miércoles, 29 de abril de 2009

JAQUE

Víktor Weisgall era un gigantón macizo, que aparentaba setenta años pero hubiera podido tener unos cuantos más. Sus cabellos blancos, rapados al uno, hacían juego con una barba mal afeitada. Sin embargo, lucía unas pulcras manos de pianista y vestía con una elegancia un tanto pasada de moda. Además, llevaba un elegante bastón de ébano y marfil, que le proporcionaba una pátina de afectación y aristocracia que hacía pensar en la Centroeuropa de otros tiempos.
Cada vez que entraba en el Café Moldava, nunca antes de las siete, se dirigía a una de las mesas del fondo donde desplegaba un pequeño ajedrez magnético. Colocaba con tranquilidad las piezas en sus posiciones primigenias y, tras tomar un sorbo de su copa de coñac, comenzaba la partida: blancas contra negras y un único jugador. Al principio movía con rapidez, anotando en una pequeña libreta cada movimiento pero, conforme pasaba el tiempo, sus acciones se tornaban más lentas y su rostro cambiaba de expresión, pasando de una inicial placidez al ceño fruncido y una tensión generalizada. A su alrededor, la gente miraba con o sin disimulo el tablero aunque nadie se atrevía a acercarse. El mozo mismo, habituado a la escena, mantenía una distancia prudencial y sólo renovaba la consumición cuando el viejo se lo ordenaba. Resulta superfluo decir cuánta fascinación provocaba en mí el cuadro presentado y sabía, en calidad de escritor, que el azar me brindaba una historia sobre la que debía indagar.
Mi creciente y ansiosa curiosidad por aquél individuo me llevó a seguirle una noche, a la que seguirían otras muchas. Vivía a unas seis cuadras del Moldava, en un edificio antaño esplendoroso pero ahora venido a menos, con la piedra de la fachada oscurecida por la contaminación, y la madera de las persianas (siempre bajadas) resecas y despintadas. Una de esas noches, el individuo entró en su casa pero dejó abierta la puerta tras de sí, como si me estuviera tentando a pasar, lo que de inmediato me hizo caer en la cuenta de que, quizás desde el principio, sabía de mis seguimientos. Con cautela, traspasé la entrada pero sin decidirme a adentrarme por el oscuro corredor que conducía al resto de las dependencias. De inmediato, una voz llegó desde el fondo invitándome a seguir:

- venga, jóven, no sea vergonzoso.

Anteponiendo mi decisión a cualquier temor, recorrí el pasillo y llegué a un gran salón apenas iluminado por una lámpara de pie. La decadencia externa del inmueble hacía pensar en un abandono interno por lo que mi sorpresa fue mayúscula al toparme con un extraordinario despliegue de arte y riqueza que yo sólo había observado en visitas a algunos palacios europeos. Alfombras persas, cuadros y litografías de autores reconocidos internacionalmente, muebles primorosamente trabajados en maderas nobles, vajillas de fina porcelana de Meisen, candelabros de plata y mucho cristal veneciano, conformaban una ambientación decimonónica cuya contemplación me tenían absorto. Tanto, que no había reparado ni en el anciano, sentado en un sofá, ni en el revólver Colt que sostenía con su mano derecha.

- ¿Por qué me sigue, jóven? – inquirió con absoluta calma
- Soy escritor y…..apenas le vi en el Moldava, supe que me encontraba ante una historia digna de ser contada….su orígen foráneo, el ajedrez, esta casa….todo le otorga la calidad de personaje – expliqué, intentado ser lo más sincero posible
- Así que a ud. le interesa mi vida…
- Sí
- He leído algunos de sus libros y reconozco que me gustaron. Me llama mucho la atención que, dado su orígen sefaradí, escriba tanto sobre “rusos” pero….en esta ciudad todo es posible….tal vez por eso, Borges, la eligió para pasear sus cuentos...
- ¿Y cómo sabía que soy…..? – pregunté intrigado
- ¿Qué cómo sabía que es escritor? bueno, no pretenderá ud. que no haga mis averiguaciones sobre alguien que le da por seguirme, no?- me explicó con una sonrisa

