martes, 30 de junio de 2009

DIFFERENT

A pesar de los más de nueve metros de barra y la ausencia casi total de clientes, aquel trío de tarugos tomó posiciones al lado mío. De inmediato me llegaron sus emanaciones de Eâu de Sobac, como adelanto al encogimiento de oídos que me provocaría tanta palabrería vácua lanzada con desenfreno; desde el fichaje de Cristiano Ronaldo hasta la repetición de chistes verdes o comentarios idiotas sobre Política y Economía. Sudorosos, con barrigas abultadas y gritando como condenados, deglutían una ración mixta de lomo con bacon, tomaban cerveza chasqueando la lengua y se limpiaban la boca con el dorso de la mano. Tampoco escatimaban otros gestos y en consecuencia, se rascaban sin disimulo la entrepierna, sostenían palillos entre los dientes o hacían buches con la bebida (es que estaba muy fría, le explicó uno a los otros). Para mi desgracia, y aún reconociendo que sentía cierta fascinación enfermiza ante tanto despliegue de ordinariez, mi café con leche estaba hirviendo por lo que no me quedó mayor defensa que alejarme todo lo que pude de aquel foco de emanaciones de vulgaridad y que me hacía pensar en personajes salidos de Los Hombres de Paco o de cualquier película subvencionada donde el pantalón de chándal, los zapatos de rejilla y los bares de fritanga son decorados comunes.

- Capitán, pónganos otra ración y otras birras – clamó el que parecía más cateto de todos

El espectáculo audio-visual continuaba y no pude evitar, por contraste, acordarme de Londres. Hacía apenas venticuatro horas, yo estaba en un pub de Camden Town tomando plácidamente una pinta, contemplando la decoración del local y lanzando fugaces miradas al canalillo de una camarera que me devolvía miradas amagando sonrisas. Pero no sólo me sentía atraído por esos encantos que saltaban a la vista (los mamíferos y los arquitectónicos), sino que me seducía de un modo particular, la manera educada y formal que tienen los ingleses de atenderte, sin caer en la falsa camaradería ni el almibarado trato de camareros y comerciantes al que yo estaba acostumbrado. Por si resultara poco, afuera, los coches se detenían unánimemente ante los pasos de cebra, la gente no escupía por las calles y los edificios lucían libres de graffitis. Debido a esto, otros detalles que me reservo (por si alguien se ofende) y a filias particulares que tienen que ver con Disraeli, Chaplin, el Marqués de Pombal o Stanley Kubrick, me entraron ganas de quedarme a vivir un tiempo allí, deleitándome con largos paseos bajo la lluvia por los numerosos barrios de la ciudad, respirando el agradable olor de la tierra mojada de sus grandes parques o empapándome del arte expuesto en sus museos.

Horas después, cuando me aproximaba a la zona de embarque para volver a Madrid, comprobé que se habían formado dos colas ante el mostrador de la compañía: una oficial y otra anexa formada por los que se querían colar. Comprendí que ya casi estaba en casa y que Londres quedaba atrás, con los sorry, el trato exquisito y la flema británica. Sólo una cosa pedía para el viaje; que mi compañero de asiento fuera inglés o, en su defecto, un mudo.

martes, 23 de junio de 2009

PARTY

No acostumbro a salir de noche pero, ese día, decidí hacer una excepción. Un amigo mío organizaba una pequeña fiesta en su recién estrenada vivienda; un ático con terraza donde había habilitado una enorme mesa repleta de botellas de las más diversas bebidas alcohólicas aparte de tortillas, croquetas, panchitos, gominolas y otras exquisiteces de alta cocina. Cuando yo hice mi aparición, la fiesta se encontraba en su punto álgido, con unas 20-25 personas bailando y charlando mientras la música de Lenny Kravitz sonaba sin parar, como si hubieran conectado un aparato auto-reverse con las obras completas del músico neoyorquino. Al rato de mi llegada, el anfitrión tuvo la ocurrencia de presentarme a un par de chicas, quizás temeroso de que mi misantropía saliera a flote y corriera a encerrarme en un armario o meterme bajo la cama. Una de ellas era insignificante en todos los sentidos y la otra estaba dotada de una generosa vanguardia, tenía cara de niña traviesa y una nariz que hacía sospechar una rinoplastia, dado el parecido con la Ramoncín o la de Paloma San Basilio. Para completar la descripción diré que, de espaldas, ofrecía unas curvaturas que no desmerecían la impresión que provocaba de frente, conformando un todo que podría definirse como “capicúa”.

