martes, 8 de abril de 2008

Redención

Hacía muchos años que alguien le había dicho que un escritor es un hombre de mucho trabajo y alguna inspiración. Si era cierto, entonces tendría que dar un giro completo porque cada día dedicaba menos tiempo a escribir y cuando lo hacía no quedaba nada satisfecho con el resultado. Sobrevivía gracias a un periódico y las cada vez más ocasionales colaboraciones con distintas revistas. Sus novelas apenas se vendían y hacía ya más de seis años que se había publicado la última, con notorio éxito de crítica pero escaso de ventas. El otrora renombrado escritor había caído en una honda laxitud y el apacible bienestar de la ilusoria gloria conseguida, sin importarle el saber que ésta era tan efímera que ya apenas le recordaban. Sentía como cada día que pasaba era más impermeable a las emociones y como el paso del tiempo vulgar le provocaba un tibio desencanto y anhelo de cambio insuficiente para sacarlo de su semipostración.

Su innata lucidez le indicaba qué era lo que precisaba para volver a escribir cuánto quisiera y cómo deseaba. Carecía de pasiones y mientras no encontrara o recobrara alguna, seguiría sin fuerzas para liberarse del sentimiento, hondamente arraigado, de desgana existencial y asaltar con éxito el transcurrir del tiempo vulgar.

Tenía que reivindicar lo gerundial y olvidar lo pretérito, ése que le indicaba lo que pudo ser y confirmó que rara vez confluyen el curso de los hechos con la esperanza. Tenía que romper con su actitud servil ante la abulia. Tenía que sorprender a los idólatras del sentido común que no confiaban en su resurrección y lo habían enterrado hacía mucho. Tenía que resarcirse de los funestos efectos de la pereza. Tenía que imponerse a un solapado e inconsciente miedo al fracaso. Tenía una existencia que se estaba diluyendo en la nada. Tenía tantas cosas por delante que decidió no perder más tiempo. Parado ante el espejo se rapó la cabeza, luego se duchó y vestido con camisa blanca y vaqueros, cargó con su ordenador portátil y salió a la calle. Entró en el primer Café que hacía esquina (una de sus supersticiones) y comenzó a escribir de manera febril, derribando dudas e incertidumbres a golpe de teclado, dejándose llevar por la punzante euforia de quien sabe que la vida es demasiado preciosa para desaprovecharla y confiando en recobrar una pasión perdida.

Dedicado al escritor Oscar Mortara, que volvió a escribir y publicar, a pesar de que muchos lo pensaban peor que muerto.

6 comentarios:

Isabel chiara dijo...

No recuerdo quien dijo algo así como "cuando llegue la musa, que me coja trabajando". A veces ansiamos que en la escritura fluya lo que llevamos dentro sin éxito; aunque es muy cierto que la pasión, sea del orden que sea, es fundamental para sentarse frente al teclado.

Su personaje hizo algo muy útil, además de encauzar de nuevo su carrera literaria, se rapó la cabeza, deshaciéndose de ése otro al que quería superar.

Un beso

Makiavelo dijo...

Maestro me alegra saber que Oscar vuelve a estar en activo, reconozco que me dejó epatado nada más empezar a leerlo.
Esas novelas, supongo se habrán vendido poco por falta de promoción.
Tengo un amigo que en vez de raparse se tiñó el pelo de blanco, causó sensación. Fue su manera de decir:
Aquí estoy yo, después llegaron los demás.

Saludos.

Isabel, era Picasso al que le gustaba estar siempre preparado delante del lienzo.

Carlos Paredes Leví dijo...

Isabel Chiara:
Las pasiones le dan un sello de autenticidad a todo lo que hacemos....
Un saludo.

Carlos Paredes Leví dijo...

Makiavelo:
Me gustó eso de teñirse el pelo de blanco. Además, en mi caso, sólo tendría que teñirme la parte de arriba...
Un saludo.

Anónimo dijo...

Le conté alguna vez que Oscar y yo somos amigos ??. Nuestros padres también lo eran.
Un abrazo.

Carlos Paredes Leví dijo...

Fortunato:
Usted, al contrario que yo, conoce a mucha gente....
Un saludo.