lunes, 30 de marzo de 2009

PUBLI

Era domingo al mediodía, y mientras Ana trabajaba con su portátil, yo me afanaba en preparar un besugo al horno con papas, pimientos y cebolla. Como el pescado tarda muy poco en hacerse, lo dejé para el final, adelantando la cocción del resto de ingredientes en un recipiente cerámico y de forma ovalada. Al mismo tiempo, tosté unas rebanadas de pan en la plancha y las recubrí con una capa de tomate triturado, un chorro de aceite de oliva vírgen extra y una pizca de sal. Con este preparado y dos copas de vino de la Ribera del Duero, me acerqué al salón y tomé asiento junto a Ana:
- andá, dejá eso y dáte un respiro
- ah, mil gracias – exclamó abriendo los ojos con agradecida sorpresa – es que andamos liados con una campaña y….

No respondí pero se me escapó una sonrisa irónica, de lado, cargada de sorna y más elocuente que si hubiera hablado

- ¿vos pensás que esto de la publicidad es una pelotudez, no? – inquirió mirándome fijamente
- ¿La verdad?. Sí – respondí con arrogancia, para inmediatamente intentar mitigarlo - No, no es que sea una pelotudez pero, está muy sobredimensionada...
- ya veo…..
- Mirá, no te ofendas. Conozco a gente que trabaja en tu gremio, son personas muy válidas e inteligentes pero no son creativos…..la práctica totalidad de éstos me parecen unos pelotudos; con esos peinaditos raros, sus camisetas con frases ingeniosas, las ojotas en las cuatro estaciones, sus lofts, sus charlas al pedo sobre macrobiótica, filosofías sincréticas y ése aire perpetuo de fatiga por vivir, de indolencia y de dejadez… como si, de tanto pensar, su nivel de energía acusara descensos con efectos semejantes a la hipoglucemia…que se dejen de joder, coño ¡¡ son cre-a-ti-vos, no creadores ¡
- ¿Vos creés que es fácil hacer un comercial para tv?
- No, no, a mí no me vas a convencer que eso que hacéis es una obra de arte, porque sólo es publicidad. Vosotros vendéis humo, y cuando enciendo el televisor y veo los anuncios, llego a la conclusión que detrás, se esconden pendejos sin cultura, o si preferís con cultura lacustre, es decir, llena de lagunas….que se la pasan jugando a la Wii, no han leído a Borges en su puta vida y sobre los que no provocó ninguna sensación el expresionismo alemán o el neorrealismo italiano….no van más allá de Matrix….¿Decíme vos cuántos libros viste en las casas de los creativos con los que trabajas?....y de todas estas carencias, salen esos comerciales carentes de concepto y repetitivos en unas formas estériles que sólo llegan a personas con escasas o nulas exigencias contemplativas….ni siquiera logran una estética kitsch, que al menos provocaría cierta atracción por lo cutre, lo ordinario y lo grotesco, como esas decoraciones de los restaurantes paquistaníes en Londres o los famosos cuadros de cataratas en movimiento de muchos locales chinos…
- Ajá, no te voy a negar que tenés algo de razón, pero debés comprender que los clientes….
- No, no - la interrumpí – no te escudés en que los clientes quieren esas porquerías porque es el mismo argumento de los que defienden la televisión basura: “es lo que la gente pide” y que no es más que una verdad a medias de la que se abusa para ocultar la falta de talento. Se puede contentar al público con productos de calidad….
Mirá, el otro día, me topé con una publicidad radiofónica que me indignó; era sobre una crema para la piel buenísima gracias a sus ingredientes; caviar, oro activo y aloé biológico. ¿Me querés decir qué carajo son, el oro activo y el aloé biológico?¡¡. Y es que a los publicistas os encanta utilizar términos que confundan al prójimo…..y que, para mí, son una falta de respeto hacia el público…
- Bueno, entonces si a su Excelencia le parece bien.. ¿por qué no me ayudás con lo mío?
- Yo te ayudo pero, te advierto que mi principal motivación va a ser la riqueza en concepto….
- Claro, en concepto de tu porcentaje, no?
- Bueno, de dinero no me gusta hablar….pero aceptaría gustoso un bono de diez polvos…
- jaja ¿sólo diez? – preguntó con picardía
- ¿Estás generosa? Entonces qué tal un abono mensual?
- si quedo contenta con tus ideas….
- Por supuesto que vas a quedar contenta….tanto, que tu agencia va a querer contratarme como free lance así que, mientras se hacen las papas ¿por qué no vamos un ratito a tu cuarto y me das un adelanto….unas directrices para saber lo que realmente querés?
- vamos, todo sea por la publicidad – dijo llevándome risueña de la mano
- Eso; ya verás cómo, al final, resulto una mezcla entre Gabriel Dreyfus y Rocco Sifredi..
- Ja !

