jueves, 28 de mayo de 2009

El tiempo perdido no se recupera jamás

Afuera acababa de amanecer y yo aún no me había acostado, ultimando el guión que debía entregar al día siguiente y repasando mi próximo artículo para el periódico con el que colaboraba. Sentado a oscuras en uno de los sofás del living, sujetaba un plato de pasta frola sobre las rodillas y una taza repleta de café con la mano mientras miraba distraído mis estanterías repletas de libros. Fue entonces cuando el estridente timbre de mi celular me sacó de golpe de ese burbuja de abstracción y serenidad balsámica.

- Hola ? – atendí
- Hola – respondió una dubitativa voz femenina
La reconocí de inmediato. Su nombre pertenecía a mi pasado pero mi química contradecía a mi cerebro, manifestándose en un instantáneo cosquilleo en el estómago y un temblor incontrolado en mi pierna izquierda.
- ¿Cómo estás? – preguntó tras un prolongado silencio
- ¿eso a qué viene? – contesté con fingida naturalidad
- perdoná - se excusó
- ¿para que me llamás? – inquirí conteniendo las ganas de empezar a las puteadas
- quería saber cómo andabas……….pienso mucho en vos
Aquello era más de lo que podía aguantar sin calentarme:
- ¿vos me estás embromando?
- me gustaría verte – dijo tras una pausa efectista
- te repito, ¿vos me estás embromando?

Silvia y yo habíamos vivido juntos durante cuatro años y llevábamos casi tres separados. Recuerdo cómo me gustaba verla llegar a casa después del trabajo, cocinar para ella y verla, apoyándose sobre el marco de la puerta de mi despacho en camiseta y bombacha, preguntándome si aún iba a tardar mucho en ir a la cama. Yo era feliz en esos días y pensé que ella también hasta que, una mala mañana encontré una nota suya de despedida sobre la puerta de la heladera. Necesitaba espacio y encontrarse a sí misma, decía. Cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que ambas cosas pareció hallarlas en la cama de un puntero izquierdo de River ; un petisito melenudo que se metía por la nariz la mitad de producción de coca de Bolivia y que terminó confinado una larga temporada en una clínica en la Quiaca. De Silvia sólo supe, hasta hoy, que se había ido a vivir al interior, a Paraná o algún otro lugar de Santa Fé.

- no me guardés rencor, por favor te lo pido…..dejáme hablar con vos
- mirá, nosotros no tenemos nada que hablar…..no te guardo rencor pero no me interesa lo que me tengás que decir así que, ahora, espero que no me vengás con que tenés cáncer, te estás muriendo y querés irte al otro mundo con la conciencia tranquila…
- no, no es eso…….es que expongo en una galería de Palermo y quería saber de vos…..ser tu amiga y..
- ¿ser mi amiga? Dejáte de joder, flaca – la interrumpí para, a continuación, agregar – que haya sido cornudo no significa que sea boludo…
- Néstor (un amigo común) me dijo que no tenés pareja
- ¿Y? ¿qué carajo me querés decir con eso? ¿te pensás que ando tan mal como para querer estar con una turra como vos?
- Sólo quiero verte….tomarnos un café
- moríte - le solté, sin el menor miramiento, antes de cortar una conversación en la que no tenía ningún interés

Instantes después, mi celular volvió a sonar y siguió haciéndolo, a intervalos de cinco minutos, hasta que lo apagué, guardé en un cajón y salí a la calle, sin furia que rumiar pero, con la necesidad imperiosa de contárselo a alguien.

