Era uno de esos días calurosos, en los que el sol pegaba como si le debieran dinero, la camisa se adhería a la espalda y los calzoncillos se arrugaban con terquedad en torno a la parte alta de los muslos. Por las calles apenas transitaban vehículos o personas y el asfalto exhalaba un ligero humo con tufo de alquitrán. Así estaba la tarde cuando Israel Fuks decidió abandonar su domicilio, indiferente a los rigores de una canícula potenciada por la humedad, con su peculiar andar de mano derecha en el bolsillo y las piernas marcando las dos menos diez. Cuando pasó frente al ventanal del Café en que yo consumía la tarde escribiendo y tomando cervezas, levanté el brazo y le hice señas para que entrara. No puedo decir que fuéramos amigos del alma pero nos conocíamos desde chicos y habíamos coincidido tanto en el colegio judío como en la sinagoga los sábados. Eramos dos buenos muchachos de la Cole (algo más que muchachos, porque hacía más de una década que habíamos pasamos de los ventiocho, edad según algunos, en la que se abandona tal condición para convertirse en señor) a los que la vida y la fortuna habían tocado de desigual manera. Él, había heredado una fábrica textil de sus padres y había sido agraciado con una importante suma en la lotería. Para compensar, y como buscando un imposible equilibrio, su mujer había fallecido en accidente automovilístico hacía unos años, cuando estaba embarazada de siete meses. Desde entonces, y ya iba para medio lustro, Israel parecía regodearse en la autocompasión y una resignada soledad no exenta de resentimiento.
- ¿qué hacés con este calor por la calle? – le pregunté cuando lo tuve delante
- Nada, salí a pasear…..
- sentáte y tomá algo
Obedeció y pidió lo mismo que yo, o sea, cerveza.
- Hace mucho que no te veía. Bueno, en realidad, hace mucho que no veo a nadie……..¿seguís escribiendo? – me preguntó
- Sí, qué remedio……estoy ultimando un artículo para el periódico, dándole duro a mi próxima novela y colaborando con un guión de cine…..también me salió una cosita para televisión….
- Eepa, vas a morir de éxito, flaco
- De éxito no, de agotamiento
- ¿y a vos? ¿cómo te va con la fábrica?
- Pse, los asiáticos nos están jodiendo……a la gente sólo parece importarle el precio y no la calidad….todo lo que ellos fabrican es schmate pero les da lo mismo…..fijáte cómo va la gente vestida y decíme si no da pena….ahora hasta los que tienen plata van como crotos…..es un desastre
- Y, sí………respondí por empatía y comprobando que, casualmente, ése día me había vestido decentemente
- De todas formas…..poco me importa…….
Siguió un silencio breve y difícil hasta que de repente me preguntó:
- ¿seguís casado con Sandra?…………se llamaba Sandra ¿no?
- Sí
- ¿Les va bien?
- Sí – respondí casi avergonzado
- Tenían un hijo ¿no?
- Ahora tengo dos, un nene de seis y una nena de uno y medio
- Te felicito
- Gracias - le dije, sintiendo una punzada de culpa
Entonces temí que me dijera algo del tipo: “el mío ahora tendría casi cinco”, así que decidí cambiar de tema, por temor a sus palabras o al silencio. En eso andaba pensando cuando sonó su celular. Se levantó de la mesa y caminó hacia el fondo del local para hablar. Cuando regresó, apenas un minuto después, se despidió de mí con un enérgico apretón de manos.
- Me tengo que marchar…….me alegro de haberte visto – me dijo
- yo también
A través del ventanal lo vi parar un taxi a la puerta del local y saludarme con la mano y una sonrisa franca antes de montarse al vehículo. No sé quién le llamó ni hacia dónde se dirigía pero nunca llegó a destino; su taxi fue embestido lateralmente por un camión en un cruce e Israel murió en el acto.
Cuando pienso en ese día, no puedo abstraerme de un halo místico presente en todos mis pensamientos, preguntándome cómo pude yo influir en la pauta seguida por los acontecimientos hasta el fatal desenlace, y el significado de habernos encontrado precisamente aquella tarde, tras años sin vernos. No tengo respuestas. Sólo preguntas, y la imagen de su sonrisa y su mano, despidiéndose de este mundo.