miércoles, 25 de marzo de 2009

PRIMERA VEZ

Era sábado, mediada la mañana, y con el periódico bajo el brazo entré en un Café del Madrid de los Austrias que frecuentaba desde mi llegada a la ciudad. El local estaba casi desierto y los camareros manifestaban en sus caras una holganza cargada de tedio que contrastaba con el habitual ajetreo que padecían casi a diario. Tras hacer mi pedido: café con leche y pan tostado con tomate y aceite de oliva, tomé asiento junto a uno de los grandes ventanales del salón. Tan absorto estaba con la lectura de algunos artículos de opinión y en la página de Necrológicas, de la que extraía apellidos para algunos de mis personajes, que no reparé en que una mina me observaba, hasta pasado un buen rato. Al principio pensé que su mirada había sido casual pero enseguida descubrí que no, que en ella había una evidente curiosidad e interés, como si me conociera de algo. Ya avanzaba entre las mesas con aire de terminación cuando no me quedó la más mínima duda, así que aguardé su llegada con fingida pose de indiferencia y distracción.

- ¿sos argentino, no? – me soltó de sopetón cuando llegó a mi mesa
Yo tenía tantas ganas de hablar con alguien como de machacarme el pito con la tapa de un piano pero, como estaba muy buena, le di una oportunidad:
- ¿cómo supiste?
- y…..llevás un reloj Tressa, unas zapatillas Topper, una camiseta de Los Pumas y estás leyendo El Clarín….
- ¿sólo por eso?
- y por esto también – respondió sonriente y enseñándome un ejemplar de uno de mis libros; una antología de cuentos titulada “Café aguado”, que había salido publicada hacía no más de seis meses
- ¿querés sentarte? – pregunté
- Sí, pero esperá que me acerco a la barra a pedirme otro café. ¿vos querés algo más?
- Un café solo

Mientras iba y venía, calibré sus encantos con ojos de macho heterosexual: era del estilo de esas flaquitas que tanto le gustan a mi amigo Semental Pradero; de pelo largo rubio brillante y acastañado, con pechos redondos como duraznos (y apenas más grandes), piernas delgadas, y unas caderas estrechas que limitaban un trasero musculado y alzado. En definitiva, y como diría mi sátiro compatriota: estaba para darle.
Apenas tomó asiento enfrente mío, con una sonrisa de satisfacción por compartir mesa con un escritor de medio pelo, retomó la conversación antes iniciada:

- ¿sabés qué me encanta de vos? Que sos muy sarcástico…transmitís inteligencia, cierta ternura y de no tener un pelo de tonto
- bueno, sobre esto último, tengo la misma impresión que vos, así que no te voy a contradecir…
- sos taaan porteño ¡ tenés esa arrogancia de sentirte elegido por lo dioses, de creerte el ombligo del mundo y de pensar que todos los demás no te llegan….Sin embargo, a la vez de eso, te reís de vos mismo sin vergüenza, haciendo gala de un humor inteligente y lúcido….además, me gusta ese toque moishe de tus relatos…¿no te dijeron que tenés un parecido con Marcelo Birmajer, sólo que éste reivindica el barrio de Once y vos Caballito?
- no, la verdad es que nadie se atrevió todavía a mentirme con tanto descaro…che, decíme ¿y vos de dónde sos?
- de Belgrano
- ah ¡ - exclamé admirativamente al confirmar mi suposición de que había sido criada con mimos y buenos alimentos, seguramente hija de padres dedicados a alguna profesión liberal que no la veían durante todo el día hasta la cena y que después de tomarse un whisky nocturno iban a su cuarto para arroparla y darle un beso de buenas noches.
Conforme avanzaba la charla, cada vez me gustaba más. Al contrario de la mayoría de minas que se me acercaban, ésta no parecía una loca y aún siendo rubia no era ninguna boluda ; seguro que hasta sabía deletrear su nombre, ANA, de izquierda a derecha y viceversa, además de explayarse con criterio sobre todos y cada uno de los temas que tratamos. Yo, mientras tanto, a todo le decía que sí, que pensaba lo mismo de ella y no sólo porque dedicara parte de mi atención a mirar sus cejas para adivinar el color de su vello púbico o cómo sonarían sus gemidos en medio del acto sexual, sino porque estaba de acuerdo con su puntos de vista, lo cual no dejaba de ser algo excepcional. Decidido a invitarla a comer, en un italiano donde llevaba a mis levantes, continué sosteniendo la conversación y escuchando sus confesiones. Me dijo que tenía 28 años y trabajaba como directora creativa en una conocida agencia de publicidad, que se había licenciado en Psicología y que durante un tiempo estuvo a punto de dedicarse al teatro. “Qué interesante” respondía a casi cualquier cosa, como si fuera un mantra sustitutivo de el ya gastado “opino lo mismo que vos” y esperando no me saliera con que tenía planeado seguir un curso de inciensoterapia o de tarot por correspondencia. En el restaurante, siguió evidenciando falta de patologías psiquicas y tras entregarnos con esmero a una fuente de pasta preparada al estilo argentino, rematamos con un tiramisú compartido, café y oporto, antes de acercarnos a su casa para “echar una siesta”.
Obviamente, soy un caballero (salvo en ocasiones) así que no voy a revelar el desarrollo de la citada siesta pero sí que, al despertarnos, aún adormecidos y silenciosos, se escuchaba el repicar de las primeras gotas de lluvia contra el cristal de la ventana de su cuarto. Fue entonces cuando ella suspiró y me dijo:
- ¿sabés qué? es la primera vez que me acuesto con un tipo el primer día de conocerlo
- yo, también
- ¿en serio? – preguntó apoyándose con el codo en la cama y mirándome asombrada
- Sí, en serio - mentí