lunes, 25 de mayo de 2009

SCRIPT

Generalmente, la gente te llama cuando quiere algo o se siente mal. Por eso, el pasado jueves, me sentí sorprendido cuando mi amigo Marcos Izcovich llamó para ofrecerme un encuentro con un productor de cine y televisión al que, en su calidad de abogado, había asesorado en varias ocasiones. Acepté, movido más por la curiosidad que por la esperanza de poder cambiar de trabajo así que, puntual como un reloj, me presenté en las oficinas de Arboleda Producciones Audiovisuales. Éstas, ocupaban la sexta planta de una mole construida mediados los setenta, con mucho aluminio, cristales ahumados, y entrada por dos calles; una importante arteria infestada de tráfico a todas horas, y un callejón con varios pubs y contenedores donde el fin de semana se hacía insoportable el olor a vómito y orina.
Al entrar en las dependencias, me recibió la típica secretaria curvilínea de sonrisa perenne y tetas erizadas sentada frente a una pantalla de ordenador y con un exótico modelo de teléfono vintage en color rojo al lado.

- Le están esperando – me abordó nada más verme, levantándose de su cubil y conduciéndome por un pasillo enmoquetado

Pasé a un despacho de tipo minimalista, pintado en gris claro, con escasos muebles y un par de pinturas coloristas de temática abstracta e inescrutable. El suelo era de roble y el escritorio, acrílico, se aposentaba sobre una alfombra de cuero de vaca con diseños geométricos en tonos rosa, verde limón y amarillo. “Esto debe ser la modernidad” pensé, antes de estrechar las manos de mi amigo Marcos y la del productor, que bebían whisky de pie junto a la ventana. Me sirvieron otro a mí y pasamos a tomar asiento.
Frente a nosotros, encajado en un ostentoso sillón de cuero, Borja Bermejo comenzó a explayarse sobre su trayectoria profesional, sacando a relucir su mejor catálogo de obviedades y permitiéndose algunas gracias como decir que a él, en el mundillo, lo conocían como B.B. Al decir esto último arqueó las cejas y me miró, esperando alguna reacción por mi parte. Forcé una sonrisa, se dió por satisfecho y parloteó unos minutos sobre la importancia del rating antes de ir al grano.

- Marcos me comentó que sois muy amigos…
- Sí, bastante….allá en nuestro Buenos Aires natal vivíamos a tres calles de distancia pero, curiosamente, nos conocimos cenando en una parrilla argentina aquí en Madrid el mismo día en que él aterrizó en la capital…
- Qué cosas pasan ¡……..bueno, verás, como ya te habrá comentado tu amigo, nosotros producimos series, programas concurso e incluso alguna película, así que siempre estamos necesitando guionistas, porque a pesar de estar bien asentados en el mercado seguimos en expansión y queremos gente que de enfoques interesantes a nuestros productos… Marcos me pasó hace unos días algunas de las cosas que escribes y tengo que reconocer que me gusta como lo haces -dijo señalando un taco de hojas - ¿tienes algo de Borges, no?
- Sí, siete u ocho libros y un póster
- jaja no, me refiero a que los argentinos escribiendo tenéis, aparte de evidente ingenio, un cierto elitismo europeísta, un cosmopolitismo muy notorio….y eso es bueno pero, para trabajar en televisión, vas a tener que cambiarlo….nosotros buscamos algo más directo, menos sofisticado….y no te lo digo por mí, que me leí todas las novelas de Borges sino porque el público no quiere pensar sino entretenerse….es principalmente gente jóven, que hasta habla con faltas de ortografía, no entiende de historias de nazis, escritores o refugiados centroeuropeos…y que lo quiere son aventuras con piercing y problemas de alcohol, drogas y sexo prematuro….o como mucho, de puretas que no pueden pagar la hipoteca, les gustan los coches tuneados, echan un polvo los sábados y se visten en chándal para bajar a ver el partido de fútbol en el bar de debajo de casa….

Siguió con su perorata mientras yo fingía escucharle, pensando aún en las novelas de Borges que decía haber leído, intentando contener la risa y mirando cómo mi amigo fruncía los labios y se miraba los zapatos para no estallar en una carcajada.

