martes, 24 de julio de 2007

Presencia

Agitado, empapado en sudor y con intenso dolor en el pecho, Fortunato Archevolti se despertó. Su mujer, le miraba con ternura y le acariciaba suavemente las sienes canosas
- ¿qué te pasa, querido? ¿has tenido una pesadilla?
- Sí
- ¿con qué soñabas?
- Con que estaba dormido en la arena de una playa y unas ratas me atacaban – mintió
- Bueno, no pasa nada, intenta dormirte.....ven, abrázame
- No, mejor voy a levantarme un rato, a veces si me sereno
- Como quieras....
- Tú no te preocupes y duérmete tranquila, que yo ahora vuelvo – le dijo mientras la besaba intentando que no se sintiera ofendiera.

Salió al jardín y encendió un cigarrillo. La noche era calurosa y los perros no tardaron en acercarse a él en cuanto lo vieron. Los acarició un rato y pensó que era bueno eso de que personas y animales se interesaran por uno. Espero a que se volvieran a tumbar y entonces, mirando a las estrellas, se concentró en sus pensamientos y en el pernicioso sueño. En éste, ella (la innombrable) aparecía en el Café de Ferrara al que él acudía a diario. Mirándolo desafiante desde la puerta, avanzaba sinuosa y decidida, segura del erotismo que irradiaba su figura llena de curvas. Cuando llegó hasta su lado, Fortunato pudo comprobar que los rasgos de su rostro se habían aposentado con rigor y su mirada se había vuelto más profunda y más cálida. Se sentó a la mesa que él ocupaba y sin mediar preámbulo alguno soltó: “te sigo queriendo”, con una voz que denotaba sufrimiento. Su belleza había ganado en intensidad y tenía un halo de misterio que la hacía más apetecible que nunca. Él, la miró a los ojos, con esa mirada suya que tantos equívocos le solía ocasionar (hombres y mujeres creían, errónea e invariablemente, que quería ligar con ellos) mientras dudaba la respuesta. Por un lado, le apetecía humillarla y por otro mostrarle una absoluta, y fingida, indiferencia con un frase que siempre utilizaba cuando las mujeres que no le interesaban le decían : “te quiero” y que era: “pues me parece muy bien”. No pudo articular palabra alguna, porque justo en ese momento, se despertó.

Pensativo, pero sin llegar a ninguna conclusión más que la evidencia de que la presencia de esa mujer, aún en sueños, le trastornaba, apuró el cigarrillo decidido a dormir abrazado al cálido cuerpo de Gabriela. Camino del dormitorio, le sobresaltó la luminosidad de su teléfono móvil que descansaba sobre la mesa del salón. Intrigado, se acercó y comprobó la entrada de un nuevo mensaje: LA SEMANA QUE VIENE VIAJO A ITALIA. QUIERO VERTE. UN BESO DE LOS QUE MÁS TE GUSTAN.

miércoles, 18 de julio de 2007

The Hunter

Había cenado en un restaurante panasiático y me apetecía tomarte una copa en algún otro lugar. La calurosa noche había echado a la gente a la calle y las terrazas de verano estaban a rebosar de muchachas en camisetas de tirantes que daban buena cuenta de gélidas jarras de cerveza con limón. Mi primera intención fue imitarlas pero, encontrar una mesa libre era una tarea más que imposible y no pasaba por mi cabeza esperar mirando cómo terminaban su consumición hasta que se dignaran levantarse y marcharse. Caminé sin rumbo, esquivando las riadas de gente, propio de las noches de viernes en el centro de la ciudad. Por fin, me decidí entrar a un lujoso y moderno hotel en cuya planta baja, anexo a la recepción, se extendía un bar, acristalado y decorado con el raro gusto del que a veces hacen gala los arquitectos minimalistas. Había oído hablar del local y las veces que había pasado por fuera me había sorprendido por la cantidad de mujeres atractivas que veía al otro lado del cristal El elegante portero me saludó con una inclinación de cabeza y un uniformado camarero me hizo una servicial reverencia invitándome a tomar asiento en unos sillones negros que prometían comodidad. Pedí un bourbon con coca cola y me recosté contra el respaldo mientras aguardaba mi pedido. Me quité las gafas oscuras, lo cual unido a mi polo negro, que no conseguía disimular el volumen de mis bíceps, mi cabello rapado al 1 y mi tez morena, me confería un aspecto de falangista cristiano libanés. Miré a mi alrededor. Constaté no sólo que todas las mujeres estaban bien buenas sino que parecían receptivas. Había un par de ellas que compartían mesa y copas con tipos maduros que se las daban de modernos con sus zapatos planos sin calcetines, sus melenitas blancas (calvos por delante) y sus relojes con correas de colores. Las observé y me devolvieron la mirada, sin otro disimulo que el que ellos no lo notaran. Sonreí ante la evidencia de que ahí no había ni amor ni pasión sino mera conveniencia y, descartada una cuarentona que charlaba con dos gays, mi vista pasó a centrarse en un par de rubias que ocupaban una mesa a escasos cuatro metros delante mío. También ellas me miraron, con disimulo y la intermitencia que les proporcionaba ser dos: “Mari ¿me míra?” se preguntaban la una a la otra. Claro que las miraba, no me van los hombres y concentrarme en la visión del techo me aburre sobremanera. Tras dar por sentado mi curiosidad por ambas, entraron en la fase del cuchicheo y la risa tonta, confirmándome mi primera impresión de que en el cerebro no residían sus mejores cualidades. Me daba igual, yo me había dejado el ánimo filosófico en casa, y lo único que imaginaba era a cualquiera de ellas aprisionando mis riñones con sus muslos. Terminada mi primera copa, con mi imaginación calenturienta a pleno rendimiento, pedí una segunda y sopesé la posibilidad de acercarme hasta su mesa a ver qué ocurría. Sin embargo, la reflexión y la experiencias pasadas en situaciones análogas me hicieron desecharla. Ellas me miraban, yo las miraba, y la sangre se me iba para el mismo sitio. Por fin, al rato, una de ellas se fue al cuarto de baño, seguramente obedeciendo a alguna maquinación más que a una urgencia fisiológica, y la que quedó y yo nos observamos fijamente, sin disimulos. Se hizo evidente que ella esperaba, y deseaba, alguna maniobra por parte mía. Así, sabiendo que la suerte va con los que arriesgan, eché mano a mi cartera y tras extraer una tarjeta, me acerqué a su mesa con un bolígrafo (soy de esos raros especimenes que siempre lleva uno en el bolsillo trasero de los pantalones) y escribí: “Llámame antes de que me haga viejo”. Se la dejé, con una última y directa mirada a sus ojos verdes, y me dirigí a la barra para abonar mi cuenta. Pagué y me encaminé al pasillo que llevaba a los aseos donde, a mitad del mismo, me apoyé contra la pared, a escasos metros de la puerta del destinado a Mujeres. Cuando la otra rubia salió, se sorprendió al verme. “Hola” le dije sin darle tiempo a pensar. “Hola” respondió. Le extendí una de mis tarjetas con idéntico mensaje que a su amiga y la recomendación de que no le comentara nada. Aseveró con la cabeza y se la guardó en el escote (es lo que pasa cuando se lleva vestido).
Pasados tres cuartos de hora, deambulando por las calles de la ciudad y fumando relajadamente unos cigarritos turcos, sonó mi móvil: ¿A qué no adivinan cuál de las dos era?