lunes, 23 de marzo de 2009

H de P

Nunca había entrado en aquel Café y no lo habría hecho de no haberme citado en él con el Loco Toscani. Ambos habíamos cursado juntos la secundaria y después de terminarla coincidíamos, de tanto en tanto, en algún partido de fútbol organizado por amigos comúnes, ocasionales fiestas de ex alumnos o simplemente nos cruzábamos por las calles del barrio, ya que los dos seguíamos viviendo en Villa Crespo. Por lo que sabía, le iba bien al Loco; era director creativo de una agencia de publicidad, se había casado con su novia de toda la vida, tenía dos nenes chiquitos y solía veranear en el sur de Europa y Punta del Este. Yo, en cambio, despotricaba contra la Publicidad, no me había casado ni mucho menos tenía hijos y mis escapadas veraniegas no iban más allá de Miramar. Con todo, no me quejaba mucho porque tenía un nada despreciable éxito con las minas, conservaba el pelo, no tenía barriga y mis trabajos como free lance me permitían vivir decentemente.
- qué hacés, flaco ¡ - me saludó abrazándome, en cuanto entré en El Royal – qué bien te veo ¡ -añadió,echándose un poco para atrás para mirarme mejor
- sí, me ves bien porque estoy cerca….
- no, en serio….estás bárbaro….parecés un pendejo ¡
- es que soy lento de maduración, viste? Además, tomo mucha levadura de cerveza, café, vitamina C y algas para evitar la oxidación....

Enseguida nos sentamos a una mesa y pedimos dos whiskeys; solo para él, y con hielo para mí. Mientras llegaba nuestro pedido, intercambiamos preguntas de rigor y diversas cortesías, como si nos hiciera falta el líquido elemento entre las manos para abordar el verdadero motivo la cita (vía telefónica) que yo, por otra parte, desconocía por completo. Por fin, tras dar un primer sorbo a su whisky y chasquear la lengua con satisfacción, el Loco se sinceró conmigo:
- Hace unos días, veraneando con mi familia en Punta del este, me encontré con Laura…..tu Laura.. – me soltó sin anestesia

No bien escuché ese nombre, me invadió una sensación de pánico que hizo que mi corazón amenazara con pararse, primero, y con salírseme por la boca, después. Tan evidente debió resultar mi reacción, que Toscani se quedó callado unos instantes antes de proseguir:
- bueno….el caso es que yo había bajado del departamento para comprar algo en la rotisería de al lado y allá me topé con ella….tan linda como siempre y sonriéndome con la misma naturalidad que si nos hubiéramos visto la semana pasada… Me dijo que iba a quedarse unos días más en Punta del Este y me dió el número de su celular para ver si podíamos vernos para tomar un café y charlar con más calma. Le respondí que sí, que claro, y mi mujer y yo la invitamos a cenar dos días más tarde….Bueno, cenamos, nos contamos nuestras respectivas vidas y, cuando mi mujer fue a acostar a los nenes - los pobres se habían quedado dormidos en el sofá - Laura me preguntó si te veía…yo le respondí que muy de vez en cuando, porque vivíamos cerca…y entonces, me entregó ésta carta para vos…..Yo no sabía qué hacer ni qué decirle….a fin de cuentas, fui quién los presentó y.….bueno, el caso es que me casi se pone a llorar… me rogó que por favor te la diera, y yo no tuve valor para negarme…. así que acá la tenés…..
Tomé la carta en mis manos y la observé con un detenimiento, concentrándome en el singular contraste del sobre celeste oscuro y el negro de la tinta con que mi nombre aparecía escrito, en letra redondeada y subrayado con una línea ascendente.
- gracias – balbuceé, evidenciando nuevamente el efecto que me provocaba todo lo que viniera de ella
Ahí mismo abrí la carta y me puse a leerla, mientras Toscani no sabía cómo hacer para no incomodarme con su presencia; miraba al techo, sus zapatos, encendió un cigarrillo, etc. Cuando terminé, la doblé con cuidado y volví a meterla dentro del sobre, roto por un lateral, antes de pronunciarme:
- Mirá, Loco…vos sabés todo lo que yo pasé por ella….nos íbamos a casar, queríamos tener un hijo, y me entero que la muy turra se fue de fin de semana a Colonia con su jefe en vez de con su hermana, como me había contado…y ahora, me hace llegar una carta, más de dos años después, donde confiesa que aquello fue el error más grande de su vida, que era conmigo con quien debió casarse ,que aún me quiere, que fui lo mejor que le pasó y bla bla bla
- bueno, yo…
- yo sé que a vos esto te agarró en medio y que tenés buena onda pero, cuando la llamés para decirle en qué terminó la cosa, decíle, de mi parte, que se vaya a la puta que la parió o a la concha de su madre…..lo que vos prefirás…eso lo dejó a tu elección
Y ahora, me tengo que ir….ah, y hacé con la carta lo que quieras, porque a mí no me interesa conservarla… - rematé dejando el sobre encima de la mesa
- disculpáme, che….yo no quería jorobarte
- no te preocupés, que la cosa no va con vos….ni con nadie, porque es un tema que yo finiquité hace tiempo.

