- Sí, sí, era yo pero tenés razón al preguntarme eso, porque yo por entonces no sabía si lo decía por mí o por otro tipo y sólo lo deduje cuando la mina siguió hablando: “es que lo dejé porque me sentía culpable…en una fiesta de la empresa en la que trabajo, mezclamos pastillas con la bebida y terminé acostándome con un compañero en su departamento…” y medio llorando siguió contando “me sentí una porquería y pensé que él no se merecía lo que le hice…me daba mucha vergüenza mirarlo a la cara, así que por eso le dije que ya no lo quería…para que se buscara a otra mujer mejor que yo”…“pero no puedo olvidarlo, siento que es el hombre de mi vida al que perdí por boluda, por un estúpido error…y estoy desesperada porque sin estar a su lado todo carece de sentido”. Además, aportó algún otro detalle más clarificante y en un momento dado se le escapó mi nombre, lo cual ya no dejaba ninguna duda..
- Qué bizarro, che ¡ yo pensaba que estas cosas sólo pasaban en el cine o en las novelas
- Como te lo cuento, negro. ¿Y viste que después llama la gente para dar sus consejos, no? Bueno, pues me quedé escuchando un rato, porque esto era algo que despertaba mi curiosidad…Desgraciadamente, sólo una oyente se refirió a nuestro caso y para aportar una de las consabidas estupideces que se dicen en estos casos: “yo le aconsejaría que si le quiere, que luche por él….que escuche a su corazón”.
- ¿Y no pensaste en llamar vos?
- No, la verdad es que no, así que apagué la radio e intenté dormir. Sin éxito, claro. Me pasé toda la noche pensando en ella, intentando comprender el porqué de su extraño comportamiento de antaño y especulando qué haría si me la volviera a encontrar.
- ¿Y qué pasó?
- Pues nada, que la llamé al día siguiente pero sin decirle que la había escuchado por la radio. Le pregunté que cómo andaba y al final ella se lanzó y me propuso quedar para tomar un café. Charlamos, me pidió perdón en medio de un mar de lágrimas y después de cenar terminé cogiéndomela en el auto…
- ¿Y ahora, qué vas a hacer?
- Llamar a la radio para contarlo, o te pensás que voy a perdonar a la muy turra??

miércoles, 4 de febrero de 2009

UN CASO DE DOBLE PERSONALIDAD O ALGO ASÍ

Nada más llegar a España, Carlos Kadarian consiguió emplearse en una agencia de viajes. De esto hacía cinco años y desde entonces, sus días se sucedieron sin pasión, padeciendo la lenta erosión del trato con la gente y el constante soñar con algo mejor. Sin embargo, cuando sus esperanzas apenas se mantenían en pie, un par de acontecimientos trastocaron su existencia de modo significativo: gracias a una amiga de una amiga, comenzó a publicar artículos en una revista cultural y, en segundo lugar, por mediación de un conocido de un paisano, entró a trabajar como creativo en una agencia de publicidad. Día a día acudía a la oficina vestido con traje oscuro y camisa blanca, en un estilo parecido al lucido por Bernard Henri-Lévy y que contrastaba con la imagen de un creativo al uso. Pero, C.K. tenía mucho talento, tanto que no tardó demasiados meses en dejar de acudir a diario a la empresa para sólo aparecer para concertadas reuniones con sus jefes y/o los clientes. Trabajaba en casa y sus mejores ideas las obtenía mientras paseaba, leía un libro o después de acostarse y apagar la luz. Multitud de imágenes pasaban por su dinámico cerebro, flotando entre nubes de frases, palabras sueltas y mensajes llegados de quién sabe dónde y que interpretaba con la precisión de un experto en puzzles.
Paralelamente a una cada vez más ansiosa pasión por sus labores profesionales, una inquietante personalidad comenzaba a abrirse paso en su interior, colonizando zonas del inconsciente hasta entonces inexploradas. Así, mientras de lunes a viernes vestía elegantemente, cultivaba su mente y su cuerpo, disfrutaba de ciertos placeres como beber excelentes vinos, salir a cenar a elegantes restaurantes y tomarse alguna copa en locales de moda repletos de muchachas receptivas, los fines de semana se abandonaba. Dejaba de ducharse, vestía ropa deportiva barata combinada con camisa a cuadros y zapatos de rejilla, se pasaba horas en el sofá intoxicándose con duras sesiones de televisión, acudía a ver los partidos de fútbol a bares cutres en barrios periféricos e incluso a veces caía en el vicio de contratar los servicios de prostitutas callejeras. En el colmo de la degeneración llegó a meterse en cines a ver películas españolas o leer y subrayar libros de Manuel Rivas.
Nadie que le conociera podría identificarle tras su aspecto de dominguero; despeinado, mal vestido, con un palillo perenne entre los dientes, bebiendo cerveza como si fueran a prohibirla, escupiendo en la calle y rascándose los huevos en público sin ningún pudor. Lo peor, con todo, es que aunque sabía que no estaba bien lo que hacía, disfrutaba de esta pulsión soez y ordinaria por lo que cada vez relegaba más el momento de enfrentarla. Sólo al recordar el modo en que sus padres le educaron y la culpa hacía acto de presencia en forma de angustia tomaba acciones inmediatas. Entonces, se metía bajo la ducha, se acicalaba con esmero y vestía con elegancia para sentarse en el sofá a ver alguna película sesuda película de dvd, con el todavía palpitante miedo de convertirse en “ése otro yo”, que todos llevamos dentro.