lunes, 12 de febrero de 2007

D.

Con la violencia y el pecado tan afianzados en sus genes, no suponía ningún esfuerzo para su mente, imaginar nuevas formas para disfrutar de los placeres de la carne y la sangre. La sola mención de su nombre espantaba a los campesinos de la zona, que se persignaban y no osaban salir de casa si no era acompañados del sol, un crucifijo y un frasco de agua bendita. Se decía, desde tiempo inmemorial, que habitaba el lejano castillo, visible desde las tierras del valle pero, paralizados por el miedo, nadie se atrevía a comprobarlo. Se decía que tenía un rostro delgado y huesudo, en el que resaltaban unos hipnóticos ojos con intensos derrames sanguíneos sobre un fondo amarillento. Se decía que, por la noche, un carruaje sin conductor atravesaba silencioso la espesura del bosque en siniestras expediciones. Se decía que una manada de lobos y un pequeño ejército de esclavos le protegía. Se decía que sentía predilección por las vírgenes. Se decían muchas cosas pero, lo que no se sabía es que, el viejo vampiro prefería a las refinadas muchachas de la ciudad.
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