Nos dimos la mano, le palmeé el hombro y salí por la puerta mascullando entre dientes: ¡qué hija de puta! ¡qué hija de la gran puta!.

miércoles, 18 de marzo de 2009

ESTÁ EN EL AIRE

Desbordado por el hastío y la monotonía sustancial que prometía el domingo, me había levantado de la cama por inercia, tarde y con la boca reseca por los excesos alcohólicos del día anterior. Exprimí tres naranjas, hice café y dejé que la vitamina c y la cafeína fluyeran por mi sangre, activando mi cerebro aletargado por un molesto despertar. Cuando me sentí mejor, con el adicional aporte de un Alka-Seltzer, salí a dar un paseo bajo el sol primaveral que actuaba como reclamo para domingueros que mataban la mañana a base de misa-parque y vermú. Los esquivé, buscando el solitario amparo de un andar anárquico por calles poco transitadas, de nombres casi anónimos y alejadas de las principales arterias de una ciudad donde el deporte nacional parecía ser el constante escupir de los transeúntes y sonar las bocinas de los coches. Me sentía tan extraño, tan diferente con el elemento humano circundante, que retorné raudo a mi domicilio, buscando en las paredes de mi apartamento un seguro resguardo contra la ordinariez reinante.
Apenas me senté en el sofá del salón, caí en la cuenta de que no tenía nada que hacer. No sentía apetito, la televisión ofertaba programas esperpénticos y mis pocos amigos habían escapado fuera aprovechando el soleado fin de semana. Tan plana se me presentó la realidad, que decidí hacer limpieza en los cajones de mi escritorio. Fue al poco de iniciar la faena cuando me topé con una carta que había enviado, años atrás, a cierta agencia de publicidad. A pesar de que recordaba el contenido y las circunstancias en las que la había escrito: en medio de un período de violenta exasperación donde mi vida estaba en dolorosa suspensión y sufría de atormentadas ensoñaciones nacidas de exigencias desplazadas, la releí:

“A quien corresponda:
He visto algunos de sus últimos trabajos en TV y debo decirle, con total franqueza, que me parecieron una porquería. No sé de dónde saca ud. a su equipo de creativos (uno entiende porqué nunca serán creadores) pero, desde luego, no de un lugar donde la inteligencia es una norma sino, más bien todo lo contrario: una excepción. Sin lugar a dudas, yo lo haría mucho mejor aunque, también es cierto, le saldría más caro que esos colaboradores de los que se rodea.
Casi con toda seguridad encuentre esta misiva un tanto irreverente y es cierto, pero considere que yo tengo cierta desesperación interior que me empuja a una trepidante carrera de órdagos y no puedo permitirme que maduren algunas de mis recientes derrotas y negativas vicisitudes. Esto, me otorga una temeridad que me hace despreciar el pudor.
Fdo: Carlos Paredes Leví

Pd: Si me pregunta porqué le envío esta carta, le diré que por la misma razón que el perro se lame los huevos; porque puedo
Pd: les deseo mucha suerte; no porque se la merezcan, sino porque les va a hacer falta”.

No voy a confesar que me avergoncé de haberla enviado porque, en aquel tiempo excusé mi acto en virtud de mi naturaleza excéntrica y deseando tentar al azar, con ingenuidad y mucha superstición, para que en mi anodina existencia “sucedieran cosas”. Quizás se ocultara en ello un deseo de ampliar mi cuota de singularidad o yo qué sé….el caso es que nunca me contestaron y el azar me gambeteó una vez más.