Nada más presentarnos, obvié a la primera y fijé mi atención en la segunda, la cual respondía con interesada viveza a mis miradas y con creciente apego a mis palabras, provocándome una hemorragia de vanidad y estimulando un recurrente repertorio de ironías y brillantes sarcasmos. Por su parte, me contó que había estudiado Bellas Artes y actualmente, además de trabajar en una agencia de viajes, estaba matriculada en un curso de Reiki, otro de Quiromancia y un tercero de Tarot. “¡Qué interesante” le dije yo con falsedad y cruzando los dedos para que por favor no se le ocurriera hablarme de Jodorowsky, la curación a través del incienso u otra pelotudez del amplio catálogo esotérico.

Desgraciadamente, mis temores se cumplieron, y el nombre del taumaturgo salió a la palestra, acompañado de otros temas que fueron desde el fenómeno OVNI hasta la reencarnación, pasando por las apariciones marianas o el I Ching. Aún cuando yo era consciente de que había ligado, confirmando la hipótesis de que tontas y locas son las más fáciles, no dudé en clasificarla de inmediato como “histérica” lo cual hacía que las futuras promesas de coito si bien eran seguras, traían consigo unos efectos secundarios que se me antojaban difíciles de soportar a mi edad. No estaba, ni mucho menos, dispuesto a acudir a restaurantes de comida macrobiótica, conciertos de Aute, obras de teatro ininteligibles o a la Filmoteca para ver películas de países exóticos (todavía me escocía el recuerdo de cuando fui a ver, con otra novia que tuve, la “Semana del Cine Romántico Birmano de los ochenta”) así que me agarré con ahínco a cierta frase del siempre genial Andrés Calamaro: “Le dije a mi corazón, sin gloria pero sin pena, no cometas el crimen varón, si no vas a cumplir la condena”. Sin embargo, otra parte de mí estaba dispuesta a “venderse”, a seguir aguantando su rutina de papagayo y sus tonterías con tal de poner otra muesca en el cabecero de madera de la cama: a fin de cuentas, un polvo siempre es un polvo y para arrepentirse siempre había tiempo…Y en eso andaba cuando entró en escena un gay con más pluma que una manada de ocas a la carrera:

- ¿No me vas a presentar a tu amigo? – le preguntó a ella pero mirándome a mí como si pudiera desnudarme con los ojos

Nos presentó. “Es un placer” - dijo él. “Lo mismo digo” – mentí
A partir de ese momento, la conversación decayó. Por una parte, cada vez sentía menos ganas de liarme con ella. Por otra, las miradas del plumífero me incomodaban y yo no tenía pensado ampliar el círculo de mis amistades así que, aprovechando que estaban concentrados contemplando la luna llena y hablando de buenas y malas energías, atravesé la terraza, después la casa y cerré la puerta por fuera.

viernes, 19 de junio de 2009

EL POSEIDÓN

Dos hechos, en principio azarísticos, determinaron que llegara a conocer el Café Poseidón. El primero, haberme quedado dormido en un colectivo y, el segundo, una súbita tormenta de tintes bíblicos que me sorprendió en la calle y sin paraguas.

Debían de ser las diez y media de la mañana cuando, cansado de trabajar toda la noche en mi próxima novela, me subí al primer colectivo que pasaba por la Av. Díaz Vélez, sin rumbo determinado y con la secreta esperanza de toparme con lugares y perfiles humanos singulares. Era una más de mis excentricidades, una manera simple y absurda de tentar al azar aunque, para ser sincero, jamás sucedía nada y lo más significativo que me tocó vivir en esos viajes, fue apearme antes de terminar trayecto en algún barrio marginal. Del trayecto de aquel día apenas recuerdo nada, ya que a las pocas cuadras del mismo caí dormido con la cabeza apoyada contra la ventanilla y no volví a abrir los ojos hasta que el conductor me despertó al llegar a la última parada. Me disculpé como si hubiera hecho algo malo (influencia de una ortodoxa educación con pánico al ridículo) y salí a calle. Ante mí, tenía un barrio de casas semejantes entre sí, un barrio residencial de clase media, ni muy decadente ni nada ostentoso, de esos donde los vecinos charlan en la vereda y prefieren comprar en el almacén de la vuelta que agarrar el auto para ir al Shopping. Y poco más pude observar de mi entorno porque, de repente, unas nubes negras aparecieron en el cielo y comenzaron a descargar agua con furia, obligándome a refugiarme en un bar de aspecto caduco y decrépito anunciado como Café Poseidón en grandes letras amarillas pintadas a modo de semicírculo sobre el gran ventanal. El establecimiento era largo y estrecho (en forma de L) con una barra construida en ladrillo y un conjunto de mesas en formica con las esquinas saltadas y sillas de hierro forjado que habían sucumbido a la oxidación. La clientela, acorde con la variedad del mobiliario, iba desde jovatas que fumaban cancheras y tomaban pippermint, viejos con boina que jugaban al truco y cincuentones de pelo teñido con aire de putos hasta un grupito de cuatro pibes enfundados en ropas negras y aspecto de haber salido de un cuento de Poe que consumían un líquido a juego con su atuendo (supuse que sería Fernet pero andá a saber). Tan ecléctica fauna dejó de hacer lo que estuvieran haciendo para mirarme fijamente en cuanto entré por la puerta, con una atención y desconfianza desmesurada, como si sospecharan que mi aparición obedecía a motivos que iban más allá de refugiarme de la lluvia. Me incomodaba esa actitud pero, la violencia de la tormenta no animaba a aventurarse en la intemperie sino aferrarse a cualquier abrigo por lo que, aparentando indiferencia, pedí un vino blanco al mozo y fui a sentarme junto a la ventana. Sorbí aquel líquido con apariencia de lavandina y un sabor no del todo distinto y me concentré en ver cómo el nivel del agua subía rápidamente. En pocos minutos, ya trepaba por encima del cordón de la vereda, amenazando con detener la ciculación de vehículos y meterse en las casas. El ruido atronador y la oscuridad reinante ahí afuera, me llevaron a imaginar lo bueno que sería estar en esos momentos entre las sábanas de Lucía, sintiendo su confortable calor corporal al tiempo que escuchaba el repiqueteo del agua contra las persianas.