Aclaradas las intenciones, guardó el revólver, me invitó a tomar asiento y convidó con un coñac antes de comenzar a relatarme su vida. Había nacido en Budapest en el seno de la alta burguesía; su padre era anticuario y marchante de arte y su madre la hija de un afamado médico local. A los pocos años de su nacimiento, se mudaron a Viena donde residieron hasta poco antes del Anschluss y de donde tuvieron que huir, dada su condición de judíos, a las montañas antes de poder acceder a Suiza. Mientras aguardaban el momento oportuno para cruzar la frontera, fueron delatados y conducidos a un campo de concentración. No volvió a ver a sus padres, y él sobrevivió gracias a su talento al ajedrez. Con anterioridad al estallido de la guerra, había ganado varios torneos y su nombre iba asociado a la condición de “niño prodigio”, por lo que, al poco de llegar al infierno, fue reconocido por el comandante, apasionado del tablero y él mismo poseedor del título de Maestro. Poco antes de la liberación del campo, jugaron una serie de partidas (al mejor de 10) cuyo resultado, a favor del prisionero, derivó en el suicidio del perdedor. Al finalizar la contienda, el jóven hizo acopio de las telas y joyas escondidas por su padre y, tras permanecer un tiempo en Portugal, se embarcó rumbo a Buenos Aires, a cuyo puerto arribaría en 1948.

- Y más o menos ésa es mi historia, jóven….el resto, los detalles, ya se los iré contando más adelante….
- ¿Y ésas partidas al ajedrez que juega usted solo?
- Nunca pude volver a enfrentarme a nadie

A partir de ese día, nos hicimos amigos, me acompañó a la presentación de mi última novela, inspirada en su vida, “Jaque al nazi” y no son pocas las tardes que, rompiendo un viejo tabú, me invita a echar una partida en El Moldava. Siempre gana él, lógicamente, pero para mí resulta un más que estimable premio escuchar sus anécdotas, tan increíbles que la ficción siempre queda en evidencia.

martes, 21 de abril de 2009

UN AMIGO DE MI ABUELO

Una mañana de primavera, poco antes del mediodía, me senté a leer el diario en un banco del Parque Centenario. Pasaba las páginas con parsimonia, entretenido en sesudos artículos de opinión y noticias varias hasta que, en algún momento, me percaté de que un individuo sentado en el banco de enfrente me observaba con insistencia. Era un hombre mayor, vestido con un traje oscuro y gastado, camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados y unas zapatillas caras de cuero azul que parecían importadas. El pelo, canoso, lo llevaba peinado hacia atrás y le caía sobre una moderada melena lacia más típica de un cincuentón cancherito que un hombre de su edad. Tras este somero análisis, intenté concentrarme en la lectura, intentando no reparar más en él pero, enseguida me di cuenta de que esto no iba a ser posible. Sus miradas eran cada vez más insistentes, hasta tal punto que no pude aguantar más y me acerqué:

- Disculpe señor, ¿nos conocemos? – pregunté
- Nos conocimos – contestó para mi sorpresa, e inmediatamente añadió – vos sos el nieto de Alberto Baredes ¿no?
- Sí.. – respondí con cierta cautela
- ¿No te acordás de mí verdad? …..soy Abraham Zucker
- ¡Abraham Zucker¡ - exclamé maravillado de estar ante uno de los más grandes escritores argentinos del siglo XX quién, además, había sido amigo de mi abuelo paterno.
Unas cuantas décadas atrás, este hombre había irrumpido con fuerza en el panorama literario nacional al publicar, con apenas 22 años, su volumen de cuentos “El gaucho boleado”. Desde entonces, se convirtió en un escritor de culto y sus sucesivas novelas “La novia fantasma”, “Indicios y vericuetos”, “El negociante” y “Muertes paralelas” no hicieron más que acrecentar su fama, ocupando un lugar de honor en el Olimpo de las Letras argentinas. Por desgracia para los lectores, tras estos cinco títulos, desapareció del mundillo intelectual y se dedicó a regentar una farmacia heredada de sus padres en Caballito Norte. Desde entonces, su pluma sólo hizo una excepción, y volvió a alzarse tras el atentado de la AMIA, en un extenso y formidable artículo donde se cebó de modo particular en la policía y los periodistas mercenarios como Bernardo Neustadt, a quien tildó de cobarde y renegado.