Al terminar de releerla, y venciendo la tentación de conservarla, construí un avioncito que tiré por la ventana, sin reparar en las evoluciones del mismo, y retornando enseguida a mis tareas de limpieza. Cuál no sería mi sorpresa cuando horas más tarde, revisando en Internet mi correo, me encontré con un mail que bajo el título (asunto) de “Avioncito de papel”, me remitía una tal Nora Kohan y que yo inmediatamente identifiqué como paisana, en sentido doble. Abrí el mensaje y ponía:

“Me encontré un avioncito de papel que contenía un singular comunicado dirigido a una agencia de publicidad. Me intrigó la personalidad del autor y busqué tu nombre en Google encontrándome con un montón de entradas. Sin reparar en cómo te llamás, te digo que había leído algún que otro de tus artículos y aproveché para repasar algunos de los post que publicás en tu blog (¡qué nombrecito le pusiste, che¡). Me reí mucho y te dejé un comentario en el último. Bueno, no sé qué más decirte….ah, vivo en Madrid desde hace tres años y allá lo hacía en Villa del Parque (a ver si un día escribís algo en que salga mi barrio)”.
Un beso. Nora

Permanecí unos instantes mirando la pantalla como si estuviera hipnotizado antes de decidirme a contestarle. A fin de cuentas, yo no tenía nada que perder y me gustaba asignarle a los sucesos que llegaban a mi vida una eminencia acaso mayor de la que realmente tenían. En medio de un entusiasmo parvo y una notoria inquietud, envié una elaborada respuesta. Casi de inmediato, me llegó otro mail suyo al que también respondí y luego otro, y otro y otro hasta un total de 19 a fecha de hoy, miércoles, en que recibí uno que terminaba del siguiente modo: “supongo que te habrás dado cuenta de que, cuanto más tiempo pasemos con esto, más difícil será hacer o no hacer nada….”. Interpreté semejantes palabras, como una invitación a dar un paso adelante, a conocernos en persona así que, ni corto ni perezoso, la invité a cenar en uno de los restaurantes, argentino, que frecuento. Aceptó (encantada, según me escribió) y ahora sólo me resta esperar la hora de la cita, con la esperanza de que su declaración de que tiene todos los dientes y no sufrió la amputación de ninguna extremidad sea tan real como aquello que nos imaginamos. Ya veremos, pero uds. no se hagan ilusiones, porque es tan personal, que no pienso compartirlo….

lunes, 16 de marzo de 2009

LO TUYO ES TEATRO

Me había acostado a ver la tele y terminé durmiendo toda la tarde. Al despertar, me asomé al balcón y advertí, con asombro mesurado, cómo la exigua luz del ocaso apenas sobrevivía entre nubes oscuras que presagiaban tormenta y que se extendían hasta el horizonte en una infinita gama de grises. La inminencia de lluvia me animó de inmediato. Así que, ansiando que se desatara el previsible fenómeno atmosférico, salí de casa para tomarme una copa en un Café cercano e intentar escribir algo. La serena contemplación de la lluvia siempre suponía un momento propicio para la inspiración y si a esto sumamos el variopinto elenco que constituía la clientela del Ombú, no es raro imaginar que en mi interior creciera la idea de perfilar un buen cuento.
Apenas debía llevar media hora garabateando frases en mi cuaderno rojo cuando Mirta entró por la puerta, casi a la carrera y mesándose sus empapados cabellos. Al principio, no reparó en mí y tomó asiento en una mesa bastante alejada de donde yo estaba. Fue recién mientras revolvía su café con leche cuando, por fin levantó la vista y me reconoció. Sonrió con amplitud y se acercó a mi mesa haciendo equilibrios con la taza y el plato.
- ¿qué hacés acá? – preguntó antes de darme un beso en la mejilla
- vivo en el barrio, ¿y vos?
- andaba por el barrio
- Ah - exclamé por decir algo…
Entonces se produjo un breve y embarazoso silencio entre ambos. Hacía una década que no nos veíamos y la última vez que lo hicimos fue en un café parecido a éste, dónde ella me dijo que necesitaba tiempo para ella misma y que nuestra relación la estaba asfixiando. En realidad lo que quería decirme y no pudo, fue que se estaba encamando con un pedante director de teatro y que me dejaba por él. Mirta fue la primera mujer que me hizo sufrir y quien me demostró, con empírico dolor, que mis dotes de enamorador no eran infalibles.
- ¿te casaste? – preguntó rescatándome del pasado
- no…..¿y vos?
- Dos veces
- ¿con…..?
- nooo, con ése no – contestó decidida, sabiendo que me refería al tipo por el que me había dejado y de cuya existencia yo supe apenas diez días después de que me abandonara, cuando mi amigo el turco Ohayon los vió pasear de la mano por Parque Rivadavia – primero lo hice con un actor y después con un médico del Hospital Italiano….eso fue antes de irme a vivir a Nueva York y divorciarme de él, claro…
- claro….¿y ahora a qué te dedicás?
- soy actriz – exclamó con indisimulado orgullo – justo en estoy días estamos representando una obra en el Paseo La Plaza…..¿no me viste en los carteles publicitarios?
- no, no sigo mucho la cartelera…
- tenés que venir…..es una obra bárbara, un poco existencialista ….de pensar ¿viste?
- claro….de pensar (“de pensar en no volver nunca más al teatro” fue lo que pensé)
- che, ¿por qué no venís esta noche a vernos y después cenás con mi novio y conmigo? Ya verás lo bien que te va a caer….es un tipo divino….¡tan inteligente, tan culto…¡ además, es el director de la obra….dále, vení ¡ vení ¡

