miércoles, 26 de septiembre de 2007

Si bebes, no llames

Igual que, a veces, el cuerpo de uno siente un ansia apenas irrefrenable por saturarse de comida basura, de ésa frita en aceite vegetal rebosante de grasa y colesterol, la mente pide un descanso y el entretenimiento emanado de la contemplación de lo grotesco. En ésta tesitura estaba yo el pasado sábado noche, sin novia y sin sustitutas solidarias, tumbado en el sofá y contemplando una película del actual cine español. El elenco interpretativo más que actuar, se perpetraba en el patetismo de dar cobertura a un guión que no había por dónde agarrarlo, las situaciones resultaban inverosímiles y las ambientaciones incidían sin pudor en el trillado costumbrismo casposo. Presté atención, dada mi debilidad por la palabra, en los diálogos y por varios momentos pensé que sus autores debían de pertenecer a una subespecie humana, a alguna en la que el pensamiento se diera de manera ocasional, por generación espontánea, y no como algo habitual y recurrente. También llegué a dudar, con mediana consistencia reconozco, si la subespecie en lugar de humana era animal.
Finalizada la proyección y dejando de lado mis trascendentes elucubraciones metafísicas, me dirigí al mueble bar y me serví mi tercer bourbon con coca cola (lo iba a necesitar) como preámbulo para lo que se avecinaba y que amenazaba con provocarme alguna mutación neuronal: un coloquio entre la presentadora del programa, el director y tres de los actores de la película. Prevenido por el sentido común y la empírica, intenté no calentarme ante la sarta de idioteces que soltaban impunes con rutina de papagayos, haciendo hincapié en el “tempo”, diciendo no se qué carajo del “dogma” y hablando de lo difícil que les resultó romper el cordón umbilical con los personajes una vez concluida la filmación.
Aguanté todo el coloquio. Para entonces ya llevaba seis copas en el cuerpo y el sentido común aparcado en alguna parte, así que agarré mi teléfono móvil y llamé a mí ex mujer. No sólo no aceptó mis llamadas sino que las cortó inmediatamente sin ningún miramiento. Ofuscado por el alcohol que había liberado zonas de mi conciencia y atontado por lo que había visto en las últimas tres horas, le mandé un mensaje:
“Todavía te quiero.¿Por qué no nos hacemos un viaje y volvemos a reír y amarnos como antes?.”.
Al día siguiente, me levanté con una resaca de baja intensidad y el arrepentimiento por haber hecho el imbécil; ¿Quién me mandaría a mí ver esa película y el posterior debate?.

AVISO: aunque esté escrito en primera persona, no es autobiográfico (como de costumbre).

martes, 18 de septiembre de 2007

Máscara

- Sí? – preguntó La Innombrable aunque la pantalla del móvil le revelaba la identidad de quién llamaba
- Soy yo – contestó Fortunato - quiero verte – añadió seguro y evitando todo rodeo que sólo indicaría un burdo desprecio por la inteligencia de ella.
- ¿qué quieres? – inquirió ella con tono que aparentaba indiferencia pero bajo la cual un creciente cosquilleo nervioso, manado de su estómago, se extendía raudo haciéndole temblar manos y piernas
- Quiero verte
Ante un silencio impuesto de golpe, que incidía certero sobre su incertidumbre y ansiedad, se la jugó, con la convicción de que la suerte acompaña a los audaces:
- Te deseo, flaca (recordó cuánto le gustaba que la llamara así en los tiempos compartidos.
- No necesito tu dinero – contestó con dureza
- Pero yo sí te necesito a ti
- ¿por qué?
- Porque mi piel te extraña y porque en ti vi lo que no vi en ninguna otra…
- ¿qué?
- A mí mismo…
- Pensé que tu eras bueno y que yo era la mala, la mujer que te abandonó y te hizo sufrir…
- ¿y quién dijo que yo sea bueno?
- Creí que..
La interrumpió:
- ¿Dónde estás? ¿estás en Roma?
- Sí, en el Hotel Roma
- ¡ qué original ¡ Me paso esta noche y cenamos
- Bien……….. te espero
- Ah, dos cosas quiero dejar claras: lo nuestro sólo es sexo
- Como tú quieras..... ¿y la segunda?
- Nunca me digas “te quiero”.