- aquí tiene, señor – me sacó de mi ensoñaciones el mozo, apoyando un platito con carne en salsa encebollada sobre mi mesa – es invitación de la casa – añadió con una sonrisa dirigida al resto de la clientela más que a mí
- gracias – balbuceé, cayendo en la cuenta de que todos me observaban con curiosidad e interés y menos recelo que antes

Como pocas horas antes había desayunado copiosamente en casa, no hice mucho caso de la masa gelatinosa que reposaba humeante a mi lado como tampoco en las miradas de los demás. Lo que sí supuse, fue que aquello debía ser la especialidad del lugar porque, en todas las mesas ocupadas habían platitos semejantes pero vacíos y con restos de salsa. Así que obviando un entorno que se me antojaba hostil o extraño, continué a lo mío, mirando por la ventana y pensando en mi novia hasta que, una hora más tarde la tormenta por fin cesó, tan de golpe como se había desatado y dejando en el aire un agradable aroma a tierra mojada. Rápidamente, las alcantarillas comenzaron a absorber la ingente cantidad de agua que inundaba las calles y sol se asomó sin vergüenza, haciéndose con el control del cielo y animando a la gente a volver a salir de sus casas para retomar sus ocupaciones matinales.

Cuando al rato llegué a mi departamento, me tiré vestido sobre la cama y no desperté hasta mediada la tarde, al presentarse Lucía con un paquetito de facturas y la intención de que compartiéramos unos mates. Por lo que me contó, ni en su barrio ni el mío habían llovido aunque había escuchado en los informativos que algunas zonas de las afueras habían quedado anegadas de agua y el Cuerpo de Bomberos se había tenido que emplear a fondo.

Diez días más tarde, leyendo el periódico en un banco del parque, me topé con una noticia que me dejó de piedra y sacudió de arriba abajo: Un operativo policial realizado durante la tarde de ayer en el Café Poseidón, terminó con la detención del propietario y la desarticulación de una banda de jóvenes autodenominada “Primos de Satán” que traficaba con carne humana………..La Justicia Federal de Buenos Aires investiga si los actos delictivos se cometieron con la connivencia de la clientela del local………una denuncia anónima puso en conocimiento…….se esperan más detenciones………”
Volví a releer con atención la noticia y sentí el alivio de no haber probado aquel plato que me ofrecieron. Por desgracia, el sosiego me duró poco porque enseguida una pregunta me vino a golpear en la cabeza: ¿Si así preparaban la carne, de qué carajo estaría hecho el vino?¡¡

miércoles, 17 de junio de 2009

INTELETUAL

Fortunato había regresado de su larga gira promocional por Europa y nos había invitado a cenar en El Ombú. Desde hacía más de dos meses no nos veíamos y los contactos telefónicos o vía mail eran incapaces de competir con un cálido abrazo y nuestras conversaciones cara a cara. Así que una vez más, en la misma mesa que frecuentábamos, los tres amigos coincidimos ante un asado y una botella de buen vino.