Después de estrecharnos la mano, nos dirigimos a un bar cercano, donde tomamos unos vinos, me confesó que le habían agradado mis libros y me contó infinidad de anécdotas de mi abuelo, Borges, su íntimo amigo César Tiempo, Perón o Luis Sandrini. Sentí una sana envidia ante el relato de tantas vivencias ajenas de unos tiempos que se me antojaban fascinantes, y no pude reprimirme preguntarle por qué había dejado de escribir.

- Mirá, pibe, me quedé sin ficciones y me dediqué a vivir.
Me casé, tuve dos hijos; el mayor, que es médico y vive en Florida y una hembra, que trabaja de publicista en Barcelona….ni siquiera cuando enviudé tuve la necesidad de volver a escribir. Sólo lo hice con motivo de todas las pelotudeces que leí y escuché después de la voladura de la AMIA…..y es que nunca me banqué a los pusilánimes...
………………………………………………………………………………………
Yo, cuando escribía, no lo hacía por cuestiones terapeúticas, catárquicas, ni pelotudeces parecidas…..para mí, la escritura era algo lúdico, algo que me producía goce y satisfacción, hasta que pasó a convertirse en algo casi obligado y dejó de interesarme….entonces me abandonaron las historias y ya no tuve ganas ni necesidad de contar nada más……sobran escritores en el mundo

- ¿Y farmaceúticos no? – solté con intención

Estalló en una sonora carcajada y me acarició la cabeza como cuando era un chico y acompañaba a mi abuelo de visita a su casa.

- Hay mucha gente que piensa que desperdicié mi vida dejando de escribir y ocupándome de la farmacia de mis viejos pero te aseguro que nunca me arrepentí de la decisión tomada. Cumplí con la literatura escribiendo cinco libros y cumplí con la vida creando una familia. Ahora sólo me resta esperar el cumplimiento de mis días y la llegada del Malaj-a-Mavet (el Ángel de la Muerte).

Diez días más tarde, en el cementerio de Tablada y bajo una intensa lluvia, el hijo de don Abraham (Z’L) me hizo entrega de un sobre marrón y abultado que su padre había dejado para mí. Al abrirlo, me encontré con dos textos; un prólogo para mi próxima novela y un cuento titulado “El nieto de Alberto”.

viernes, 17 de abril de 2009

CALI-FORNICATION

Lo mejor que me sucedió tras mi divorcio fue, la culminación de una novela: “Ángeles de alquitrán”, galardonada con varios premios, y haber conocido a las gemelas Fonseca. Lo primero, me sumió en un intenso y terapéutico proceso creativo que alejó de mi mente la idea del suicidio mientras que, lo segundo, supuso la materialización de una experiencia ansiada por la inmensa mayoría de los hombres.
Por ese entonces, el inesperado éxito del libro me había llevado en gira promocional por varios países del continente y en Cali, Colombia, tuve el venturoso azar de toparme con un par de bellezas de inolvidable recuerdo. Fue concretamente en el marco de la pileta del hotel Aristi, donde yo me había acercado, contradiciendo mi naturaleza de misántropo moderado y alérgico al cloro, en busca de gente a la que contemplar y especular sobre sus vidas. De este modo, escapaba de mi mismo y de dolorosas nostalgias de un pasado truncado, porque apenas habían transcurrido cinco meses de mi separación de Leila y aún tenía el sistema emocional en carne viva. Aquellos dos imponentes cuerpos bronceados, musculados y cargados de curvas llamaban la atención de cualquiera y, aunque mi líbido estuviera en off, se ve que aún sobrevivía cierto remanente del macho que había sido y ahora convalecía, porque no podía dejar de observarlas. Lógicamente, y a pesar de la cierta impunidad que me otorgaban mis Rayban, no tardaron en darse cuenta de mis atenciones visuales pero, lejos de molestarse, respondieron con naturalidad y simpatía, dedicándome coquetas sonrisas a cada paso. Pero, con todo, mi autoestima no atravesaba un momento óptimo en lo que respectaba a las mujeres y si bien mi ego obtenía satisfacción con el intercambio de miradas, yo no pretendía ir más allá así que, llegada la hora de comer, me retiré a mi cuarto para cambiarme. Cuál no sería mi sorpresa cuando, duchado y cambiado, casi me tropiezo con ellas al salir. Ocupaban justo la habitación contigua a la mía y mientras yo cerraba mi puerta, ellas estaban abriendo la suya.