Yo no sabía que responder, no porque no estuviera seguro de no querer ir, sino porque ninguna excusa viable acudía a mi mente. Sin embargo, esta falta de entusiasmo por mi parte, lejos de detenerla, la alentó más en su empeño, a todas luces excesivo, porque la viese en escena y conociera a su novio.
- ¿tenés celular?
- no, me lo dejé en casa – mentí, imaginando nada bueno
- es que el mío se quedó sin batería….¿acá tienen teléfono?
- sí, al fondo…junto a los baños
- bueno, esperáme que llamo a Darío y digo que no haga planes para después de la función, y que reserve mesa en un restaurante…hay cerca del teatro uno armenio, que te va a encantar…¡
- dále, andá tranquila…

No bien Mirta desapareció de mi campo visual, me levanté a toda prisa y aboné las consumiciones al mozo antes de encarar la calle. Llovía copiosamente y un aire fresco soplaba con escasa piedad, levantando hojas del suelo y obligándome a caminar pegado a pared. Pero nada de esto importaba. Sólo quería llegar a mis dos ambientes y tirarme en el sofá a ver la tele, olvidar la conversación reciente y no dejar que el tiempo lluvioso me trajera nostalgias. Porque si hacía tiempo que dejé de ser boludo, ser sentimental era algo que no se me pasaba….

martes, 10 de marzo de 2009

LO QUE FOI, FOI

Martirizado por los mosquitos y la tenaz humedad del verano porteño, me acerqué a uno de los Cafés de la av. Corrientes, que aún estaban abiertos a esa hora tardía, para tomarme un whisky. Apenas cuatro o cinco insomnes salpicaban un bosque de mesas y sillas sobre el que flotaba, con aire de tristeza, una mortecina luz de neón que recorría el cuadrado techo del salón. Un ambiente más que propicio para la melancolía pero, tampoco podía esperar otra cosa a la una y pico de la madrugada de un martes, así que me acodé en la barra y pedí un escocés con hielo. En cuanto me reconforté con el primer trago, paseé mi mirada por el local y de inmediato reparé en él, ¡cómo para no hacerlo, dadas sus características físicas y estéticas¡. Le calculé más de metro noventa de estatura, una decena de kilos por encima del centenar y una edad de al menos ochenta y largos. Llevaba el pelo blanco amarillento partido al medio en una raya trazada con esmero, un bigotito fino de otras épocas y un traje de tela demasiado gruesa para la estación y con un corte a todas luces obsoleto. Para rematar el cuadro, leía un viejo y ajado periódico en yiddish de quién sabe cuando. Yo lo miraba y miraba, con el extraño pálpito de conocerlo de algo e hipnotizado por la poderosa irradiación de su figura.
- ¿por qué me observa tanto, jóven? – me preguntó sin levantar los ojos del diario y haciéndome enrojecer de vergüenza - ¿nos conocemos? - añadió con un tono que denotaba curiosidad y ningún atisbo de enojo

En ese preciso instante, su nombre atravesó mi mente acudiendo a mi rescate
- es usted Jaime Waisenberg…… respondí envalentonado en mi habitual timidez

Su cuerpo y sus ojos, celestes claros como los de un husky, emitieron una breve señal de sorpresa que inmediatamente fue reprimida por unas virtuosas dotes de teatralidad y de exquisita educación:
- acérquese, jóven y sientése a mi lado….si no le molesta compartir mesa con un anciano……y dígame ¿qué sabe ud. de mí? – prosiguió una vez tomé asiento
- Sé que fue uno de los más grandes actores de teatro yiddish que dió la Argentina y que también escribió una decena de obras que fueron representadas con notable éxito….
- ¿usted no es judío, no? – me interrumpió
- no, soy sefaradí
Estalló en una sonora carcajada ante mi ocurrencia, atrayendo las miradas de la magra clientela y el adormilado mozo que cabeceaba junto a la caja
- le he preguntado eso porque, hoy en día sólo a los goim parece interesarle aquel mundo desaparecido…lo encuentran “exótico”….y no se lo reprocho sino que incluso se lo agradezco pero únicamente quienes vivieron esos tiempos y respiraron aquella atmósfera pueden comprender lo que significaban aquellas representaciones en el Ombú, el Soleil el Excelsior ….los judíos acudían para sentirse entre judíos, para hablar y escuchar la lengua materna, porque el yiddish era más que un idioma, era casi una religión, un modo de combatir la asimilación y medio social que a veces se mostraba hostil con los nuestros….reforzaba nuestra identidad tantas veces vulnerada...quizás muchos de los males que hoy nos aquejan provengan del abandono del yiddish…¡quién sabe…¡

Volví a reencontrarme con el anciano en numerosas ocasiones y tuve el privilegio de que compartiera conmigo un sinfín de anécdotas de aquel mundillo de melodramas populares que tanto maravillaron a Kafka y comedias musicales de decisiva influencia en el desarrollo del género musical. Me enseñó programas de espectáculos de la época que atesoraba en carpetas prolijamente ordenados por fecha, álbumes de fotos cargadas de la magia del pasado y los borradores de sus obras puestas en escena, junto con una inédita que nunca llegaría a estrenarse. Cuando el teatro yiddish agonizaba, recibió no pocas ofertas del cine nacional pero las declinó todas, al contrario de algunos colegas suyos, como su íntima amiga Golda Feinstein. Prefirió desaparecer en silencio de la escena, llevándose el recuerdo de los momentos vividos junto a estrellas como Jacob Ben Ami, Molly Picon, Menashe Shkulnik o el mismísimo Maurice Schwartz, al que idiolatraba y con quien sostuvo un asiduo intercambio epistolar.