- Fortunato Archevolti: ¿Qué anduvieron haciendo durante mi ausencia?
- Leví: ¿Aparte de extrañarte?......pues mirá, te lo voy a decir así sin más, sin anestesia. Acá, tu amigo Mauricio, me propuso como guionista de la nueva edición de Gran Hermano ¿qué te parece?
- Mauricio Melul: Lo hice para que te sacaras una guita extra – intervino a modo de disculpa
- Fortunato: No te puedo creer. ¿me lo estás diciendo en serio?
- Leví: Lo mismo pensé yo cuando me lo dijo
- Mauricio: Bueno, che, no es para tanto….además, me dijiste que no – volvió a disculparse
- Leví: ¿Y qué querías que te dijera? ¿Qué me moría de ganas por sumergirme en un programa donde se encierra a un grupo de tarados sin habilidad alguna, hablando todo el día de pelotudeces y encamándose los unos con los otros para que al final gane el más idiota, el más cínico o el más parece más bueno? Si ni siquiera lo vi nunca, más que haciendo zapping…y ni aún así me lo banco
- Mauricio: Lo que pasó es que conozco al productor del programa desde la secundaria y me preguntó si no sabía de un tipo inteligente que supiera escribir y bueno…pensé en Leví
- Leví: Por favor ¡ Gran Hermano es algo incompatible con el término “inteligente” …
- Fortunato: No sé, debe de haber algo fascinante en toda esa idiotez televisada, algo que a nosotros se nos escapa…
- Mauricio: Eh, no vayan a pensar que a mí me gusta GH¡ ustedes ya saben en qué tipo de proyectos me involucro...sólo era por hacerle un favor a un conocido…el tipo quiere darle un toque más intelectual a la presente edición. Para ello pretende que unos cuantos concursantes sean licenciados, profesionales de distintos medios tipo abogados, arquitectos, algún médico, etc. romper así con el monopolio de personajes retrasados, banales y de paso ver la confrontación natural que se produciría entre ambos grupos o sino, crearla artificialmente
- Leví: A mí no me contaste eso
- Mauricio: No me diste tiempo, me colgaste en cuanto escuchaste las palabras Gran Hermano
- Fortunato: ¿Todavía estamos a tiempo?
- Mauricio y Leví: ¿Estamos?
- Fortunato: Claro, vos hacés que contraten a Leví, yo colaboro con él en la sombra y los tres nos matamos de risa a costa de esos boludos. Eso sí, con la condición de que su nombre no aparezca por ningún lado.
- Mauricio: No hay problema
- Fortunato: Vale, y ahora pedí un vino caro, que lo va a pagar tu amigo el productor. Ya verás lo contento que se pone con lo inteletual que le va a quedar el programa¡

domingo, 14 de junio de 2009

APARICIÓN NOCTURNA

Samuel despertó de una pesadilla, bañado en sudor y con una taquicardia que le hizo llevarse, con aprensión, la mano al pecho. De inmediato, se percató que no estaba solo en el cuarto; un individuo todo blanco, túnica incluida, lo miraba con sorna apoyado sobre la esquina de su escritorio:

- ¿quién es usted?- preguntó asustado Samuel - ¿Es Dios?- añadió
- ¿Te creés que Dios no tiene otra cosa que hacer que venir a verte, boludo? ¿Quién te pensás que sos? ¿Moisés? ¿Vos me ves aspecto de zarza ardiente? - contestó el extraño
- Entonces...........balbuceó el asustado Samuel
- Soy el Malaj-a-Mavet
- ¿Quién?
- El Malaj-a-Mavet - volvió a afirmar, alzando la voz y adoptando una pose orgullosa que enseguida se desvaneció ante la expresión ignorante del infeliz
- ¿Vos no sos Samuel Levinger? – inquirió
- No, yo soy Samuel García, para servirle.
- O sea, que no sos judío....
- No
- Y éste no es el 1256 de Lincoln boulevard...
- No, éste es el 2165
- ¡La pucha!, Ya han vuelto a darme las señas equivocadas...Así no se puede trabajar¡¡ estoy hasta las bolas de estos angelitos chupamedias y de los Sindicatos ¡ Che, contáme ¿en qué andabas soñando, que te despertaste tan sofocado?
- Soñé que me moría
- ¿Ah, sí? ¿Cómo?
- Me daba un ataque al corazón mientras dormía.
- Hummm, qué interesante.....
- Interesante, por qué ?- se interesó alarmado
- Porque acá en el informe que me dieron, se especifica el infarto en el apartado “Causa del óbito”
- Pero…pero, en mi sueño yo me moría un domingo, y hoy es martes
- ¿Y cómo sabés que era domingo? ¿acaso los ataques al corazón no son todos iguales, con independencia del día de la semana?
- Es que, en mi sueño, vi como me acostaba con molestias en el pecho, provocadas por el descenso a segunda división de mi equipo de fútbol y...
- Bueno, bueno, dejáte de milongas- le cortó sin miramientos. Ya que estoy acá te llevo, porque ahora me da pereza desplazarme hasta la otra dirección... además, te aclaro que yo vine hasta acá en Subte, ni siquiera en un remis y, mucho menos volando, como se piensan ustedes los pelotudos mortales
- Pero, yo quiero vivir más y además....yo no soy judío.
- ¿Qué pasa? ¿sos antisemita?
- No, pero...
- Pero, Qué ?
- Que quiero vivir
- "Quiero vivir", "quiero vivir", eso gimotean todos cuando vengo a buscarlos. ¿Para qué querés vivir más?. ¿Te creés que tu miserable vida va a cambiar en algo por unos días de regalo?. Dále, vení, que ya viviste bastante
- Pero...es injusto
- Y,sí…La vida es injusta, y la muerte también, aunque la verdad, algo menos.
- ¿No podríamos llegar a un acuerdo.
- ¿Vos me querés coimear? ¿Con quién te pensás que estás hablando? ¿con el vigilante de la esquina? Yo soy un Ser Divino ¡
- No, no , perdone, no quería decir eso…..pero por favor, déjeme vivir, déjeme vivir Ilustrísima – suplicó Samuel poniéndose de rodillas y llorando como un cocodrilo
- Hummmm, no se, no se...la verdad es que no me caés mal pero....yo tengo que llevarme un Samuel ésta noche
- Sí pero yo soy Samuel García.
- Por eso no te preocupés, que el apellido lo corrijo con Typex en un minuto. Total, a ellos lo único que le interesa es que le lleve a alguien y las estadísticas les sigan cuadrando
- Por favor, por favor, no quiero morir - volvió a implorar
- Bueno, mirá vamos a hacer una cosa. ¿Vos tenés auto?
- Sí - contestó intrigado y sin comprender
- Pues entonces vestíte y llévame al 1256, porque insisto, hoy tengo que llevarme un Samuel. Ah, y andá rezando para que el tipo esté en casa..


* En la tradición judía, el Malaj-a-Mavet es el Ángel de la Muerte.

sábado, 13 de junio de 2009

TRES ARGENTINOS CHARLANDO DE PUBLICIDAD EN UN RESTAURANTE LIBANÉS DEL CENTRO DE MADRID

Hace escasas semanas, me parece que un miércoles, sucumbí al antojo de tomar comida libanesa y me acerqué a un afamado restaurante pegado a la Pza. de Sta. Ana cuyos dueños son unos cristianos oriundos de Alepo. Mientras aguardaba mi pedido, saboreando una Carlsberg, tres argentinos irrumpieron en el local, ocupando la mesa contigua a la mía y despertando mi interés de inmediato. Si bien habitualmente me desentiendo de las conversaciones ajenas, ya sea por educación o por mera indiferencia, en ésa ocasión y sin duda por causa del orígen común que nos unía, me esforcé en escuchar de qué hablaban. De inmediato deduje que eran porteños (el acento y la pose los hace inconfundibles) y con el transcurrir de la charla fui sacando en claro que uno trabajaba en Publicidad (llamémosle Martín), otro se dedicaba a la Informática (pongámosle Alejo) y el tercero (Gustavo) era un enigma. Lo que hablaron fue, más o menos, lo siguiente:

M: Mirá, lo que pasa con la publicidad, es que se ha desprestigiado mucho......
G: pues yo creo que fuera del medio, todavía mantiene cierta aureola de sofisticación, cosmopolitismo, ingenio....y que sigue seduciendo a mucha gente....
M: pero esa gente no entiende un carajo.....en la publicidad no hay glamour y mucho menos lo que vos decís....
A: sí, la verdad es que hay mucho desubicado....
G: a mí, lo que me llama la atención es cómo se desprecia a la imaginación y la inteligencia, cuando se supone que deberían ser piezas claves de sus mecanismos...
A: pero no sólo en la publicidad, eso también pasa en el cine, la televisión o el sector editorial......hay una indiferencia absoluta por lo excéntrico, lo fuera de lo común y lo sorprendente.....parece que no aspiran más que a perpetuarse siempre en las mismas fórmulas...
M: y .. claro ¡¡ es un negocio, flaco y cualquier otra consideración, para ellos es un error, aunque le pongan un falso envoltorio....los creativos no son creadores....¿cuál fue el último anuncio bueno que viste?...Lo peor es que se creen artistas..... para ser creativo sólo te hace falta conocer a alguien......estos tipos no tienen más talento que el muestran por fuera....con sus peinados raros, sus camisetas de promoción o con frases ingeniosas y su andar desganado como si vivir les doliese....
G: o sea, que yo mismo podría ser creativo...
M: y si conocés a alguien, sí.....
A: yo voy todas las semanas a la agencia a la que les llevo todo el asunto informático y te puedo decir que allá no hay ningún Einstein.....empezando por el jefe, pasando por el director creativo ..y llegando a los demás.....la más piola, me parece que es la telefonista que, por cierto, está rebuena....
G: che ¿y cuánto gana un creativo?
M: y no sé......dos mil y pico euros....
C: no jodás, negro..¿no podés buscarme un hueco en alguna agencia?
M: ¿y qué te pensás? ¿qué vos ibas a aguantar?.. si vos detestás la frivolidad y la apariencia....además, vos sos demasiado culto...¿un tipo que lee a Borges en Publicidad?...me acuerdo que cuando yo iba a la facultad, nos enseñaban hasta Teología.....
A: no sabía que ganaban tanto esos pibes......me dejás impresionado..
M: y más...¡¡ pero eso no es nada.....Mirá, cuando trabajaba con Agulla y Baccetti, había cuatro directores creativos, y cada uno se llevaba 15000 dólares....pero claro, aquello era otra historia... estabas reunido y de pronto aparecía Agulla y decía:¿en qué andan?. Le explicabas y el tipo al rato te soltaba: “y por qué no lo enfocan así” y te tiraba una idea, que te rompía la cabeza.....¡eran dos capos....¡¡
G: leí en un libro que cuando Dreyfus vino a España, un día fue a hablar con el jefazo de una agencia y le mencionó a Luis Puenzo para que rodara un anuncio..el otro le preguntó: ¿y ése quién es? “uno que ganó un Oscar”, le respondió el ruso, así que imagínate el nivel...
A: y además tuvo un lío con Jane Fonda ¿no?
G: creo que sí, pero yo no estaba delante....jajaja
M: ¿Sabés lo que pasa? que las agencias están dirigidas por mediocres, que vienen de otros campos y que para dárselas de algo, contratan a gente más mediocre que ellos así no le hacen sombra......todo es negocio.....les importa un bledo la calidad de los trabajos.....
A: sí, pero los clientes no exigen...?
M: a los clientes les da igual....lo único que les interesa es que la campaña le salga barata...
G: de cualquier forma, estamos hablando de Publicidad, no de arte.....así que para qué hacerse mala sangre?
A: Tenés razón, así que dejémonos de joda y pasáme el vino.

viernes, 5 de junio de 2009

ENCUENTRO INESPERADO

La primera vez que lo ví no lo reconocí, aunque tuve la sensación de que no me resultaba del todo desconocido. Sentado en un banco del Parque Centenario, se servía vino en una copa de fino cristal veneciano de color verde, con la mirada extraviada y dando la impresión de estar un poco aburrido. Su semblante era la de un dandy, de un burgués bohemio que llevaba una existencia desocupada y solitaria, al margen de los apuros que impone la vida moderna y ajeno a las miradas curiosas o reprobatorias. Vestía traje negro y una camisa blanca sin corbata, calzaba unos zapatos de inconfundible diseño italiano y no aparentaba más de sesenta y pocos (más tarde me enteraría que pasaba con holgura los setenta), favorecido por un bronceado playero que contrastaba con sus cabellos canosos muy cortos y una barba desarreglada del mismo color. Con miedo a pasar por maleducado, desvié mi mirada de él y continué mi paseo, impresionado por una imagen que se me antojaba muy literaria o cinematográfica y reafirmado en la sospecha de conocerlo de algo. “En cuanto llegue a casa, me pongo a investigar”, me dije a mí mismo.
Al día siguiente, olvidado el propósito de búsqueda, volví a encontrarlo, en el mismo banco y en idéntica actitud, con la variante de que ahí vestía pantalón de lino beish con remera negra y la botella de vino era de otra marca. Nada más regresar a mi departamento me puse a buscar ansioso en las solapas de los libros, presintiendo que podría ser algún escritor. Mi pálpito resultó acertado y después de un breve registro reconocí, con moderado asombro, sus actuales facciones la vieja foto de un hombre jóven de rostro aniñado y sonrisa tímida en una primera edición de “Amor voluble”. Junto a este ejemplar, se encontraban apilados otros títulos del mismo autor, como: “Historias de rufianes rioplatenses”, “Sudestada”, “Amores súbitos”, “Eras vos”, “Tiempo de prejuicios” y “El testigo escondido”. Los extendí sobre la mesa del living y observé con atención las distintas fotos del autor, que correspondían a los años 1954, 1959, 1962, 1967, 1974, 1980 y 1992. En ésta última no quedaba mucho de aquel muchacho aunque seguía persistiendo un aire reconocible en la mirada y los rasgos angulosos que comenzaban a adivinarse.
Al tercer día, acudí nuevamente al parque con el libro “Amor voluble” bajo el brazo. Decidido en mis dudas, tomé asiento en una esquina del banco donde él se encontraba, con su habitual botella y copa. Simulando leer, me esmeraba en inclinar el libro de tal modo que pudiera ver con claridad la portada y esperar así su posible reacción. Al principio parecía hacer caso omiso de mi presencia hasta que, por fin, pude apreciar su mirada de soslayo y una sonrisa dibujándosele en los labios. Consciente de mis intenciones, aún me hizo aguardar unos minutos, encendiendo un cigarrillo y fumándolo con parsimonia antes de dirigirme la palabra:

- Cuando le parezca bien se lo firmo jóven…. – me dijo con voz un tanto áspera
- Discúlpeme, pero no sabía cómo abordarlo…..no todos los días se encuentra uno a Rodolfo Sigal en un parque….
- Está bien, no se preocupe, dígame como se llama y le garabateo una breve dedicatoria – sentenció tomando el libro entre sus manos y sacando una lapicera del saco, con una naturalidad extraña dada su prolongada desaparición de la vida pública.
Cuando le confesé mi nombre se me quedó mirando, con las cejas arqueadas y gesto interrogativo. Sin duda, tenía referencias mías y, en mi vanidad quise incluso imaginar que había leído alguna de mis obras. Resultó ser así porque lo siguiente que me dijo fue:
- Me gustó su libro de cuentos “Decíme mentiras”
- ¿En serio? - inquirí con falso asombro
- Sí, soy muy sensible a ésas historias donde se evidencia que en el amor no existe el libre albedrío y uno no puede decidir de quién va a enamorarse…
- Gracias – balbuceé - y dígame don Rodolfo, ¿para cuando una nueva novela?
- No, jóven, mi época de escritor ya pasó…me cansé de escribir y ya no tengo historias interesantes para compartir….ahora disfruto como lector y únicamente me permito, de tanto en tanto, la travesura de escribir sesudos artículos de filosofía, política internacional o deportes, valiéndome de pseudónimos como Jaime Puig, Osvaldo Varela, Julio Shaffer…
A fin de cuentas, como tengo la cuestión económica solucionada (él y su hermano heredaron las célebres Ferreterías Austral y varios miles de hectáreas en la Patagonia), puedo dedicar mi tiempo al ocio indiscriminado, la contemplación serena de la cotidianidad, el ejercicio aleatorio de excentricidades y mi gusto por el vino…en definitiva, soy un espíritu libre al servicio de mis impulsos…

Tras una parada teatral, añadió:
- O eso, o es que me quedé sin ingenio y sin nostalgias…..y no se puede ser artista sin haber perdido algo. Soy viejo pero no un viejo choto, así que reivindico lo gerundial, no lo pretérito…

Después, me ofreció un cigarrillo y continuamos hablando pero ya no de él sino de otros escritores, mujeres y fútbol, hasta que la conversación se agotó y nos quedamos en silencio mirando el entorno. Finalmente, nos despedimos con un apretón de manos y una sugerencia de su parte:
- Por cierto, jóven, el próximo día traígase una copa porque la mía no la comparto….Manías de viejo, sabe usted…?

martes, 2 de junio de 2009

INTERESANTE INTERÉS

Pasar las tardes solo, en mi pequeño apartamento, me resultaba algo insufrible. Por eso, apenas el sol daba una tregua, salía afuera y perdía el tiempo vagabundeando por las calles, leyendo en los cafés y cansándome antes de regresar a casa, donde afrontaba tóxicas raciones televisivas hasta bien avanzada la madrugada. Al despertar por la mañana, sentía como cada vez me costaba más levantarme de la cama para acudir a un trabajo tedioso y mal retribuido, donde me sumía en rutinas improductivas mientras mis sueños relegados y no cumplidos se cebaban sobre mí en forma de neurosis y consecuente angustia. Tenía la certeza que todos me veían como a un extraño y que en esa ciudad jamás me sucedería nada, porque era un lugar vacío de sentido para mí, un lugar donde no podía germinar ningún hecho inesperado y grato, por insignificante que fuera. De ahí que, aún hoy, recuerde con especial regocijo e inextinguible sorpresa mi decisivo encuentro con Jimena.
Fue un miércoles de junio, caluroso y con amenaza de tormenta, en que sentí ganas de conocer un local argentino que habían abierto a la vuelta de la esquina. Aún cuando la decoración no me motivaba lo más mínimo, con una intensa iluminación blanca que resaltaba el brillo de las superficies de plástico del mobiliario y el aire acondicionado se manifestaba en forma de viento polar, pedí dos empanadas de carne, un botellín de Quilmes y tomé asiento a una mesa que daba a la calle. Con el libro en una mano y una empanada en la otra, mantenía un difícil equilibro sólo interrumpido cuando me servía más cerveza o subrayaba algún párrafo. Tan absorto estaba en mis cosas, que tardé un buen rato en darme cuenta de que ella me miraba, no de un modo pasajero y ocasional, sino con incisiva curiosidad, como si me conociera de algo o bien pretendiera hacerlo.Por eso me inquieté cuando, con una copa en la mano, se acercó decidida hasta donde yo me encontraba:

- Disculpá. ¿vos no sos Marcelo Treves….el autor de “Vanidades vetustas y otros cuentos”? – preguntó con inconfundible acento porteño.

Hacía unos años, yo había ganado un importante premio literario que otorgaba la Municipalidad de Buenos Aires, recibiendo todo tipo de lisonjas por parte de la crítica especializada: “una imaginación fértil, cargada de matices que producen un resultado fascinante” (Sergio Petrocci, de Página 12), “Treves interpreta la realidad de un modo singular y personalísimo dotando a sus cuentos de una musicalidad que entronca con la mejor tradición argentina” (Esteban Kaminsky, de Clarín), “una brillante incursión por la ironía” (Carlos Casanova, Letras con Mayúsculas)………..Por desgracia, los buenos augurios y las expectativas unánimes no encontraron confirmación futura y mis siguientes títulos pasaron sin pena ni gloria, relegando mi nombre a un merecido olvido y provocando la atrofia definitiva de mis impulsos creativos.
- No me digás que vos lo compraste….. – respondí, más relajado y vanidoso al saberla paisana y lectora mía
- Sí, me lo regaló mi mamá………y después yo me compré “Ordinaria Ordinariez; cuentos para el colectivo” y tu única novela : “Alma”
- Mirá vos ¡ yo pensé que sólo mis tías compraban mis libros….y decíme ¿qué cuento te gustó más de “Vanidades vetustas”?
- “Pena Grande”, sin duda. Me encanta cómo diseccionás psicológicamente al protagonista……cómo, ante la desintegración de su mundo, va aceptando estoicamente todo lo que le pasa…y te tengo que confesar que según iba leyéndolo, miraba una y otra vez tu foto en la solapa del libro, especulando sobre cuánto podría tener de autobiográfico o si se trataba de mera empatía hacia la problemática de un personaje
- ¿Y a qué conclusión llegaste?
- Bueno, mi mamá decía que, aún cuando utilizabas la tercera persona, en realidad estabas hablando de vos mismo pero yo me decantaba por la segunda opción…Eso sí, con la sospecha de que algunas de esas sensaciones no te eran del todo ajenas…
¿tengo razón?
- O no….en todo caso comprenderás que, como autor, no puedo resolverte el dilema….sería como una traición hacia mi mismo y sobre todo hacia mi personaje, una especie de violación de la confidencialidad que le debo…

Continuamos hablando un rato más de libros antes de pasar a otras cuestiones. Se vió sorprendida cuando le dije que había cambiado la literatura por la seguridad de un trabajo fijo y, bastante menos, al enterarse que estaba soltero porque, según ella, un individuo con un universo interior como el mío debía verse asfixiado conviviendo con alguien, salvo que ésta persona fuera algo muy especial, lo cual sucedía en contadas ocasiones. Además, hacía rato que se había dado cuenta de que no llevaba alianza y apenas prestaba atención a las mujeres que pasaban por la calle.
- ¿Siempre sos tan observadora?
- Si tengo interés, sí.
En cuanto a ella; era pediatra, llevaba apenas un par de semanas en Madrid y a principios del siguiente mes se incorporaba a una conocida clínica privada del barrio de Salamanca. Allá, en Buenos Aires, acababa de sufrir el asalto a su departamento y el robo de su coche a punta de pistola, lo que la decidió a un cambio aires para recuperarse del trauma sufrido.

- Bueno, fue un placer conocerte pero, me tengo que ir – dijo al cabo de un rato
- ¿Te voy a volver a ver?
- Si tenés interés, sí ……..aunque tengo que advertirte de una cosa; si eso sucede, yo voy a hacer que volvás a escribir.

Antes de salir por la puerta se volvió para mirarme, sonriente y dejándome con una duda hoy despejada: Saber cómo le quedaría un bebé propio en los brazos.