http://www.youtube.com/watch?v=nac8r4RUzik

domingo, 16 de septiembre de 2007

Jodido

El día había sido tan jodido que, por la noche, mientras presa del insomnio fumaba un cigarrillo en el balcón, barajó seriamente la posibilidad de tirarse. Enseguida descartó la aberrante opción, no por falta de impulso autodestructor sino porque temía que la caída podría saldarse con apenas la rotura de una pierna, un brazo o unas costillas. Consumido el cigarrillo, lo tiró a la calle y se sentó en una silla para mirar el escaso tráfico nocturno y las estrellas. Nunca había comprendido cómo algunos nada más mirarlas detectan dónde están Orion, la Osa Mayor y otras constelaciones. El, por más que miraba, no distinguía nada y consideraba a todas las estrellas más o menos iguales, con la única salvedad que unas brillaban más que otras. Se comenzó a sentir más relajado ante la visión de los astros y cerró los ojos en un desesperado intento de quedarse dormido. No sólo no lo logró, sino que su mente se empeñó en repasar todos los sucesos que hicieron que su jornada fuera tan estresante. Ninguno de los mismos fue particularmente trascendente o significativo, pero si se sucedieron de tal forma, acumulativa, que la su capacidad de aguante se vió mortalmente herida ante el embite de tantos pequeños reveses.

Esa mañana, nada más levantarse, se había servido un vaso de leche fría que resultó estar agria. La escupió sobre el fregadero y se limpió la boca con un enjuague medicinal antes de tomarse un café bien cargado, con canela y mucho azúcar. Salió de casa, compró el diario camino del Metro y, como era habitual, ocupó un asiento rinconero en un vagón del tren. Iba leyendo, indiferente a cómo cada vez entraban más y más viajeros que se apelotonaban malhumorados y la ansiedad se les dibujaba en los ojos ante la perspectiva de que alguien desocupara su asiento. Las estaciones se sucedían velozmente, con la única incomodidad de un calor creciente estimulado por la masa humana y un crucigrama cuya resolución se resistía. A falta de cinco estaciones para llegar a destino, el tren se paró durante unos minutos en un túnel, a la par que las luces iban y venían. No se alarmó, hasta que, al llegar a la próxima estación, contempló el andén repleto de gente que, como si fueran una legión de marabuntas, se preparaban para un salvaje abordaje al deseado convoy. Tuvieron que aguantarse y diferir el asalto, porque por megafonía informaron que a causa de una avería en la línea, había que desalojar el tren. El andén, ya de por si atestado, se convirtió en un lugar insufrible, con evidente riesgo de que alguno terminara cayéndose a las vías ante el ímpetu del gentío. Ernesto, con su moderada misantropía a cuestas, se abrió paso como pudo rumbo a las escaleras, lejos de esa humanidad rebosante de sudor, mala leche e instinto asesino. Aguardó apartado a que los próximos dos trenes embarcaran a toda esa multitud y regresó al andén cuando el tercero hacía su entrada en la estación. Venía bastante lleno, o algo más incluso, pero no le restaban más de cinco estaciones, lo cual a dos o tres minutos por cada una de ellas, conformaban un tiempo de menos de un cuarto de hora. Estos cálculos difirieron bastante con la realidad y no se bajó del vagón hasta casi media hora más tarde y abriéndose paso sin miramientos hasta alcanzar la puerta.

