lunes, 12 de febrero de 2007
Desconsuelo
La tediosa calma reinante en el sombrío local de atmósfera macilenta, humo estanca do y cristales opacos por la mugre no ayudaba a romper el círculo vicioso de introspección, melancolía y tristeza. Tomaba un café solo, negro como su amargura, a sorbos diminutos que producían quemazón en la punta de su lengua mientras miraba, absorto, la puerta, como si esperara la entrada de alguien. Los restantes clientes del establecimiento, viejos que se entretenían jugando al dominó y bebiendo copas de coñac que en sus casas tenían prohibidas, le lanzaban fortuitas y esporádicas miradas, más cargadas de indiferencia que de otra cosa. A un primer café siguió un segundo, y a éste un tercero, a cual más negro y más amargo. La carga de cafeína ingerida le provocó cierta eferverscencia eufórica que le empujó a levantarse y salir a la calle a caminar por las callejuelas del laberíntico barrio. La tiránica oscuridad de la noche, favorecida por los decadentes y grises edificios, apenas se veía afectada por la débil resistencia de escasas y distantes farolas sobrevivientes de olvidados tiempos de prósperas promesas. Sin darse cuenta, como si fuera sonámbulo, se encontró ante el muelle y unas aguas que parecían llamarle. Se sentó en la fría piedra y contempló largamente los caprichosos reflejos sobre la líquida superficie hasta que al rato, flexionando su tronco hacia delante, se lanzó a las profundidades de la muerte, sabiendo que era la única salida que tenía para un abatimiento y un desconsuelo insondables.
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