Me había separado de mi esposa, estaba deprimido y pasaba mis días con la única compañía de la botella de whisky y el atado de cigarrillos. Mis comidas se reducían a espaciados platos enlatados que me provocaban acidez de estómago (supongo que por la cantidad de conservantes que llevaban) y pesadas digestiones que ni la siesta conseguía aliviar. Nadie me llamaba para preguntarme como me encontraba y yo enviaba mensajes a mis ex amantes que ni siquiera se molestaban en contestar. Lo hacía motivado por la lujuria que me provocaba el alcohol, por la necesidad de no sentirme solo en esos momentos emocionalmente trágicos y por cierta sensación de venganza hacia mi ex, cómo si ella pensara en mí…¡ cómo si a ella le importara… ¡ Cuando cerraba los ojos, me asaltaban todo tipo de paranoias relacionadas con ella, y la imaginaba haciendo el amor con casi todos nuestros conocidos, adoptando las más variopintas posturas y susurrando a su amante de turno cosas del tipo: “Mmmm, querido, eres mucho mejor que el aburrido de mi marido….” “me encanta hacerlo contigo, porque me has enseñado el lado salvaje y animal del sexo….¡qué diferencia con el muermo de mi marido¡”.
Estaba tan mal por esos días, que mis demenciales elucubraciones etílicas, me llevaron incluso a sopesar la alternativa de adquirir una muñeca inflable para vestirla con las ropas de mi esposa olvidadas por los cajones y llevármela a la cama. Sin embargo, se ve que un atisbo de cordura aún sobrevivía flotando en el alcohol, porque deseché la idea con el asco de verme a mí mismo como un pajero incapaz de conseguirse una mina.
Un noche, en un respiro que me otorgó el whisky, me vestí, peiné, vestí elegantemente y salí a dar una vuelta a la calle sin rumbo determinado y sin objetivo aparente. Sin embargo, no sé cómo pero supongo que impulsado por el destino más que por la casualidad, terminé en un local llamado JOVATA’S. Resultó ser lugar de encuentro de maduras receptivas y faltas de cariño, con la autoestima baja y deseosas de complacer a un hombre. Me dejé llevar y ésa misma noche terminé en casa de Gabriela, una cuarentona avanzada en trámite de divorcio. Sin quererlo, salí enseguida de la depresión a fuerza de meterme en camas ajenas y así, a Gabi, sucedieron Mónica, Celia, Mª Laura, una rubia que no recuerdo el nombre, Sofía, una morochita del Norte, Ana, Gisela, Claudia, Karina y Cristina.
Ya pasaron más de cinco meses que comencé esta dinámica y como si mi mujer se oliera mi éxito con otras mujeres, no para de llamarme pidiéndome otra oportunidad. Será que los otros no son tan buenos amantes o, tal vez, que mi reciente fama se ha propagado…. En todo caso, ¿para qué la necesito?. Mis nuevas amigas son más cariñosas, admiten que les ponga los camisones de ella y me dejan decirle su nombre cuando acabo: te quiero….Clara.
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