Por fin en el andén, comprobó como sus axilas estaban empapadas y el sudor le goteaba bajando por sus costillas. El periódico iba todo arrugado, y sólo faltaba que entre el tumulto le hubieran robado la cartera. En esto tuvo suerte pero, por desgracia, la suerte es de las cosas que menos dura en esta vida, así que nada más entrar por la puerta de la oficina, se encontró con una pila de expedientes, en imposible equilibrio, sobre su mesa.
- ¿y esto? – preguntó a su compañero antes de darle siquiera los buenos días
- Bueno, eso es lo que tiene ser el favorito de la jefa….jajaja

Pasó las dos horas siguientes si levantar el culo de la silla, concentrado en el trabajo hasta que uno de sus colegas acudió a su rescate con una propuesta que no podía rechazar: acercarse a la cafetería a tomar un café. Cuando se dispuso a tomar el primer trago, sintió que alguien le golpeaba en el codo, vertiéndose la mitad del contenido de su taza en la pechera de su camisa, que dejó de ser blanca. “Uy, perdón, fue sin querer” Escuchó cómo se disculpaba un taradito que cortejaba sin éxito a una morena anodina de escasos encantos visibles.

Regresó a su mesa para continuar con el trabajo. Nada más tomar asiento sonó su teléfono móvil. La pantalla del mismo le informó que era su novia.
- Hola, querido
- Hola – respondió entusiasmado porque por fin le pasaba algo bueno en lo que llevaba de mañana
- Hoy no puedo ir a Madrid
- Qué ?
- Acaban de ingresar a mi padre en el hospital, en urgencias, porque le dio una angina de pecho…
- Y qué tal está ? - preguntó pero sin pensar en su futuro suegro sino en que no la vería a ella y el fin de semana sería muy largo
- No sabemos todavía….está en la UCI y dentro de un rato saldrá un médico a informarnos….
- Bueno, ya te llamaré a ver cómo va todo…
- Gracias, te prometo que te recompensaré
- No te preocupes ahora por eso….
- Te quiero
- Yo también

Alejandra vivía en la costa, exactamente a 413 kms. de la capital, donde trabajaba como restauradora en un museo. Se veían prácticamente todos los fines de semana pero este mes, la media iba a decaer sensiblemente, dado que el anterior tampoco pudieron coincidir, por unas charlas sobre nuevas técnicas de conservación a las que ella tuvo que asistir en Navarra. Sonrió con amargura, maldiciendo su suerte en general, el desarrollo de ese día en particular y derivando en risa sin contención cuando recordó cómo la tarde anterior se pasó casi media hora eligiendo preservativos en las estanterías de la farmacia. Había una selección tan amplia, que no le cabía la menor duda que resultaba mucho más sencillo seleccionar un buen vino. Los había Tropical, Mix, Especiales, Normales, Sin látex, XXL, Sensitivos, Retardantes, etc.

La sonrisa se le borró pronto del rostro ante una nueva remesa de expedientes. Aún no eran las doce y tenía otras tres horas por delante para continuar con la tediosa y habitual tarea, que tomó con la resignación y el alivio de saber que era viernes y tenía un fin de semana por delante, aunque fuera sin su novia y con una caja de preservativos Sensitivos de 12 unidades deseando estrenar.
Llegaron las tres de la tarde y salió de su oficina decidido a caminar un rato, porque se le hacía insufrible la mera idea de meterse, en hora punta, en un tren que sin duda vendría lleno hasta los topes. Cuando por fin llegó a su casa, comprobó cómo habían intentado entrar en su apartamento y habían atascado la cerradura. La llave no entraba y no le quedó más remedio que llamar a un cerrajero de urgencias. Una hora después y tras una factura sangrante, por fin pudo entrar en su casa y derrumbarse en el sofá. Al rato, se preparó una ensalada y comió un par de yogures que remató con un café cortado con un chorro de aguardiente. Se estaba a punto de quedar dormido y sonó el teléfono. Uno de sus escasos amigos le comunicó que pasaría a buscarle en apenas veinte minutos para que le ayudara a subir un mueble que acababa de comprar hasta su piso, un cuarto con escaleras de las de antes, y sin ascensor.
Descargaron el mueble del coche y lo subieron con esfuerzo, resintiéndose en los riñones. Se quedó a cenar con su amigo y su esposa y no consintió que le acercaran a casa a eso de las once. “No os preocupéis, voy en Metro que no tardo nada” dijo inconsciente. Como no podía ser de otra manera, dado el desarrollo de las últimas 16 horas de su vida, el tren que le tocó en suertes se averió y paró en varias estaciones una media de cinco minutos hasta que finalmente ordenaron (y ya iban dos veces en el mismo día) desalojarlo. Ya en la calle, a escasos cien metros de su casa, se detuvo en una tienda de chinos para comprarse un helado de fresa y cigarrillos. Se lo comió sin prisas y después fumó un par de pitillos sentado en un banco de la urbanización donde residía.