PD: dedicado a G.

sábado, 14 de julio de 2007

Calentura

El vulgar descaro con que exhibía su vertiginoso canalillo, unido a los cargantes vapores emanados de su perfume barato, denotaban, a las claras, que en su vida había leído a Spinoza y que con absoluta probabilidad, ni siquiera sabía quién era. Cuando, conforme seguimos charlando, le pregunté sobre su vida interior, me dijo que no estaba embarazada, con una ingenuidad angelical que chocaba con la lascivia que provocaba su piel, fabricada expresamente para la provocación y el placer. Sabedora del poderío sexual que emanaba y predispuesta al coqueto juego de las más consumadas calienta-braguetas, me tuvo toda la noche hablando y exhibiendo mi fina ironía (estimulada por las sucesivas copas) para, finalmente, despedirme con un cálido beso junto a la comisura de mis labios.

http://www.youtube.com/watch?v=1Dg5vuTfDtA
PD: El tema musical va dedicado a esos que no rompen ciertos cordones umbilicales, no superan álgunas patologías y les resucitan los cadáveres. A ver si el escucharla les vale de algo.

miércoles, 11 de julio de 2007

Libidinoso

Le había dejado tantas secuelas su traumática separación que, incapaz de mirar a otras mujeres con deseo, temía que su vida sexual se abocara hacia un inexorable crepúsculo. Caminaba por las calles indiferente a las receptivas miradas de las muchachas, girando su alianza a modo de exorcismo contra tentaciones carnales. Ninguna le interesaba, nadie le atraía y ni siquiera sucumbía al impulso, antiguamente tan socorrido, de navegar por las páginas porno de Internet. Llevaba meses sin despertarse con erecciones y dormía con el móvil encendido por si su ex mujer, arrepentida y consciente de su error, lo llamaba a cualquier hora. Abocado hacia la condición de individuo asexuado, pasaba gran parte del día bajo los vapores del alcohol, alimentando la idea de hacerse la vasectomía y un ojo siempre pendiente del teléfono móvil....ése que nunca sonaba...

sábado, 7 de julio de 2007

Lunático

Influenciado por la luna o alguna jodida conjunción planetaria, lucho inútilmente contra un insomnio de viernes noche. Me asomo a la ventana y todos los coches tocan el claxon como si celebraran algo cuyo significado se me escapa. En la plaza cercana, un grupo de adolescentes dan rienda a sus ansias culturales bebiendo cerveza y estampando las botellas contra el suelo en medio de etílicas y brutales carcajadas. Cierro la ventana y comienzo a vagar por la casa, sin pensar en nada y con la inquietud del tedio fatídico y habitual. No quiero leer y no se me ocurre nada peor que tumbarme en el sofá y encender la televisón para escuchar estupideces sobre las miserables vidas de personajillos pseudofamosos. Después de un par de horas y cuatro rones con hielo comienzo a notar como, desde algún lugar que yo pretendía remoto pero sin duda era cercano, viejas preguntas nunca contestadas acuden apelotonadamente a mi mente. No tengo respuestas, como no las tuve entonces, así que no me quedan más opciones que subir el volúmen del televisor y servirme otro ron mientras llega el sueño.

http://www.youtube.com/watch?v=FzEadbTCKDA

miércoles, 4 de julio de 2007

Inócuo

Con una rampante misantropía a cuestas, esencial en frustraciones y con el pesado lastre de no olvidar, miraba las mesas de alrededor, ocupadas por personas que hablaban con la boca llena y se las daban de sanas porque tomaban barritas de pan integral con aceite de oliva. Murmullos incoherentes y palabras inócuas, rostros sin expresión y vestimentas baratas de mercadillos de periferia. En medio de todo, él , individuo de tranquilas aficiones y escasas ambiciones.