- Míra – explicó enseñándome mis escritos mientras pasaba las páginas buscando anotaciones en lápiz rojo – aquí por ejemplo, utilizas palabras como “reminiscencias”, “incertidumbre”, “agorafobia”, “misantropía”, “incongruentes”, “vicisitudes” etc. Esto está muy bien para un libro pero no para un guión televisivo….los actores no sólo no saben lo que significan sino que habría que repetir escenas hasta que aprendieran a pronunciarlas ¡¡
- Sí, por eso no hay problema – contesté mordiéndome la lengua para no echar mano de algún comentario insultante
- Bien, muy bien, eso es lo que quería oír, porque podemos sernos útil el uno al otro y esto podría ser el principio de una hermosa amistad jajaja (se rió solo) …..la Televisión es un buen lugar para ganar dinero.. – sentenció guiñándome un ojo
- Sí, eso me dijo mi tarotista
- ¿Vas a una tarotista? – preguntó tras dar un respingo y añadió entusiasmado– me tienes que dar la dirección, porque yo voy a una muy buena pero está en Barcelona

Asentí con la cabeza y él se incorporó para servir otra ronda de whiskyes. Ya no hablamos más del asunto hasta que, al despedirnos, me estrechó la mano y concluyó:

- Entonces te lo piensas y me contestas en un par de días, vale?
- Claro, no te preocupes que te llamo
- Consúltalo con tu tarotista

Lo miré a los ojos y me di cuenta que decía en serio. Ya me quedaban pocas dudas que la industria televisiva estaba en mano de tarados hiperactivos y supersticiosos, iluminados con patologías ególatras y cultura lacustre (llena de lagunas) a los que el éxito económico sonreía en base a la perpetuar la expansión de perversas conductas. Pero bueno, pagaban bien, yo era Aries con ascendente Capricornio y la secretaria volvió a sonreirme al pasar.
Quizás, después de todo, aquél podía ser un buen sitio.....

miércoles, 20 de mayo de 2009

GENTE BIEN

La desoladora tarde de domingo porteño se vió súbitamente alterada por una violenta lluvia. Las gotas caían con furia y en menos que canta un gallo mis ropas quedaron empapadas, los goterones resbalaban por mi cara y el pelo se me aplastaba sobre el cráneo. Así, pasado por agua, entré en la primera cafetería que encontré. Su pulcro aspecto externo y el neón rosa con el nombre: Long Beach anticipaban, para cualquier mente medianamente intuitiva, lo que hallaría en el interior: un local amplio, más iluminado que un laboratorio y forrado con formica. Todo ello decorado en una paleta de colores propia de un cuadro de Lichtenstein, es decir, blanco, azul, rojo y amarillo.

Enseguida tomé asiento a una mesa y pedí un whisky. Me pusieron mala cara (la sugerencia de la semana era el jugo de mango con kiwi) pero me sirvieron un excelente escocés. Apenas le di dos tragos ya me sentí reconfortado, feliz de estar sentado disfrutando de una copa mientras en la calle lluvia a mares. Únicamente me faltaba un poco de nicotina pero aquel era un lugar libre de humos y de haber encendido un cigarrillo seguro me habrían linchado. Aburrido de ver llover, paseé mi vista por el entorno. La totalidad de la clientela pertenecía, excepto yo, a la endogámica burguesía porteña; pimpollos con camisetas Lacoste y el pelo en punta, muñequitas cuarentonas, rubias, estiradas y con la palabra “boluda” grabada en la frente, y algún que otro cincuentón de camisa a rayas y pulserita de cuero en la muñeca. Curiosamente, o no tanto, con uno de estos se encontraba un claro exponente del segundo grupo y antigua novia mía en los lejanos tiempos de la facultad: Cristina Unzueta y Baigorri. Aún cuando desvié mis ojos nada más reconocerla, no fui lo suficientemente rápido para esquivarla e inmediatamente me estaba haciendo señas con la mano y llamándome por mi nombre. Más por vergüenza ajena que por otro motivo, me acerqué a su mesa. Hechas las presentaciones, aquí mi prometido Micky, aquí un amigo de la facultad, a su acompañante le salió el gallito compadrón que llevaba dentro y lucía por fuera.