Al subir a su apartamento, abrió una botella de cerveza, se tumbó en el maltrecho sofá del salón y encendió el televisor. Los distintos canales rivalizaban con estúpidos concursos dirigidos por presentadores de sonrisa artificial y pelo apelmazado de laca. En cuanto a los concursantes, competían encarnizadamente a ver quién era más cateto y enseguida se le ocurrió que semejantes idiotas sólo podían ser de agencia (los pobres habían nacido tontos y tuvieron una recaída). Ante tal demencial oferta cultural, apretó el botón de off y cerró los ojos intentando dormirse. Los minutos pasaban pesadamente y su inquietud de ánimo fruto de los avatares del día, era incompatible con la consecución de un sueño necesario y reparador. Decidió salir al balcón a fumar y dedicarse a no pensar en nada. Como si no se conociera, creyó que esto sería viable pero pronto, mientras miraba el cielo estrellado y fumaba, se dio cuenta de que no podía engañarse a si mismo de una manera tan burda como la de entregarse a no pensar y que constituía una actividad que chocaba contra su propia naturaleza de incontinente mental.
Retornó al salón, encendió el televisor y se armó un porro. A éste siguió un segundo y ya no despertó casi al mediodía del día siguiente, con dolor de cabeza y el vago recuerdo de que el de Arriba, le habló por a través del presentador de Teletienda. Lástima que no recordara sus palabras. Acaso sólo fueran: “tranquilo, mañana te va a ir mejor”, o algo así.

martes, 11 de septiembre de 2007

Yo soy de café

Levantó suavemente la sábana y la miró con detenimiento. El pelo rubio desteñido, la pintura de los labios saliéndose de los bordes y unos muslos que exhibían celulitis bastaban para no acordarse de lo que más le llamó la atención cuando la conoció apenas hacía 8 horas: la protuberancia de su pezones y la cara de viciosa. Se preguntó cómo podía seguir durmiendo. La incómoda luz matutina entraba sin vergüenza por la ventana, los pajaritos trinaban endemoniados y los jardineros de la urbanización se entusiasmaban recortando setos y podando ramas sierra mecánica en mano. Eran apenas las 9,15 de la mañana de un sábado, y sólo faltaba que llamara al timbre una pareja de Testigos de Jehová para hablarle de Dios y la salvación del mundo. No descartando esta posibilidad, como tampoco que su ocasional pareja se despertara con la idea de que pudieran ducharse juntos, buscó sus calzoncillos y se encaminó a la cocina a preparar café y meterse bajo el agua antes de que sus temores se cumplieran. Activado por la ducha caliente y la cafeína, regresó a su cuarto a ver las evoluciones oníricas de la marmota. Continuaba roncando, emitiendo extraños sonidos y moviéndose con una leve agitación, igual que hacen los cachorros de perro. “Esto va para largo” pensó, y decidió bajar a comprar el periódico. Repasadas las necrológicas, la programación de las distintas cadenas televisivas y resueltos los dos crucigramas; el fácil y el difícil, permaneció un buen rato mirando a la hembra que más que dormir parecía haberse muerto sobre su cama. Anoche la había imaginado más delgada y sonrió al imaginar que tal vez se estaba convirtiendo en un hombre de gustos “más amplios”. Llevaba tantos meses sin sexo que se agarró a aquél célebre dicho de “en época de guerra, cualquier hueco es trinchera” y, por otro lado, siempre podía justificarse con que había poca luz o que el Jack Daniel’s era de garrafón.