- hola – me dijeron sonrientes
- hola – respondí, comprobando que eran tan idénticas que sólo se diferenciaban en el color del bikini; blanco uno, verde pistacho el otro
- ¿Sabés dónde se puede comer dignamente en esta ciudad? – preguntó una de ellas con evidente acento rioplatense
- pues no…..es la primera vez que estoy en Cali…
- si esperás a que nos cambiemos, te invitamos a comer, ¿querés?
- dale, esperános – dijeron al unísono mientras abrían la puerta y me invitaban a pasar.

Mientras yo las esperaba apoyado contra el marco de la ventana, ellas, sin pudores ni inhibiciones, se paseaban en ropa interior, se turnaban para ducharse y me daban conversación. Así fue como me enteré que se llamaban Paula y Nadia, eran montevideanas, pediatras y se encontraban en la ciudad para asistir a un Congreso médico sobre no sé qué enfermedades infantiles. Pero lo que de verdad me sorprendió y que explicaba, en parte, su comportamiento en la pileta y acaso el posterior, fue que no sólo eran fieles lectoras de mi obra sino que incluso habían acudido a la presentación de mi última novela en la capital uruguaya unos días atrás.

Salimos del hotel y tras caminar sin rumbo un cuarto de hora entramos en un acogedor restaurante mexicano. Comimos en abundancia, bebimos con moderación y charlamos largo y tendido antes de retornar al hotel: esa misma tarde ellas debían acudir a una ponencia y yo tenía que decir unas palabras sobre mi novela aparte de firmar unos autógrafos. Antes de separarnos, quedamos en vernos por la noche y acudir a un local italiano que habíamos descubierto camino de regreso.

A la cena, invertimos lo acaecido en la comida, es decir, cenamos poco pero bebimos con generosidad, con lo que nos mostramos aún más locuaces y menos retraídos, al tanto que sin darnos cuenta, terminamos tomando unos whiskeys en su cuarto. Poco después, estábamos los tres acostados en una de las dos camas, besándonos, acariciándonos y quitándonos la ropa. Afortunadamente, antes de esto, me había excusado unos instantes y acudido al cuarto de baño, donde tuve el buen criterio de tomarme una de las muestras de viagra que me había regalado meses atrás mi amigo Héctor (es urólogo).
Durante los siguientes dos días, nos acostábamos juntos por las noches y repetíamos a la siesta, hasta que llegó la despedida. Me acompañaron al aeropuerto y nos intercambiamos los teléfonos con el fin de mantener el contacto: Montevideo estaba a un paso y la posibilidad de un fin de semana donde pudiera emular mis recientes gestas sexuales suponía un poderoso afrodisíaco.

- danos también tu mail, así te mandamos unas fotos nuestras……para que no nos olvides – dijo Paula con una expresión de picardía que traslucía el tipo de fotos a que se refería
- anotá: leisebba@hotmail.com dije, dándoles la dirección de mi ex mujer
- qué nombre más raro, che – agregó Paula
- es hebreo – mentí
- ah, es por eso… exclamó Nadia

Fue a mi regreso de México, cuando al abrir el correo electrónico me encontré con un mail de Leila. Precediendo a unas fotos en top less de las gemelas, había escrito, en mayúsculas y entre signos de exclamación una única palabra cargada de significado: ¡INMADURO!. Sonreí al comprobar que se había sentido molesta y acto después, imprimí las imágenes, las recorté y guardé en la cartera, junto a una muestra de viagra superviviente de mi estancia en Cali. Luego, movido por un súbito impulso, llamé a Héctor al consultorio; había decidido acercarme a Montevideo el próximo fin de semana y necesitaba el aval de la química porque, hombre precavido vale por dos y siempre es mejor ir sobrado que quedarse a medias ¿O no?.