- Así que vos sos escritor…..¿y por qué no te dedicás a algo de provecho? Jajaja – quiso ser gracioso antes de proseguir - Yo, nunca leí un libro en mi vida. Bueno, miento, empecé alguno pero no conseguí terminarlo y aquí me tenés, fabrico y exporto material de polo y además tengo un club de paddel en Palermo…
- Qué interesante – exclamé con una ironía no captada
- ¿Verdad que sí? – terció ella, intuyendo que su amado sospechaba que ambos habíamos sido más que amigos

La verdad es que mi relación con Cristina no había sido un modelo a imitar. Sólo nos unió el sexo dado que, por lo demás, teníamos tanto parecido el uno con el otro como el que existe entre un coco y un colectivo. Sin embargo, guardaba un recuerdo neutro de ella; nos habíamos separado sin armar ruido y cuando coincidíamos por el campus nos saludábamos agitando la mano o moviendo la cabeza. Por eso me sentía tan incómodo, porque nunca tuvimos nada que decirnos y mucho menos ahora, después de tanto tiempo y con semejante fanfa sentado a la misma mesa.
En esa atmósfera enrarecida aguanté, con estoicidad, el relato de cómo se conocieron (en un acto de no recuerdo qué en el hotel Sheraton) y sus dorados planes de futuro en común, con boda a la vista y posterior luna de miel en Bali.

- ¿Vos conocés Bali? – quiso saber él
- Sí, estuve una vez allí, haciendo un reportaje para National Geographic – mentí

Esto pareció impresionarlo, como si viera en mí una vocación cosmopolita sin complejos que ponía en evidencia la suya, tan artificiosa y entrenada como un desfile militar. A sus ojos, yo ya no era un escritor de tres al cuarto sino un tipo canchero, viajado y con mucho mundo. Entonces quiso hacerse el simpático, interesándose por mi vida y obra e invitándome a otro whisky “traiga el mejor que tenga”, ordenó al mozo.
Yo estaba poco predispuesto a hablar de mí mismo, así que me fui por las ramas y puse a hablar de banalidades hasta que cesó de llover y saqué a relucir una inminente cita con el director de una revista.

- Qué macana que te tengás que ir, che ¡ - se lamentó ella con falsedad mientras me daba un apresurado beso en la mejilla
- Tomá, llamanos un día y nos vemos – dijo Micky a la vez que tendía una tarjeta con sus pomposos nombres, dirección y teléfono grabados

Cuando salí por la puerta encendí un cigarrillo, saqué su tarjeta de mi bolsillo y la tiré en la primera papelera.

viernes, 15 de mayo de 2009

MEDIALUNAS

Desperté cuando faltaban escasos minutos para aterrizar. Por la ventanilla del Boeing 747 que me llevaba desde Madrid, contemplaba el serpenteante estuario del Plata y los verdes campos que lo circundaban. De inmediato me embriagó la nostalgia de mi infancia; los partidos de fútbol en la calle, los veraneos en Mar del Plata o Miramar y la incertidumbre sobre cómo habría tratado el destino a mis antiguos vecinos y compañeros de colegio. Apenas había trascurrido un año desde mi última visita pero en cada regreso me asaltaban los mismos recuerdos y similares preguntas, con un deje de culpabilidad por mi exilio europeo. Sin embargo, este viaje no tenía nada de sentimental, sino un significado mucho más preciso. Aparentemente, venía a presentar mi nuevo libro de cuentos pero la esencia era otra: traía una sentencia, una sentencia formulada hacía mucho tiempo y cuya ejecución no aceptaba más dilaciones.
Tras recoger mi escaso equipaje, fui abordado por una morena hermosa, alta, de cuerpo vigoroso, ojos verdes y largo cabello castaño ensortijado a la que no me hubiera importado conocer en cicunstancias más propicias.