Por fin la durmiente abrió los ojos.

- me encanta que me miren mientras duermo, es tan romántico….. fueron sus primeras palabras

Eso era más de lo que él podía resistir, así que le dedicó una falsa sonrisa y fue a buscarle un café a ver si tenía el buen gusto de tomárselo rápido y largarse.
Regresó con una taza humeante y la esperanza de que entendiera que el romanticismo estaba sólo en su mente, y que no iban a compartir un desayuno con zumo de naranja y tostadas.

- ¿café ¿ Ahgggg, yo tomo té verde…….es que es bueno para perder grasas y mantener la línea – dijo mientras pasaba sus manos por las caderas con supuesta sensualidad
- Aahhh, pues yo sólo tengo café
- Entonces podríamos desayunar fuera …¿no? ¿ O tú quieres que juguemos otro rato ?- sonrió con picardía.

La verdad es que él no quería jugar, pero llevaba tanto tiempo sin darle de comer a la nutria… que esta demandaba un poco más de atención y no tuvo espíritu para oponerse. Un rato después, satisfechos y aseados, bajaron a desayunar a la calle.

Ocho meses después se casaron y año y medio más tarde tuvieron su primer hijo. Tal vez incluso se quieran y coman perdices pero, Bernardo, no puede dejar de preguntarse, de tarde en tarde, cómo habría cambiado la historia si aquella mañana de sábado hubiera tenido té verde en casa.


http://www.youtube.com/watch?v=uATVtnVELNk

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Innombrable

ALGUIEN ME REGALÓ EL SIGUIENTE TEXTO QUE EXPONGO A CONTINUACIÓN. NO PUDE MENOS, DADA LA CALIDAD DEL MISMO, QUE QUERER COMPARTIRLO CON MIS HABITUALES. ESPERO QUE SEA DE VUESTRO AGRADO, TANTO COMO DEL MÍO.

Siempre vuelve al mismo pensamiento. También ahora. En esa cama, deshecha, tan devastada como ella está, otra vez se maldice por el error cometido. Ha perdido a Fortunato una vez más. Sólo lo tuvo durante unas horas. Se ha entregado completamente, aún dudando si él la ha amado esa mañana o si ha sido sólo una urgencia de cuerpos. No llora la humillación ni el agravio. Lo que la sigue torturando es el desamor, el desencuentro y lo breve que resulta el tiempo cada vez que logra, con un arduo esfuerzo, que Fortunato advierta su existencia. Está pagando las equivocaciones del pasado. Ella lo abandonó hace ya seis años. No busca justificación, está tratando de pensar, una vez más, qué fué lo que la llevó a tomar aquella decisión. Tuvo terror de que ese hombre la anulara. Temió convertirse en el único propósito de su vida. O tal vez miedo de dejar las dudas, levantar el freno y entregarse completamente. Así, llena de pánico, había decidido la ruptura. Sabe que Fortunato creyó que otro hombre le había comprado el futuro. Aún no tuvo la oportunidad de explicarle que sólo fué una historia que se cruzó por un momento efímero, que no logró hacerle sombra al resplandor que Fortunato generaba, que no se apagaba. Ni un solo día de esos seis años logró dejar de pensarlo. Cuando al fin pudo comprender las claves que descifraban su amor interrumpido, intentó varias veces reunirse con él. Pero Fortunato huía, no la enfrentaba nunca. Siempre encontraba aristas por donde escabullirse y ésto a ella le sonaba a rencor; y el rencor es discípulo del amor. Pero un amor que no se otorga, no existe. Todos los por qué se han reunido en esa cama. Ahora solo ella los formula. En la medida en que Fortunato y ella no se encuentren, no hallará ella las respuestas.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Conciencia elástica