domingo, 12 de abril de 2009

CITA

Le gustaba ése hotel. Construido inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, presentaba una apariencia sólida y duradera, con mucha piedra caliza por fuera y rojizo mármol italiano en el interior. A cada paso, una palpable materialidad de añeja distinción se veía reafirmada por detalles como el brillo de embellecedores de bronce o los tonos oscuros de las maderas nobles del mobiliario. Incluso el personal parecía tener un aspecto vetusto, desde lo físico hasta en el vestir, como si ahí adentro el tiempo transcurriera a distinta velocidad que en el mundo exterior. Por eso, cada vez que Daniel entraba en el Majestic, se sentía invadido por gratas ensoñaciones de otras épocas y a su mente acudían maharajás y cabareteras, espías de potencias extranjeras, millonarios con amantes y decadentes actrices que se entregaban a vicios inconfesables en la penumbra de sus habitaciones. Recién cuando pasaba al elegante bar de la planta baja y echaba un primer trago a su whisky conseguía desprenderse de sus alucinaciones y centrarse en la realidad. Estaba allí, como cada semana, para encontrarse con una mujer y si bien no temía la cancelación de la cita, miraba el reloj con cierto nerviosismo, más propio de su natural impaciencia que de temores fundamentados. Por fin, cuando apenas pasaban cinco minutos de la hora fijada, Natalia irrumpió en la refinada estancia, vestida con un elegante abrigo de visón, un traje sastre negro con medias a juego y el pelo, aún húmedo, recogido en una coleta. La precisión de sus gestos y la energía de su andar, potenciaban su imagen de cuarentona burguesa y desenvuelta, dinámica y tan segura de su atractivo que consentía con desprecio las deseosas miradas de los hombres con que se cruzaba.

- ¿Quieres tomar algo? – le preguntó él
- No, mejor subamos – contestó ella con media sonrisa

En el cuarto, el 310, mientras Daniel abría la ventana y bajaba la persiana, Natalia se desprendía de sus prendas hasta quedarse únicamente engalanada con una sedosa combinación negra. Sabía que el negro contrastaba con su blanquecina piel y evidenciaba aún más sus aparentes encantos, inflamando la líbido de un amante deseoso de tomar posesión de su cuerpo.

- ¿Estás tomando algo para estar tan buena?
- Sí…….a ti

Tras la ducha, mientras se vestían, no podían evitar ver su satisfacción por el buen sexo compartido empañada por la frustración de tener que marcharse. Pero pronto se consolaban; la promesa de futuros encuentros les dibujaba una sonrisa sólo borrada cuando, al llegar a la calle, consultaban con aprensión sus respectivos relojes:

- Uy, se me ha hecho tardísimo querido, me voy corriendo a recoger a los chicos al colegio
- Sí, yo también me voy volando que tengo una reunión con un cliente
- ¿Podrías traer uno de esos panes de centeno tan buenos de al lado de tu oficina para la cena?
- Claro
- Te quiero, mi vida
- Y yo a ti, corazón.


*Dedicado a Arantza G. y Fátima Pombo.

lunes, 6 de abril de 2009

ME PONE (Leví y Mariel/ reposición)