- soy la sobrina de Moshé – se presentó extendiéndome una mano nervuda de dedos fuertes y largos.

Nos dirigimos al estacionamiento, subimos a su auto y pusimos rumbo a la ciudad.
- agarrá un sobre que hay en la guantera – me ordenó
Obedecí y comprobé que contenía unas fotos, unos informes de las rutinas de mi objetivo y un vial de un líquido incoloro además de una jeringuilla.
- Moshé, confía mucho en vos por lo que parece – dijo con un evidente toque de celos y desconfianza
- El Viejo (lo llamábamos así desde siempre debido a su prematuro encanecimiento) siempre se portó bien conmigo y no podía decirle que no a este acto de justicia tardía - expliqué
- ¿por qué te eligió a vos precisamente?
- Bueno, Moshé ya pasó al retiro, así que no podía organizar esto por vía oficial….por otro lado, además de la estima mutua que nos tenemos, habrá considerado las cicunstancia de mi viaje para presentar mi libro, mi pasaporte español, mi apellido de escasas reminiscencias judías y….mis llamémoslas “habilidades letales”

Sonrío vagamente, dejando ver unos dientes blancos y perfectos que añadían un plus de atractivo al que ya evidenciaba la armoniosa ecuación de su rostro. Como si esa sonrisa fuera un punto de inflexión, el resto del viaje transcurrió en una atmósfera más distendida, hablando del tiempo, los políticos argentinos, la situación en Oriente Medio y la crisis internacional. Cuando llegamos a la puerta de mi hotel lamenté que el viaje no durara más pero como dijo no sé quién: “la suerte no dura” y la mía parecía que iba por direcciones ajenas a tan agradable compañía.

- Be hatzlajá ¡ – se despidió de mí, con dos besos

A lo largo de los tres siguientes días pensé bastante en ella, presenté mi nueva obra y dediqué el resto del tiempo a verificar los movimientos del futuro difunto. Era un nonagenario que vivía en Villa del Parque en compañía de su esposa y dos personas de servicio. Había sido presidente y fundador de la principal empresa fabricante de componentes eléctricos de la provincia: Electrocomp, que ahora gestionaban sus dos hijos, y en su cédula de identidad figuraba como Adolfo Montalbán, natural de La Plata. Sin embargo, su nombre originario era Maris Vitolts, natural de Riga, antiguo comandante de las SS letonas y responsable de la muerte directa de miles de judíos, entre éstos, los padres y abuelos de Moshé, mi viejo jefe. El antiguo criminal llevaba una existencia sosegada, tranquilo de creerse a salvo de la larga mano del Mossad después de tantos años de protección tácita por parte de Perón y los sucesivos gobiernos militares que mal gobernaron a la Argentina. Ahora, con 91 años, aunque aparentaba una década menos, hacía una vida de lo más normal, como cualquier persona que no llevara sobre su conciencia asesinatos masivos; recibía la diaria visita de sus hijos, jugaba con sus nietos, confraternizaba con los vecinos y todas las mañanas salía a las 10 en punto a comprar el diario para, a continuación, leerlo sentado en un banco del inmediato parque.
Tras esos tres días de comprobación, todo quedó decidido para la ejecución. A eso de las 9.30 de la mañana siguiente llegué a su barrio, transportado por un taxi que había tomado en Rivadavia al 500. Entré en un bar cualquiera a tomar un café y me metí en el baño para preparar la inyección letal. Luego, caminé lentamente hasta el parque y tomé asiento en un banco alejado de los que él utilizaba habitualmente pero desde donde podía observar el kiosco. Como un reloj, el anciano compró el diario y se sentó a leerlo a unos treinta metros de donde yo me encontraba. Con calma, terminé mi cigarrillo y me dirigí hacía él. A escasos dos metros, extrajé cuidadosamente la jeringuilla del bolsillo y observé el entorno. Todo parecía en orden y el momento había llegado: me puse detrás del robusto letón y tapándole la boca mientras aferraba fuertemente su cabeza introduje la aguja en la hendidura de su nuca:

- Esto es de parte de tus víctimas de Letonia – le dije al oído

Casi instantáneamente se deslizó inerte por el banco mientras yo abandonaba el lugar sin el menor contratiempo. De nuevo en Corrientes (esquina con Callao), me senté en un Café donde leí el diario y tomé un par de desayunos. Matar cabrones siempre me abría el apetito y, en Europa, esas media lunas no se consiguen…

miércoles, 13 de mayo de 2009

RE-LINDA

Sobre la ciudad caía una lluvia mansa que me empujó a la calle. En semejantes días sentía el impulso de pasear, respirar el sano aire limpio de contaminación y notar sobre mi cabeza la fina llovizna tan buena para el cuero cabelludo según la creencia popular. Sin embargo, como si algún demonio celara de mi sencillo placer, de pronto se desató una tormenta que me hizo imaginar lo que vería Noé al mirar por el ojo de buey de su camarote en el arca. Imitando a los demás transeúntes, corrí a refugiarme en el Café más próximo, y entré en el Bristol. El local tenía cierto abolengo destartalado, con espejos manchados, madera oscurecida por el tiempo y mesas de mármol carentes de brillo. El suelo, ajedrezado, me recordaba al de mi cocina y lo lamenté por el mozo al que le tocara barrerlo y fregarlo cada noche antes de cerrar y marcharse a casa. Por lo demás, era uno de esos Cafés que un día tuvieron esplendor y ahora conservaban el encanto de la decadencia, muy apreciada por bohemios y soñadores.

A pesar de la tormenta de fuera, había un gran número de mesas desocupadas. Me senté a una vacía y eché una ojeada a la clientela antes de encender un cigarrillo. Fumé con distracción hasta que el mozo me trajo un whisky. Fue entonces, tras un refrescante primer trago, cuando caí en la cuenta que la gente hablaba en voz baja, como si el fenómeno atmosférico les hubiera asustado, evidenciando la supervivencia de nuestro lado animal ante miles de años de civilización. Un par de mesas más allá de la mía, había una treintañera morocha tomando lo mismo que yo: jugo de Escocia. Tal vez por esto, o tal vez porque estaba muy buena o tal vez porque a ambas cosas se añadía el hecho que me miraba, de inmediato sentí una corriente de simpatía hacia ella. En vano intenté dejar de mirarla pero, era extraordinariamente atractiva y me pareció un verdadero desperdicio verla allí sola, acompañada de un vaso de whisky. Armado de valor y contraviniendo a mi carácter, me acerqué hasta ella.

- ¿Te puedo invitar a otro whisky? – le pregunté mostrando mi vaso tan vacío como el suyo. – te aseguro que es la primera vez que hago esto - añadí
- ¿por qué no?
- Me llamo…..
- Sé cómo te llamás – me interrumpió – Yo soy Alma, Alma Franckel, y te digo mi apellido porque yo conozco el tuyo…..¿vos creés en las casualidades?
- Prefiero creer que todo ocurre por algo..
- Claro, por eso hoy es la primera vez que entro en este lugar y justo ayer empecé a releer tu antología de cuentos “Señor, dáme una tregua”…así que me gusta pensar en la sucesión de azares, complementarios, que permitieron este encuentro, cuyo significado escapa a mi capacidad de comprensión porque, desgraciadamente, no tengo dotes de vidente…
- Entonces tendremos que tomarlo como un desafío, ¿no te parece?
- Sí, pero primero me tomaría otro whisky

Tomamos un segundo, un tercero y charlamos largo y tendido antes de despedirnos con un apretón de manos y una cita para cenar dos días más tarde. Camino de mi casa, reviví el encuentro mil veces, pasando los dedos por el relieve de su nombre, impreso en la tarjeta que me había entregado, y sin reparar en que ya no llovía y el cielo lucía despejado.