Había transcurrido más de una semana desde su encuentro con la Innombrable y la paz de los primeros días, que él presumía sería perpetua, comenzaba a tambalearse por un nerviosismo creciente. Era el efecto pernicioso de una conciencia que le acosaba a preguntas. Incómodo ante la perspectiva de sentarse a reflexionar y buscar las respuestas deseadas a tan incómodas cuestiones, se entregaba al ocio y el entretenimiento. Largos paseos con sus perros, el visionado de películas tumbado en el sofá, alguna cena fuera con Gabriela, visitas a los escasos amigos que tenían y lecturas sencillas copaban sus días, sabedor de que sentarse ante su pc a escribir sería un ejercicio estéril y no lograría armar ni siquiera una frase convincente. Pero el tiempo jugaba en su contra y tarde o temprano tendría que afrontar un concienzudo análisis de las encontradas sensaciones que le rondaban amenazantes. “Mañana” se dijo una vez más otorgándose un nuevo plazo y simulando un estado de felicidad y alegría que por inusual, despertaba la intuitiva desconfianza de su esposa. Fortunato, en los momentos de euforia, deseaba sincerarse con ella y contarle todo con pelos y señales. Sin embargo, por experiencia propia y ajena, tenía muy claro de lo contraproducente de tal acción. Por mucho que ella lo amara, era una mujer orgullosa y con unas normas morales autoimpuestas, que le harían imposible perdonar la traición. Sí, la había traicionado, y esto no iba a cambiar aunque lo camuflara o justificara con los argumentos más rebuscados e inverosímiles.
Esa noche la pasó despierto, desvelado hasta casi el amanecer. Con apenas una hora de sueño, salió ansioso a pasear por las calles de Ferrara, y sus pasos le llevaron al Café Contini. No bien entró, fue a instalarse en una mesa pegada a una ventana y pidió un café americano y un trozo de tarta de chocolate. Demoró el acto de comenzar a pensar en sus circunstancias hasta rematar el desayuno con una copita de limoncello Stock (siempre pedía esta marca y no podía dejar de pensar en su fundador, el singular Lionello Stock). Cuando la copa quedó vacía, permitió que su mente se concentrara mientras sus ojos miraban, sin ver, el tránsito de la calle. En la confrontación de preguntas y respuestas, dudas y certezas, sacó en claro que, por encima de todo, le daba pánico pensar en la posibilidad de que su matrimonio se disolviera. Aparte de esto, y de modo secundario, tuvo que admitir que no sentía indiferencia hacia la Innombrable, que en su sesión matutina de cama había experimentado mayor placer del que reconocía y que era un error minimizar, con desprecio, el significado de sus años compartidos con ella. Intentó paliar su incipiente sentimiento de culpa diciéndose que no era un hombre lineal, sino un individuo con marcadas aristas y tan humano que sus comportamientos escapaban, de vez en cuando, a los rigores de la lógica. Tampoco pudo evitar (es más, hasta le dio cierto morboso placer) pensar en que su faceta canalla le conferiría mayor atractivo y que su trato con las mujeres debía basarse en eso que los psicólogos llaman “refuerzo intermitente”, o sea, darles una de cal y otra de arena, alternar premios con castigos, como hacen las máquinas tragaperras con los jugadores. Sonrió y sintió el impulso de buscar el nombre de la Innombrable en la agenda de su móvil. Una vez seleccionado el número, se preguntó si debía llamarla o no, si ella alimentaría deseos de venganza o si la humillación sufrida la habría hundido en la depresión y minado su autoestima, si pensaría todavía en él o ya comenzaría a olvidarlo y, sobre todo, si aún permanecía en Italia. Deseoso de traspasar nuevamente los límites de sus antaño sólidos planteamientos éticos, pidió otra copa y siguió acariciando el pequeño teléfono, jugando con su conciencia e imaginando si de todo esto podría surgir una nueva novela.
Tentado y sonriendo como un niño consciente de la travesura inminente, cedió y pulsó el botón verde. “Que sea lo que Dios quiera”, se mintió.