Hoy, transcurridos dos años de aquel primer encuentro y casi seis meses de su fallecimiento, frecuento con Daniela, su única hija y mi esposa, este Café, donde nos sentamos a recordarlo, ultimamos mi próximo libro : “JAIME WAISENBERG: VIDA EN YIDDISH” y me empeño en aprender lo que ella se esfuerza en enseñarme; ese extraño idioma tan amado por su padre.

jueves, 5 de marzo de 2009

Qué día más puto ¡

Despertar cuando mejor me lo estaba pasando con una thailandesa fogosa en el marco incomparable de un bungalow de la costa neozelandesa (el mar batía ruidoso sobre los acantilados cercanos y el cielo nublado daba un tono mate a la verde naturaleza que dominaba el paisaje) no podía presagiar una buena jornada. Y así fue. Apenas entré en la ducha, cortaron el agua del edificio para reparar no sé qué avería, con lo que tuve que enjuagarme la cabeza con una botella de Fontvella. Después, por falta de atención y por querer hacer dos cosas a la vez, se me quemaron las tostadas que había puesto a la plancha y una de ellas se cayó al suelo, generosamente embadurnada de mantequilla y mermelada, del modo en que siempre caen las tostadas, es decir, manchando el suelo con la parte untada.
Decidido a que nada me amargara el día, bajé sonriente a la calle y me dirigí al kiosco a comprar el periódico antes de entrar al Metro. Apenas el kiosquero me entregó el cambio, se desató una imprevista tormenta veraniega que me caló de lo lindo hasta que pude llegar a la estación….y eso que fui corriendo y buscando el resguardo que ofrecían los balcones (por cierto, cómo joden esos goterones que resbalan y caen a plomo sobre la cabeza; parece que nos taladraran y llegaran hasta el hígado). Con el ánimo ya un tanto alterado, saqué el periódico mojado de debajo del brazo y comprobé que la tinta del mismo había teñido de negro el costado de mi arrugada camisa blanca de lino. Enojado, tiré la prensa en una papelera y respiré hondo varias veces para serenarme, mientras mi mente se esforzaba en espantar el asalto de imágenes de Michael Douglas en “Un día de furia”. Inmediatamente vino el tren y, como si la puñetera conjunción planetaria que me estaba amargando el día me diese un respiro, éste lo hizo casi vacío, con lo que pude acomodarme en un asiento y cerrar los ojos hasta llegar a destino.
El resto del día, transcurrió salpicado de incidencias que sobrellevé como pude sin perder la paciencia: se agotó el tonner de la impresora y al cambiarlo me manché el pantalón, confundí la sal con el azúcar cuando salí a tomar café a un bar cercano a la oficina, un virus infectó los ordenadores, en el restaurante encontré una cucaracha al pinchar un macarrón, supe que la secretaria que me gustaba, y hacía ojitos, se acababa de liar con su jefe de departamento, tuve que quedarme después de la hora de salida para terminar un trabajo y pisé una caca de perro antes de meterme al Metro y retornar a mi domicilio.
Cuando por fin metí la llave en la cerradura de mi apartamento y ansiaba entrar para sumergirme en la cama y dormir, olvidando las penalidades sufridas y transitar inconsciente las horas que restaban hasta un nuevo día, escuché un “crack” que abatió mis esperanzas de golpe. Caí sentado sobre la puerta y sucumbí a una risa de enajenado que más obedecía a una liberación de rabia acumulada que a la gracia que tuviera aquello. Así estuve unos minutos, hasta que conseguí serenarme y timbrar a mi vecina para que pedirle las páginas amarillas. Me hizo pasar al salón y desde allí telefoneamos a un cerrajero de ésos que están disponibles las 24 horas y que te facturan por todas y cada una de ellas.

Ahora, plantado pensativo ante este cajero del banco más próximo a casa, dudo si meter o no la tarjeta de débito en la ranura o si mejor llamo a mi hermano para pedirle dinero con que pagar al cerrajero y, sobre todo, no dejo de preguntarme porqué carajo me había quedado a medias esta mañana, cuando el trabajo es sólo trabajo y retozar con una tailandesa en Nueva Zelanda, es algo que no sucede todos los días....ni siquiera en sueños.

domingo, 1 de marzo de 2009

COSAS QUE TAMBIÉN PASAN

Había aceptado impartir aquel taller de escritura. No por ánimo didáctico sino porque me parecía una manera fácil de ganar dinero. Si bien las frecuentes colaboraciones en periódicos y revistas, más los derechos de autor de mis libros (dos novelas y dos volúmenes de cuentos) me permitían pagar mi departamento, las cuotas del Suzuki Swift y vivir de un modo digno, no rechazaba fuentes extras de ingresos provenientes de la tv, publicidad, cine o cualquier otra que cayera dentro de los límites de la legalidad vigente. Por eso, cuando mi amigo Ernesto Klein me ofreció aquel curso, le dije que sí sin pensarlo siquiera.