La adrenalina me salía hasta por las orejas y la idea de tener un hijo con Mariel era el único pensamiento recurrente de mis últimos días. Desde que habíamos decidido embarcarnos en el proceso reproductivo algo comenzó a manifestarse en mi aspecto, una suerte de exhalación energético-sexual que me volvía más atractivo de cara a las féminas y presentaba mis credenciales de macho alfa en estado de apareamiento sostenido. Lo notaba, porque atraía sus miradas con mayor asiduidad que antes, con independencia de mi atuendo, mi peinado u otras consideraciones que se evidenciaban secundarias. Y el fenómeno iba a más. Ahora no sólo me miraban las mujeres de mi edad, sino también las jovatas con aires renovados de juventud (a fuerza de jeans ajustados y blusas dos tallas menos), las ventiañeras con fe ciega en su poder erótico, y alguna que otra lolita de mirar provocativo falto de cualquier remanente de inocencia. Sin embargo, descartando la satisfacción de mi vanidad, yo sólo tenía ojos para Mariel, y la idea de dejarla embarazada era tan afrodisíaca que hacía innecesaria la toma de pastillitas azules. Nos acostábamos todas las noches, regresando del cine, el teatro o de cenar fuera, donde nos buscábamos con las manos en la oscuridad o los pies debajo de la mesa. Otras veces, nos quedábamos en casa, y yo me esmeraba en la cocina, aguardando su regreso del trabajo con pan tostado recubierto de tomate, aceite de oliva y jamón, unos langostinos a la plancha y, de postre, vino Tokaji con chocolate blanco. Nos gustaba comer bien y veíamos en ello un suplemento que aportaría mayor vigor a nuestro sexo cotidiano..¡ cómo si nos hiciera falta una estimulación mayor que ver y tocar nuestros cuerpos desnudos ¡.
En fin, todo sea por perpetuar el apellido…..y ahora les dejo, que voy a ducharme y salir a la calle a ver cuántas se fijan en mí. No es que sea un frívolo y ni siquiera me importa demasiado pero tengo que reconocer que, de alguna forma, me excita sentirme deseado y, esta noche, como la anterior y la siguiente, tengo actuación estelar….seguramente, programa doble.

* Dedicado a la re-encantadora TortugaBoba.

jueves, 2 de abril de 2009

DESTINO ACIAGO

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto y me alegró, cuando volvimos a encontrarnos, comprobar que en ése intervalo no parecía haberse producido ninguna mejora en su aspecto sino más bien lo contrario. Sus ojos se habían vuelto opacos y perdido inquietud, su boca parecía demasiado grande para su cara y encajada en un inmovilismo que hacía pensar en los efectos secundarios de una fallida cirugía estética, el pelo evidenciaba falta de aseo y una red de arrugas de escasa profundidad se extendía por los contornos de sus acentuadas facciones como si presagiaran un futuro agrietamiento. En conjunto, transmitía la sensación de una mina mal cogida que aún no hubiera superado la experiencia de haber mamado vinagre en lugar de leche materna durante la lactancia. Aún con todo, me provocaba cierta morbosa atracción sexual, insana y decadente, que quizás tuviera más que ver con mis recuerdos pretéritos que con la evidente decadencia que el presente me mostraba.

- ¿Cómo estás? – me preguntó al acercarse a mi mesa de El Ombú donde yo intentaba escribir algo
- bien, bien…¿querés sentarte?
- claro
Llamé al mozo y pedí otra cerveza para mí y un escocés para ella.
- te vi desde la calle y decidí entrar a saludarte …no todos los días se encuentra una con un escritor famoso….y mucho menos con uno que fuera mi…
- ¿novio?
- sí, eso…novio
En ese momento apareció el mozo con nuestro pedido, interrumpiendo nuestra conversación y derivándola hacia unos derroteros que escapaban de un pasado en común. Me contó entonces, que era actriz, que andaba de novia y que tenía una serie de proyectos para televisión y cine pero prefería no revelarme nada para evitar que se le gafaran. No me creía nada de lo que contaba, por supuesto, pero le seguí la corriente intentando imaginar en qué andaría metida y porqué carajo había tenido que ingresar, hacía ya una década, en aquella secta que acabó con nuestra relación y marcó tan perniciosamente su vida. Entre tanta sarta de mentiras que fue soltando, se tomó otros dos whiskyes y no cesaba de mirar la puerta con ansiedad, como si estuviera esperando a alguien.

- esto…..¿me podrías dejar algo de plata? Es que el cajero se quedó mi tarjeta y como hasta mañana no abren los bancos…….

Sabía que era una milonga pero no quise hacerle más difícil el trámite así que, eché mano a mi bolsillo y le di un par de billetes grandes:

- tomá, el resto me lo quedo para pagar las consumiciones
- mil gracias, dáme tu teléfono y te llamo para devolvértela en seguida

Se lo di, con las últimas cifras cambiadas y la vi desaparecer hacia la calle, donde le esperaba un tipo semienano, vestido de negro y con un peinado que resultaba un híbrido entre Pitingo y el Pájaro loco.

Dos semanas más tarde, repasando las necrológicas del Clarín, me topé con la de ella. No figuraba la causa del óbito pero, la familia rogaba una oración por su alma.