martes, 13 de febrero de 2007

Moverse

Contra la vida en frenético movimiento, materializada en incómodas y atronadoras riadas de gente que lo inundaban todo, aceleradas por un afán consumista que se repetía año tras año por tan señaladas fechas (Navidades), Ricardo Archevolti presentaba quietud y soledad . No iba a renunciar al placer mañanero de sentarse en un viejo a Café a desayunar y leer tranquilamente los periódicos, por los molestos efectos secundarios derivados de lo que parecía un extendido virus, acaso una manifestación del gen idiota innato a la condición humana, que les llevaba comprar de manera compulsiva y celebrar ruidosamente su pasajero estado de eferverscencia existencial. Su ritmo de vida era diferente. Su pulsión existencial se podría definir como “de baja intensidad” y hacía ya mucho tiempo que había comprendido que la actividad por sí misma no significa nada, y mucho menos estar vivo. Y si no, no tenía más que mirar, a través del ventanal, para darse cuenta que vivir, debe ser otra cosa.
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