Desde el primer día advertí cuán diferentes eran las motivaciones de aquel grupo tan ecléctico que me habían asignado. En él, se mezclaban jovencitas alocadas con aire rebelde, amas de casas aburridas, funcionarios con caras grises y exceso de tiempo libre, estudiantes universitarios, licenciados en carreras que detestaban, vagos profesionales que pensaban aprender algo que les facilitara el levantarse minas, individuos inclasificables en su hermetismo estético y la singular Silvina.
Silvina tenía un apellido compuesto que evidenciaba su pertenencia a la casta dominante y una piel lustrosa como manzana de supermercado que reflejaba una infancia con mimos, desayunos con cereales y mucho jugo de frutas. Su pelo, era castaño claro (siempre que lo miraba me daba por pensar en champú enriquecido con miel), sus ojos verdes con irisaciones pardas y su cuerpo una amalgama de músculos y huesos sabiamente unificados al capricho de una generosa genética y el sano ejercicio físico. Sin embargo, existía algo en ella que, por encima de su belleza, la volvía de lo más atrayente a mis ojos, y era su empeño en escribir y escribir, aún cuando no tenía madera de escritora y únicamente conseguía emborronar las hojas de su cuaderno con historias sin contenido protagonizadas por personajes de absurdas psicologías. Me seducía y enternecía ese proceder afanoso suyo por superarse y no tardé en dedicarle el casi íntegro monopolio de mis miradas, como si el resto de los alumnos no existiera. Ella, como no podía ser de otro modo, lo advirtió de inmediato pero, lejos de cohibirse, me respondía en idéntica medida y con tal familiaridad, que al final siempre terminaba siendo yo quien apartaba la vista el primero. Nos entretenía esta dinámica visual, inócua por si sola pero que presagiaba algo de mayor calado que pintaba en un horizonte cuya distancia no nos asustaba. Sabíamos que, tarde o temprano íbamos a encontrarnos fuera del aula y esta certeza nos provocaba una certera indolencia que resultó derrotada, gracias a ella, cuando yo menos lo esperaba.

Era jueves y como de costumbre, tras impartir el curso, emprendí a pie el camino hasta casa. Por el camino, me detuve en uno de los locales de la calle Tucumán donde me gustaba sentarme a degustar comida sefardí y charlar con la paisanada mientras por el ventanal contemplaba el transitar de familias jasídicas unidas por una fe que a mí me faltaba. Cuál no sería mi sorpresa cuando, sentado a una mesa del local del viejo Salomón, vi a Silvina entrando por la puerta y dirigirse hacia mi mesa, centrando en su figura la atención de todo el personal masculino allí congregado.
La recibí con una sonrisa, la invité a tomar asiento y asumí la iniciativa, llevándola hacia unos derroteros que hicieran evitables ciertas preguntas de incómodas respuestas.
- voy a pedir algo de comer, ¿querés que pida también por vos?

Asintió con la cabeza, confirmándome que quería estar conmigo y que agradecía mi manera de llevar las cosas. No era el momento de entrar en declaraciones íntimas así que charlamos de asuntos mundanos que iban desde la gastronomía a las últimas novedades editoriales pasando por el aumento de los impuestos o la perniciosa sequía que azotaba el campo. Cuando salimos del local, nos tomamos de la mano y dirigimos en un concentrado semi-silencio hacia mi departamento, como si fuéramos una pareja asentada y estos ritos fueran parte de nuestra rutina.

Tras ésa primera noche juntos, los acontecimientos se aceleraron, sorprendiendo a extraños en la misma proporción que a nosotros nos resultaba lo más natural del mundo, como si todo fuera un recorrido lógico ante el cual, dilatar el tiempo supusiera una frivolidad que no podíamos permitirnos. Silvina, abandonó a su novio de toda la vida; un jugador de polo con apellido francés, se convirtió al Judaísmo, montó una galería de Arte, editó, con sonada repercusión mediática, su primer libro de Poesía bajo el pseudónimo de Alma Lerham y pasó a manejar mi Suzuki Swift. Yo, por mi parte, me fui a vivir a su departamento de la calle Charcas aunque sigo manteniendo el mío como estudio, escribí un guión de cine que resultó premiado, concluí una tercera novela abandonada hacía un lustro, repetí como docente y me compré un auto familiar porque, con semejante mezcla de genes, nuestra unión augura algo más que prometedor..... ¿O no?.